𝔠𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔱𝔯𝔢𝔦𝔫𝔱𝔞 𝔶 𝔠𝔲𝔞𝔱𝔯𝔬

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Lentamente Betty fue cobrando la conciencia. Mantuvo sus ojos cerrados por un momento, pero sintió el delgado colchón debajo de su cuerpo que se mantenía frío gracias al gélido concreto. Sorbió por su nariz, y parpadeó con sutileza. Parecía estar a oscuras, pero se dio cuenta que en realidad estaba cubierta de pies a cabeza con un grueso y gran pedazo de tela; la apartó y, al principio su visión estaba difusa, pero no le tomó mucho tiempo en volver a la normalidad.

Se encontraba sola en el sótano. Apoyó sus manos en el suelo para sentarse, y sus dedos hicieron contacto con una pequeña botella de cristal. Giró a aquella dirección, y tomó con su mano el objeto, pues este tenía una etiqueta en la que podía leerse en letras de molde negras: GENTAMICINA.

Miró al concreto una vez más, y se encontró con una jeringa usada. Con su mano libre, frotó sus ojos por el estrés.

¿Dónde estaban Joel y Ellie?

Tragó saliva, y sintió sequedad con sabor a caldo. Hizo una expresión de desagrado y, al mirar de frente, se topó con una vieja olla debajo de una pequeña torre de madera quemada. Se inclinó para observar el contenido, y distinguió trozos de carne de conejo.

¿Había probado bocado? No lo recordaba. Sintió que su boca y parte de su mentón y cuello tenían suciedad. Pasó su mano, y sus dedos se pegaron ligeramente a una mancha de sustancia seca. Podría haber sido Ellie quien intentó alimentarla con caldo mientras dormía, y quien había conseguido el antibiótico inyectable para Joel.

Pero, ¿dónde demonios se encontraban ambos?

Escuchó el grito desgarrador de un hombre en el piso de arriba, y temió lo peor.

Se puso de pie con rapidez y subió las escaleras. Intentó abrir la puerta, pero parecía bloqueada del otro lado. Empujó la madera con su hombro repetidas veces hasta que divisó un espacio en el que podía salir.

Caminó hacia la sala de estar que tenía gran parte del suelo cubierto con una fina capa de nieve. Allí, se encontraban dos hombres amarrados; uno en el viejo sillón individual y otro en el suelo. Frente al hombre del sillón, estaba Joel sosteniéndose en el reposa brazos mientras lo golpeaba en el rostro una y otra vez. El hombre mayor se tambaleaba sutilmente, y ella se encontraba paralizada, del lado derecho de la escena.

—Déjalo en paz— habló el hombre delgado, cabello largo y estruendosa barba que se encontraba en el suelo.

—Descuida— dijo el hombre mayor con voz débil, pero severa. Sacó del bolsillo trasero de su pantalón una navaja. Levantó su mano con el objeto para enseñársela—, eres el siguiente— le dedicó una sonrisa ladeada a aquel hombre antes de clavarle el arma blanca al hombre frente a él en la rodilla. Este gritó.

—¡No conozco a ninguna niña, lo juro!— habló el hombre herido.

—Joel— dijo Betty, casi sin aliento. Ver esa faceta salvaje del hombre mayor la hizo sentir nerviosa. No lucía como un animal listo para cazar por necesidad o defenderse.

Parecía un animal solo dispuesto a atacar.

Al escuchar la voz de la chica, el hombre mayor giró. Su expresión feroz se transformó en la de un indefenso cachorro. Carraspeó, y volvió la vista al hombre frente a sí. Este mantenía ojos suplicantes en Betty.

—Vuelve al sótano— habló Joel, presionando la navaja en la rodilla del hombre que también tenía cabello largo y gran barba.

—¡Ayúdanos, por favor!— dijo el hombre a la chica con desesperación—. ¡Está demente!

—¡Oye!— gritó Joel con severidad. Tomó el cabello del hombre para girar el rostro de él a su dirección—. Ni ella, ni nadie puede ayudarte, así que si vuelves a hablarle te destrozaré la rodilla— inclinó ligeramente la navaja clavada en la articulación del torturado y este gruñó de dolor, pero asintió—. Tu foco está aquí. Ella no existe para ti— miró hacia el hombre del suelo, junto al piano, y este observaba a Betty mientras respiraba por la boca y fruncía el ceño, pensativo—. ¡No existe para ninguno de los dos así que deja de mirarla, hijo de puta!

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