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Me escabullí en la multitud, sorteando a los jóvenes untados en su propio sudor e inducidos en una oleada de éxtasis por combinar sustancias ilícitas en su organismo al danzar bajo el parpadeo de los reflectores matizados

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Me escabullí en la multitud, sorteando a los jóvenes untados en su propio sudor e inducidos en una oleada de éxtasis por combinar sustancias ilícitas en su organismo al danzar bajo el parpadeo de los reflectores matizados.

Nadie me notaba avanzar. Nadie me detenía. Nadie quería abalanzarse sobre mí y nadie quería arrancarme la ropa como solían hacerlo. Por primera vez, y gracias a un simple maquillaje pálido que decoraba mis facciones, me sentí invisible, y se sentía tan gratificante cuando el sonido de sus cuerdas vocales afónicas se desvanecía en el humo que se compactaba en el interior de la cabaña y no pronunciaban mi sobrenombre.

No obstante, mi pecho se comprimía porque, pese a la falsa calma, la tempestad inundó mi cuerpo al percatarme de que su melodiosa y cálida presencia se disipaba en mi memoria, borrándose por completo.

Ella era la única que me hacía volver a la vida y, aun así, me alejaba para no arrastrarla conmigo a su propia muerte.

Escapé de la fiesta con el corazón desbocado y el alma a punto de colapsar, y volteé por última vez solo para grabarme en mis retinas como sus ojos avellana, los mismos que me volvían débil, se difuminaban en la distancia. Sus labios carmesíes que había degustado con sumo placer con el correr de las horas y su piel cálida y vibrante que había convulsionado sobre mis dedos se perdían como un espectro tras el humo mientras se preguntaba con una confusión visible por qué estaba huyendo de su lado sin explicación.

Maldita sea. Quería quedarme toda la noche con ella. Quería quedarme toda la vida si era necesario, pero no podía hacerlo, no cuando el terror arrasaba con aniquilarme tras la pantalla de mi teléfono.

Me habían comunicado que había complicaciones con ella, y pese a que odiaba hallar a mi familia en Los Ángeles, debía partir lo más rápido posible.

El aire fresco de la noche golpeó mi rostro cuando caminé entre los coches aparcados. El frio se disipaba, y la pronosticada lluvia parecía desvanecerse para brindar un enigmático escenario nocturno de estrellas sobre nuestras coronillas. La música y las risas de la fiesta de cumpleaños aun retumbaban en mi cabeza, como si estuvieran martillando mi conciencia y me recordaran que, si hubiera realizado las cosas bien desde un inicio, quizás aun tendría a Deva entre mis brazos.

– Puta madre – escupí mientras sentía como mi teléfono vibraba entre mis dedos.

La recordaba y me moría por dentro.

Deva estaba allí, en la pista de baile, mirando como mi mundo turbulento se desmoronaba ante sus pies, y en sus ojos distinguía la desesperación por saber cómo podía repararlo con sus propias manos.

Oh, mi hermoso zorrillo, si tan solo supieras que tú eres la única que logra sostenerme.

Al instante le envié un mensaje, pretendiendo calmar mi estado anímico y el suyo con unas simples palabras.

Detrás De Cámaras ©Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ