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– Mierda, creo que olvidé mis gafas

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– Mierda, creo que olvidé mis gafas.

Bart declinó su cabeza, removiendo sus incontables pertenencias en el interior del bolso pequeño que colgaba de su hombro, y expulsó un suspiró exasperante al no hallar el objeto deseado.

– No es necesario que te coloques tus gafas de aumento – rocé su hombro con mis yemas para calmar sus nervios –. No vas a leer esta noche.

Solté jocosa, y Bart me observó de soslayo.

– No voy a leer, pero si voy a ver un show de strippers y quiero apreciar esos abdominales en buena calidad, Deva.

Reí ante su comentario y roté la mirada a la extensa fila de personas que bordeaban el muro iluminado del ingreso al club. La taberna de Pierce era un sector nuevo en la ciudad únicamente célebre por sus shows de buena calidad, lujuriosos y, en parte, por convocar invitados especiales para el deleite del público, así como también era el club nocturno donde los famosos suelen acudir con frecuencia gracias a la discreción que el interior les proporcionaba.

A comparación de las veladas anteriores, esta noche no era la excepción: Los dueños del pub habían tenido la mágica oportunidad de que parte del equipo de actores de una de las empresas más conocidas dentro del entretenimiento adulto acudiera como invitados especiales esta noche para promocionar sus películas más recientes, y por ese motivo las personas se aglomeraban en la entrada impidiendo el paso libre e intentando ingresar a la fuerza sin ninguna invitación previa.

A medida que observaba a las personas apuntar la cámara de sus celulares al ingreso espacioso y a los magnos coches que se detenían a centímetros de la acera para observar a quienes suponía que eran parte de los actores invitados, jamás se me hubiera cruzado por la cabeza que todos los que se hallaban suplicando entrar al bar también estuvieran desesperados por una sola foto con quienes hacen volar su imaginación por las noches.

La mayoría de ellos eran hombres adultos, podía distinguir veinteañeros ocultando sus identidades con cubre bocas, y las mujeres que, pese a que brincaban, no resaltaban por los chillidos externos que aturdían mis tímpanos.

– No sabía que los actores porn* tenían fanáticos – comenté al entornar los ojos a causa del flash de sus celulares que impactaban en los cristales oscuros del club nocturno hasta colisionar en mis retinas.

– Tienen miles de fans – corrigió Bart a mi lado.

– ¿En serio? – consulté pasmada.

Roté sobre mis talones, divisando su cuerpo moldeado por las horas de gimnasio posado a mi lado y examinando como los individuos ansiaban atravesar las delgadas barreras de terciopelo rojas. Su camisa de lino blanca ajustaba sus bíceps acoplándose como una primera piel, y los reflectores violetas se posaban en su torso hasta traspasar la tela fina y enmarcar sus abdominales.

– Te sorprendería la cantidad de personas que admiran a los actores porn* – aseguró –. Míralos – punteó –, ni siquiera les importa que haya tres gorilas dispuestos a golpearlos con tal de obtener una firma.

Detrás De Cámaras ©Where stories live. Discover now