𝔠𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔱𝔯𝔢𝔦𝔫𝔱𝔞 𝔶 𝔡𝔬𝔰

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Betty encontró un pequeño vecindario despoblado luego de varios minutos de cabalgar a toda velocidad. Sabía que no encontraría una mejor opción para resguardarse, por lo que se detuvo en una casa cubierta de nieve alrededor. Nadie intentaría ingresar a una casa que estaba casi cubierta de nieve.

O eso creía.

Sin saber cómo, la chica sostuvo a Joel. Él intentaba caminar, pero sus piernas habían cedido. Betty lo llevaba a rastras con el brazo del hombre sobre sus hombros mientras Ellie intentaba abrir una de las grandes ventanas después de haber hecho a un lado una gran cantidad de nieve.

Le tomó un par de intentos subir la madera del portillo. Al hacerlo, ingresó primero a la morada por allí, y esperó a que la chica inclinara a Joel hacia ella. Este soltaba débiles quejidos de dolor.

—Lo sé, lo sé— respondió Betty ante los lamentos del hombre—. Pero ya vas a descansar. Solo resiste un poco más.

Él, casi inconsciente, asintió con sutileza y respiró hondo.

La menor tomó a Joel por su región axilar de cada brazo, y la chica entró por la ventana.

—Vayan al sótano— dijo Ellie, cogiendo su rifle que mantenía colgado del brazo—. Me aseguraré que no haya nadie.

Betty quería reprocharle en primera instancia, pero era consciente de que no podía hacer todo a la vez.

Además, Ellie estaba creciendo, y tenía que enseñarle a tener iniciativa en este tipo de situaciones.

A su pesar, la chica asintió, y obedeció a la menor. Cogió al hombre del brazo para apoyar este en sus hombros y bajó las escaleras al piso subterráneo.

Una vez allí, el lugar estaba iluminado por una pequeña ventanilla de la cuál traspasaba la luz brillante del atardecer. Encontró un colchón viejo, y lo movió con el pie antes de dejar caer con delicadeza allí a Joel.

Con manos ansiosas, deshizo los botones inferiores de la camisa de cuadros verdes de él que estaba manchada de sangre fresca. Analizó la herida, y se percató que no emanaba tanta sangre como pensaba, por lo que suposo que sus órganos no habían sido traspasados por la filosa madera o solo tenían heridas leves.

Tenía que ser de esa manera, porque no podía perderlo.

—No hay moros en la costa— habló la menor mientras bajaba por las escaleras con pasos rápidos—. Ten tu mochila— extendió el objeto a Betty, y posó sus ojos en la herida del hombre—. Por Dios, luce horrible...

—No está tan mal— interrumpió la chica. Cogió de su mochila el kit de primeros auxilios y gasas.

—Pero...

—Pudo haber sido peor, Ellie— habló en tono irritado—. Necesito que presiones la herida con fuerza mientras preparo los utensilios para coserlo.

La menor hizo un movimiento de cabeza, y colocó sus frías y pequeñas manos en el vientre descubierto del hombre. Este abrió sus ojos de repente y soltó un gruñido con mandíbula apretada. Por reflejo, Joel tomó la muñeca de Ellie con violencia. Esta soltó un pequeño quejido de dolor, pero se mantuvo firme.

—Joel, la estás lastimando— dijo Betty con voz serena, concentrada en buscar el recipiente de alcohol que había tomado en el edificio universitario—. Sostén mi mano.

—Váyanse...— susurró el hombre, casi en un suspiro.

—Cierra la boca— interrumpió la menor.

—Vayan...

—¡Deja de consumir energía y cierra la maldita boca, Joel!— exclamó la chica con nerviosismo. Él levantó su mano para coger la parte superior de la camiseta de Betty. La jaló hacia él, haciendo que sus rostros estuvieran cerca. Ella detalló su mirada suplicante con expresión de cachorro.

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