14. Frustrado y caliente

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【Glass】

No pude quitarme de la cabeza ese estúpido pensamiento desde que me desperté esta mañana sobre el cuerpo de ese imbécil.

Cuando abrí los ojos esa mañana, me di cuenta de que no estaba en la cama, sino en el sofá. Específicamente encima del cuerpo de Ian, el cual me sujetaba de un brazo y con el otro se aseguraba de que la manta me cubriera lo suficiente para no pasar frío. Era imposible, pues el cuerpo del lobo, incluso en ese momento, seguía tan caliente como un vaso de café recién colocado en la taza. Tenía una expresión boba y destensada, cayéndole la baba en un lateral de la boca, y, por supuesto, su olor destilaba perfectamente que se sentía muy contento de estar así.

Su polla también.

Confieso que me dio un poco de miedo sentir cómo esa cosa no dejaba de crecer debajo de mí, perezosamente, y cada vez que me movía un poco debido a la incomodidad que sentía, esa cosa se ponía dura como una piedra. Ian tenía un pene grande. Yo no es que fuera experto en penes, y ya me había acostado con algunos lobos de manera discreta en el gimnasio cuando me daba la gana, pero esta sensación siempre era un poco incómoda, aunque nuestro trasero segregara una baba natural para que las relaciones sexuales y el trasero dilataran bastante rápido.

Pero ahí estaba ese perro gigante y estúpido, dejando a la vista todas sus cartas sin siquiera saber esconder sus pensamientos. Ian era demasiado simple para mí, y confesaré que a veces tomaba actitudes un poco raras, como si esperara en algún momento que yo fuera a aceptarlo como mi pareja.

Eso no pasó. No quería un esposo, ni un novio. No podía confiar en nadie abiertamente, y dudaba que ese perro tonto tuviera la suficiente inteligencia para jugar conmigo y engañarme. Su cara era tan fácil de leer que, posiblemente, la idea de llevármelo como un tipo de guardaespaldas no resultaba una mala idea.

Glass... —murmuró él en un un gemido cuando, sin querer me recoloqué sobre él porque me estaba clavando la polla cerca del culo—. Más fuerte... Muérdeme ahí...

¿Qué coño estás soñando, cerdo?

Miré hacia la ventana; afuera todavía era de noche, y a duras penas se empezaba a ver cierto toque claro en el horizonte. Apenas un ligero cambio cromático. De ahí bajé hasta la expresión de Ian. Tenía la boca abierta, con la lengua sacada a un lado, como lo vi en algunos perros, y sus mejillas estaban rojas, aunque su barba rojiza intentara ocultarla.

Ian fue un tipo raro y tonto.

Ian, suéltame ahora mismo —ordené con un tono firme, pero él sólo gimió una especie de queja infantil que me estaba poniendo de los nervios. No me gusta que se me ignore cuando hablo—. Suéltame ya.

Hmmm...

Me habría gustado darle un golpe en la cara para que al menos se despertara y me dejara libre. Sin embargo, Ian tenía demasiada fuerza y podría haberme hecho un daño atroz si me lanzaba o me aplastaba sin medir su fuerza. Pero tampoco quería ser amable. A los tontos como Ian debías tratarlos con mano dura para que no se aprovecharan de ti. Así que, al ver que no parecía tener intenciones de despertarse, agarré el pezón marcado de su camiseta interior y lo mordí con los dientes con un poco de fuerza.

El efecto fue inmediato, aunque extraño: Ian soltó un gruñido profundo y grave, desprendiendo un potente aroma que destilaba placer y su polla se humedeció un poco en la zona de la punta. También me soltó, y aproveché para levantarme y ser testigo de que no estaba equivocado con lo que había sentido. Tenía la polla como una lata de cerveza y larga como una banana dentro del bóxer, donde un pronunciado bulto se apreciaba a duras penas entre la oscuridad.

𝕰𝚕 𝓢𝚎𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘Where stories live. Discover now