•|CAPITULO 19: HERIDA ABIERTA.

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Marc

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Marc.

Adelaine ensayando viéndose tan majestuosa como siempre cada que pisa el escenario. Yo llevándola a comer y teniendo la horrorosa necesidad de verla gastando mi dinero.

Aprenderme su talla de ropa con tan sola verla.

Para que con tan solo dos horas se hiciera el caos en el restaurante y donde mi única preocupación era sacarla de ese jodido lugar hasta que de alguna manera acabe con una bala.

Verla a ella tomar el control aun cuando el miedo y nerviosismo eran más que evidentes me dejó perplejo. Adelaine conduciendo mi deportivo y perdiendo a quienes nos seguían sin siquiera saber el motivo.

—Sujetate, mon amour.

El sonido del monitor a mi lado hace que tenga que abrir los ojos dejando por imagen la habitación pulcra y llena de lujo. Lo primero que hago es girar el rostro para ver a la enfermera que revisa mis signos vitales, despues que hay un pesado abrigo de color crema sobre uno de los sillones y una pequeña bolsa.

—Que bueno que despierta, señor Dassaúlt, su esposa casi demanda al hospital al no ver mejoras—informa ella con nerviosismo.

Mi ceño se frunce ante lo que dice ya que es algo que Adelaine no haría. Sin embargo, vuelvo a girar el rostro al oír voces en el pasillo y como las cuatro figuras se quedan inmóviles en el marco de la puerta.

Mi madre es la primera en acercarse con mi padre siguiéndola de cerca. Le dedico una leve sonrisa cuando me deja un beso en la frente rompiendo en llanto.

—Dios, Marcus—dice llorando—, no sabes cómo darnos sustos.

—Todo apunta a que se trató de un robo mal coordinado—mi padre no suena convencido ante lo que dice.

De reojo miro a Adelaine que hizo el mismo movimiento, sabe que eso es una completa farsa.

—Era más que claro, simples matones estando en zonas residenciales de lujo en Italia—añade mi hermana que entra yendo a sentarse al borde de mi cama.

Adelaine se acerca rodeando la cama hasta llegar al otro extremo para quedar a mi lado. Recaigo en que trae consigo una charola que termina dejando en la mesita movible, para después, poner una de sus manos sobre mi hombro con suavidad.

La calidez de su pequeña mano se siente tan bien que deseo que la deje ahí todo el momento que así lo desee.

—¿Cuánto tiempo he estado sin despertarme?—Mi voz sale irreconocible.

—Tres días—responde mi padre.

Joder, la carrera ya paso.

—No te preocupes por eso—volvió a hablar él, sabiendo lo que pensaba. Porque si de algo nos parecemos más, es en pensar mayormente en el trabajo—, usamos al piloto de repuesto, quedamos en segundo y tercero. Bonnet quedó de primera.

ANACRONÍA. | 𝗟𝗜𝗕𝗥𝗢 𝗜 & 𝗜𝗜 «𝗦𝗜𝗡 𝗘𝗗𝗜𝗧𝗔𝗥»Where stories live. Discover now