𝟖. 𝐒𝐀𝐋𝐕𝐀𝐃𝐎𝐑

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Capítulo 8

TIMOTHY

 
Tengo que admitir que mis manos y mis piernas me temblaban para este punto. Yo sostenía a la joven de la que aquel guardia se estaba aprovechando de la forma más aberrante entre mis brazos, procurando no dejarla caer. Sus sollozos retumbaban con fuerza en mis oídos y me descolocaban, pero mi instinto de mantener la calma salió a flote dejándole saber a ella que ya no había peligro mientras se lo susurraba en palabras sueltas, diciéndole que ya todo había acabado.

Mis manos estaban manchadas de sangre y parte de mi rostro tenía salpicaduras debido a la forma en la que maté a ese hombre, hundiendo mi daga una y otra vez en su garganta, liberando toda mi rabia de forma encarnizada. Hasta ese momento ni yo mismo podía creer que había hecho algo como eso, pero ese no era momento para pensar en lo que hice o no, yo tenía otro afán: calmar el miedo y el desconsuelo de ella.

Entré al palacio y me topé con una de las sirvientes, una mujer ya adulta que oscilaba entre los cincuenta a cincuenta y cinco años y me dirigí a ella pidiéndole ayuda. La mujer agachó la mirada ante mi presencia y le pedí que me mirara a los ojos y acatara mis órdenes. Al ver ella mi estado y a la mujer que traía en brazos se horrorizó. Rápidamente, le di la orden para que alistara una habitación en cualquiera de los pasillos, eso fue lo primero que se me ocurrió, ya que no conocía bien el palacio. Ella me guio con prisa hasta que llegamos a una habitación muy bien equipada y hasta cierto punto ostentosa.

Coloqué a aquella jovencita sobre la cama con cuidado y al observar bien me di cuenta de que su mirada parecida ida mirando hacia un punto fijo de la habitación, sus ojos estaban rojos e hinchados mientras ella parecía estar perdida con la mirada apagada. Mi respiración se sentía agitada y entonces escuché la voz del Sr Conan a mis espaldas.

—Mi príncipe, ¿qué hacemos con el cuerpo del hombre?

No miré a Sr Conan. Mis manos temblaban ligeramente y tapándome mi boca trataré de colocar mi mente en frío por un momento y sin quitar la mirada de ella dije: —Es, es usted experto en tortura, ¿no?

—Sí, príncipe.

—Tiene toda la libertad para decidir qué quiere hacer con el cuerpo de ese hombre y encárguese de que todos lo sepan.

Acatando mis órdenes, Sr Conan salió de la habitación y yo pude observarla mejor a ella, sus ropas estaban rotas y sucias, su cabello se veía desaliñado y también estaba sucio, mientras que su rostro tenía una ligera capa de mugre y sus manos estaban sucias.

—¿Quién es ella? —Miré a la sirviente buscando respuestas.

—Es una nueva, ella es…

—¡Dígalo! —exigí.

—Una nueva, igual que nosotros, la trajeron hace unos meses.

—¿Cuántos?

—Unos tres.

—¿Habló alguna vez con ella? ¿No le dijo lo que le estaban haciendo?

—¿De qué habla, príncipe?

Las palabras de la mujer me dejaron frío al darme cuenta de que al parecer nadie allí sabía a lo que ella estaba siendo sometida, llevé mis manos a la cabeza y traté de respirar para mantener la postura.

—¿Hay té de flor turquesa aquí?

—Sí.

—Prepare un poco y deséenlo, corrobore que lo tome todo, trate de bañarla y vestirla con una bata de dormir. Yo vendré más tarde.

𝐕𝐀𝐋𝐊𝐎: 𝐇𝐈𝐄𝐋𝐎 & 𝐒𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora