𝔠𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔱𝔯𝔢𝔦𝔫𝔱𝔞 𝔶 𝔰𝔦𝔢𝔱𝔢

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Joel tomó el rostro de Betty con fuerza para atraerla más a sí. Podían escucharse sus respiraciones agitadas y sonidos melosos mientras la besaba con desesperación.

—Estaremos juntos siempre— dijo el hombre en un hilo de voz entre besos—. ¿Me escuchaste?— le dio una ligera sacudida a la cabeza de la chica debido a las ansias. La miró con ternura y exasperación—. No dejaré que nada ni nadie me separe de ti otra vez.

Ella asintió, anonadada con ojos brillosos. Joel acarició la suave y regordeta mejilla de la chica con el pulpar. Deslizó su dedo hasta los labios carnosos de Betty, y presionó con sutileza el labio inferior de esta para que la chica abriera ligeramente la boca. Se inclinó para besarla, e introdujo su lengua en busca de la de ella.

Betty lo jaló a sí por la camisa de cuadros del hombre, y él movió sus manos hasta las caderas de ella.

Amaba deslizar sus manos en el cuerpo de la chica. Jamás se cansaría de sentirla.

Caminó hacia adelante para que Betty retrocediera hasta que ésta chocó con la pequeña encimera de la caravana. Joel la subió allí con un rápido movimiento.

Pasó sus ásperas manos por debajo de la ropa de Betty, sintiendo su dócil piel. Daba ligeros apretones a su cintura. Apoyó su cuerpo sobre el de la chica, haciendo que soltara un gemido en voz baja.

Mientras que ella entrelazaba sus dedos en el cabello canoso de él y lo besaba con impaciencia, el hombre masajeó uno de sus senos. Sintió cómo su miembro se ponía duro por debajo de su pantalón.

Ella, con manos ansiosas, deshizo todos botones de la camisa de Joel. En respuesta, el hombre retiró la camiseta desgastada de la chica y la tiró al suelo, dejando al descubierto su torso y pechos levemente caídos, y con pezones rígidos.

El hombre deshizo el botón del pantalón ajustado de Betty. Ella, al mismo tiempo, dejó caer sus zapatos y calcetines al suelo. Con un movimiento brusco, el hombre bajó la prenda de la chica junto con su ropa interior, dejándola a un lado.

Admiró su cuerpo desnudo por un momento. Respiraba con intensidad por la boca. Inconscientemente lamió su labio inferior. La chica, con cierta vergüenza, bajó la mirada.

Joel negó con la cabeza e hizo un par de chasquidos con la lengua. La tomó por el cuello con fuerza pero sin apretarla.

—No desvíes la mirada, preciosa. Mírame.

La chica obedeció, pasando su mirada por su fornido cuello y camisa abierta que dejaba entrever el pecho del hombre subir y bajar con vigor debido a su pesada respiración. Al hacer de nuevo contacto visual con él, este se arrodilló ante ella como un soldado rindiéndose en el campo de batalla.

Joel separó las piernas de Betty lo más que pudo, y notó que la cavidad de la chica ya había comenzado a humedecerse. Sin previo aviso, acercó su rostro. Lamía el clítoris de ella con movimientos lentos y circulares; también dejaba besos húmedos en su coño.

Ella no pudo evitar gemir en voz baja. No solo sentía la lengua del hombre dentro de sí; su nariz aguileña rozaba con su punto de placer.

Era la sensación perfecta.

La pelvis de la chica parecía tener vida propia, pues se movía sutilmente para sentir incluso más placer.

Por más que quisiera controlarse debido a la vergüenza, Betty no podía. El hombre sabía cómo corromperla.

Y no importaba cuánto goce él pudiera generarle, la chica siempre ansiaba más, y Joel estaba dispuesto a darle todo lo que pidiera.

Sin dejar de complacerla con sus labios y lengua, el hombre introdujo sus dedos índice y medio en la cavidad ya húmeda y palpitante de la chica. Joel soltó un suspiro placentero al sentir sus dedos rodeados por los pliegues apretados del coño de Betty. Los metió con lentitud hasta el fondo, y la chica se quedó sin aliento debido al placer.

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