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Mierda, mierda y más mierda

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Mierda, mierda y más mierda.

Me exigía, reclamaba y martirizaba cuando en los segundos que me posaba sobre su cuerpo mis deseos íntimos nublaban mi mente y mi lado lascivo golpeaba la puerta ansiando poseerme. Pensaba en situaciones insignificantes, contaba los objetos que poseía dentro del coche para que su perfume no me eclipsara y perdiera el control.

Sin embargo, no solo una, sino dos veces me dejé llevar por el deseo de mordisquear su piel y encontrarme al filo de cumplir con el termino de lo que me resultaba indebido.

Porque si, nunca había tenido tantos deseos de desnudarla como la primera vez que observé con detalle la piel erizada de sus senos, estamparla sobre la ventanilla empañada por nuestras respiraciones sofocantes y cogerla tan fuerte con el único propósito de que exclamara mi nombre y todo el vecindario supiera que me pertenece.

Pero no, maldita sea, no podía hacerlo.

El recuerdo que conservaba de una pequeña Deva correteando en el bosque que yace atrás de nuestras viviendas se asentaba en mi mente y me obligaba a que mantuviera la cordura. Aún emanaba inocencia, ingenuidad ante mis gustos insanos y curiosidad por ver desde un punto lejano que había logrado en todos estos años ejerciendo una profesión expuesta. Pero, ahora habíamos crecido, y sus facciones delicadas, así como la intensidad que se formaba cuando ambos intercambiábamos diálogos, comenzaba a fastidiar mis planes.

Mi idea inicial fue conservar paz una vez que me asentara en mi antigua casa, olvidar por unos instantes toda mi locura que había acogido en mi mente en los últimos años e inhalar el aire a libertad que juraba observar desde la distancia, pero cada vez que pensaba en Deva, en como meneaba su cintura curvilínea bajo sus playeras amoldadas a su cuerpo, sus ojos oscuros repletos intensidad, su sonrisa resplandeciente y cada pequeño rincón escaneado por mis ojos de su perfecta contextura causaba que mis instintos depredadores emergieran a la superficie.

Ella no era como las demás con la que me había acostado. Se con toda seguridad que Deva carecía de la experiencia de las actrices con las que había filmado, así como los hábitos innatos de las mujeres que suelen abalanzarse sobre mi cuerpo al identificarme en una discoteca, y eso me prendía como puta madre.
Disfrutaba acostarme con mujeres que podía controlar en la intimidad, que sabían saciar con puntualidad cada uno de mis gustos particulares y complacerme para luego no volver a ver más sus rostros. No obstante, el entender que con Deva cada acción podía resultar diferente, incendiaba un apetito que necesitaba ser saciado únicamente con ella.

Quería ser de ella, y quería que ella fuera solo mía.

Pero, si de algo estaba seguro, era que con Deva no debía exhibir mis pensamientos lascivos. Ella solo necesitaba filmar una película, y yo solo era su actor amigo que la ayudaba en su importante tesis. Debía entenderlo.

Detrás De Cámaras ©Where stories live. Discover now