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Cuando observé las grabaciones, mi respiración se removió

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Cuando observé las grabaciones, mi respiración se removió.

Delante del computador portátil, mis dedos comprimían los botones del teclado con velocidad acelerando las secuencias filmadas dentro del club nocturno e inspeccionando atenta la calidad de mi propio trabajo ejecutado. Los pixeles de la pantalla me revelaban cada pieza encajada en los muros rojizos, los sofás ocupados con sombras difusas, así como los camareros excéntricos que se trasladaban de un sector a otro realizando su trabajo.

Adelantando secuencias ínfimas, la extensa grabación me iluminó con el baile erótico de los actores porn* deslizándose por la plataforma irradiada por reflectores y trasladándose al sector público para menear sus grandes atributos a sus espectadores. Los billetes verdes planeaban por encima de sus pasamontañas y las manos rápidas de las mujeres se sujetaban del filo de sus vaqueros para depositar sus ahorros diarios.

Cada uno de sus actos se notaba en perfectas condiciones pese a que la pequeña y compacta cámara de video no era de la mejor calidad, y dado que lo había corroborado en dicho momento, me sentía aliviada de que las luces hubieran estado a mi favor.

Sin embargo, cuando Bastian realizó su aparición con su disfraz de ladrón ante la cámara, el calor me recorrió los vasos sanguíneos hasta acumularse en mis mejillas. Contemplaba cada uno de sus movimientos: como me cargaba sobre sus fornidos brazos y descansaba mis extremidades en su torso desnudo, la sutileza con la que me posicionaba ante sus ojos avellana y sus manoseos cuando me obligó a situarme en la silla.

Recordaba vagamente que, entre susurros y en un estado sumiso, me aseguró que mi identidad no se detectaría en la filmación debido a la poca iluminación, y creí su mentira a ciegas.

Fue inevitable detectar mi rostro bajo los reflectores que encandilaban mis facciones y realzaban mi excitación por su cercanía. Todo mi cuerpo se tornó rígido y ardió, irradiando calor dentro de los cuatro muros de mi habitación al comprender que mis reacciones esporádicas, y que en ese instante me hipnotizaban, no solo las había vivido con pasión en mi mente, sino que, gracias a la cámara, había descubierto como el público se hallaba interesado ante mis gestos impensados.

– No puede ser – balbuceé con las mejillas enrojecidas.

Los nervios se habían apoderado de mis dedos ante la vergüenza por dejarme exponer de tal forma, entumeciéndolos e impidiendo que siguiera inspeccionando con velocidad el video moldeado en la pantalla. Observaba como me tocaba mi piel expuesta, como marcaba su territorio en cada uno de mis poros dilatados y como su boca se había apoderado de su razón para atacar mi cuello con ferocidad.

Con las imágenes claras y rememorando las secuencias, no podía deshacerme de sus palabras sucias y pronosticadas, enunciando que cuando inspeccione todo lo que me había hecho en mi computador, sentiría ansias de explorar mi zona intima.

Y maldita sea, tenía razón. No podía ver lo que había sucedido entre ambos sin imaginar que sus tanteos se desplazaban bajo mi ropa. Mi cuerpo iniciaba a tomar temperatura y exigir una vez más sus manos en mi piel.

Detrás De Cámaras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora