•|CAPÍTULO 21: HEAVEN.

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Adelaine

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Adelaine.

La respiración tranquila de Marcus me causa cosquillas en el cuello, sin embargo, está tan dormido que no quiero molestarlo. Mucho menos cuando su tacto es tan cálido que no me causa inconveniente alguno.

Trato de recordarme que apenas si hemos dormido pues el viaje a Mónaco fue algo cansado, añadiendo que llegar hasta la mansión fue otro problema ya que al parecer la abuela de Marc y Angie, ordenó que todos los de la familia estaremos conviviendo y acomodar el número de habitaciones fue un relajo monumental.

Trato de recordarme que todo esto puede funcionar. Que no es una mala decisión pues debo de estar conviviendo con el hombre que está durmiendo a mi lado durante un año y que, aunque trate de ignorar, su presencia no me pasa desapercibida. Y que de cierta manera, no verlo cerca me genera un poco de ansiedad.

Marc es como el sol de verano. Brillante, cálido y de cierta forma, ve todo de forma positiva en lo que pasa a su alrededor. Todo a su lado es surrealista, familia unida dejando de lado a su abuela—y sus leyes monárquicas—, es tan único. Sin embargo, yo soy todo lo contrario a ese sol de verano que está logrando que me sienta cómoda a su lado y ame molestar cada vez que se me da la oportunidad.

—Marcus—susurre en voz baja viendo la hora del reloj a una mesita de distancia—. Se nos hará tarde.

Y odio a las personas impuntuales, así que siempre trato de no ser una de ellas.

Dassaúlt se queja con pesadez mientras su brazo rodea más mi cintura llevándome a su pecho.

—Mis Lords—llaman a la puerta, para después dar suaves golpecitos.

Marcus volvió a quejarse con más insistencia haciéndome poner una sonrisa, sus dedos apretaron los míos con suavidad para después dejar salir una maldición en francés, lo cual me causó escalofríos.

Me giré en el momento que me soltó y de mala gana se puso de pie caminando hasta la gigante puerta de madera fina.

—Dime—su voz que normalmente es grave y profunda, salió más ronca de lo habitual.

—Ya han llegado las damas que arreglan a nuestra Lady—anuncia con naturalidad—, sus tíos ya se han marchado al discurso de la reina.

—¿Mis padres también?

—Así es, mi Lord.

—¿Qué hay de la princesa Scarlett?

Vuelvo a sonreír porque mi hermana ama que las personas la están llamando así y por alguna extraña razón, Christine ordenó que le dijeran así exclusivamente cuando Scarlett pise tierras francesas o alguna de las propiedades familiares.

En pocas palabras, mi hermana y la reina de Francia se llevan más que bien. Es como si viera en ella a nuestra abuela que tanta falta nos hace.

—La señorita Laila ya nos ha dado las indicaciones de la princesa.

ANACRONÍA. | 𝗟𝗜𝗕𝗥𝗢 𝗜 & 𝗜𝗜 «𝗦𝗜𝗡 𝗘𝗗𝗜𝗧𝗔𝗥»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora