15. Por confiar demasiado

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【Glass】

—Glass... —Ian murmura mi nombre desde el sofá, dedicándome una mirada apenada que no responde del todo con la reacción de su cuerpo y olor—. No es tu culpa que...

Gruño profusamente, casi como si lo hiciera un perro enfadado. Y de hecho estoy todavía bastante cabreado, sobre todo cuando recuerdo lo que pasó anoche.

—Sólo... cállate.

—No lo entiendo... —murmuró—. Se supone que las cosas dulces aflojan el carácter... o eso me dijeron de niño...

No quiero ver su tonta cara, por lo que levanto el libro y dejo de observar su rostro. Aunque puedo sentir todavía su mirada, que aunque no es la que se mostraba en la taberna como un depredador deseando tomar un pedazo de carne entre sus dientes, está ahí tan notoria como lo serían los rayos del sol en el cielo o un cuadro clavado en la pared. Todavía puedo sentir sus ojos dorados atravesar las hojas del libro, al igual que su olor se esparce por el habitáculo para recordarme que no todo puede salir bien.

De hecho, creo que es mejor así. No sé en qué estaba pensando con llevarlo a cabo, casi como si mi cuerpo no pudiera resistirse a él por ser demasiado intimidante en ese aspecto y obediente en sus acciones.

De todos modos, todavía cuando pienso en ello mis mejillas se ponen rojas del enojo.

Cuando Ian y yo entramos a la habitación, bastante empecinados en desfogarnos durante toda la noche o al menos hasta donde aguantáramos, nos topamos con una sorpresa desagradable: Un Alfa ya estaba ocupando la habitación con dos omegas y un Beta, donde él estaba follándose al Beta y éste se centraba en dar placer a los Omegas. 

Nuestra presencia creó un momento terriblemente incómodo, tanto que todo el calor de mi cuerpo se transformó en frío y simplemente tomé a Ian del cabello y le grité que saliéramos de inmediato. Por supuesto que él obedeció, yo cerré la puerta mientras escuchaba al Alfa desternillarse por la situación mientras volvía a lo suyo, y sin siquiera decirle nada bajé las escaleras con intenciones de volver al hotel. O al menos dar una vuelta por el territorio hasta calmarme.

Ian no entendía nada. 

Que un tipo de dos metros y medio, y más de cien quilos te persiga como un perrito con la polla dura entre sus pantalones, no es algo que la gente que lo haya visto lo vaya a dejar pasar. El chisme es jugoso y curioso. Ellos nos perseguían con la mirada mientras se reían, y yo sólo quería alejarme de las miradas ajenas.

¡Glassian! —me gritó él esa noche, dando zancadas hasta obligarme a detenerme—. No te preocupes, ¿vales? No es... el fin de mundo si las cosas pasaron así.

Agáchate... —murmuré, a lo que él se acuchilló frente a mí y le di una bofetada que le pilló por sorpresa. Lejos de enfadarse, pareció aturdido. Y, por supuesto, el bofetón ni le dolió pero mi mano se puso un poco roja. Golpearle en la cara era como hacerlo conta el tronco de un árbol—. El problema NO es el no acostarme contigo, tonta palmera hueca, sino que yo QUERÍA hacerlo. 

Yo... no lo entiendo... —lo dijo bajito—. Si es recíproco, debería de ser algo bueno, ¿no?

Esa era la teoría, de que si era algo que ambas partes querían, entonces no debería de haber un problema. Pero era un hecho que yo sólo estaba siendo patético por aceptarle a él, como si no hubieran mejores opciones que ese bobo gigante.

Nunca entiendes nada...

Me dispuse a irme, pero él me tomó de la mano y se ganó un segundo bofetón que ni siquiera le movió del sitio. Odiaba que los lobos me tocaran sin mi permiso, pero era peor que un lobo no sufriera ni una pizca de dolor cuando lo golpeaba. Ellos nunca entendía el NO verbal, pues muchos decían que "podría volverse un SÍ" o "sólo estabas nervioso".

𝕰𝚕 𝓢𝚎𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora