18. Lo agridulce de un recuerdo

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【Glass】

Me acomodo en una parte del vagón de mercancía cuando termino de limpiarme los restos de saliva de Ian, agradeciendo a mis adentros el hecho de haberme quitado de un peso de encima. Parte de mi mal humor provenía de que no me corrí la otra vez, y tampoco masturbado adecuadamente en la ducha del hotel. Y no es que yo sea de esos adictos al sexo, ni mucho menos, pero me pone de un humor asqueroso el calentarme y no terminar en algún momento; aunque sea solo. 

Después, iluminando con el teléfono de Ian para rebuscar en su mochila de la esquina, saco un yogur líquido que me dijo que tenía para mí. Sabe dulce y a fresa. Es raro, pero no me quejo porque necesito algo que contenga algo de azúcar. La bebo lentamente, en lo que me me voy moviendo para iluminar parte del lugar en donde estamos, ya que la luz de la esquina es mínimo y no alumbra una mierda. 

Las sucias paredes del interior denotan que aquí han metido, con el paso del tiempo, bastantes coas que las han terminado manchando demasiado. Una escalerita en la esquina inferior —creo que es la inferior— asciende hasta una trampilla que, intuyo, llevará hacia arriba aunque no estoy seguro de por qué. Quizás con intenciones de limpieza. Montículos de cajas enormes por doquier, algunas apestando a material de limpieza, y otros sólo al barnizado que le habrán dado la noche anterior. Telas andrajosas, algo de polvo, pocos objetos metálicos... y por supuesto, también tengo a un lobo de más de dos metros tirado a pocos metros de donde estoy yo. 

Ian está exhausto, lo que supongo que es normal dado lo que ha pasado aquí dentro hace un buen rato. Únicamente tiene la ropa interior puesta, está usando su bolsa y jersey como almohada, y el pantalón está encima de una de las cajas después de haberlo frotado para quitar todo lo que soltado ahí dentro. Curiosamente, Ian mancha mucho. Muchísimo. Creo que nunca he conocido a un lobo que se corra lo suficiente para llenar una botella pequeña de agua sólo de corrida. Su rostro parece feliz —nada raro, siendo él bastante tonto porque se alegra por tonterías—, los ojos están cerrados, y su pecho al descubierto sube y baja porque está dormido. Hace un rato que lo está haciendo.

—Palmera tonta y sucia... —murmuro, terminando mi yogur para luego ponerlo encima de una de las cajas de madera.

Me jode admitir que Ian y yo tenemos una química sexual extraordinariamente alta: Yo soy muy dominante, y a Ian le encanta que le den órdenes. Su resistencia física, como lobo, es bastante superior a la de otros lupinos con los que me acosté con el paso del tiempo, y soporta bastante bien el dolor físico; incluso si le pellizcas los pezones se pone duro en segundos. Por otro lado, aunque al principio parezca bastante tímido y remilgado, con el paso de la acción se vuelve cada vez más cerdo y manipulable para que puedas hacerle todo lo que quieras.

Eso es raro. A ningún lobo le gusta que lo controles por demasiado tiempo, ni siquiera al más amable o cohibido entre los que he visto u oído. Además, también lo es que alguien con su aspecto y fuerza sea tan obediente sin siquiera oponerse.

No me sentiría para nada cómodo si él no quisiera, pero su olor decía todo lo contrario y quizás todo eso formaba parte del juego. De todos modos modos, he comprobado algunas cosas que necesitaba saber de esta tonta palmera hueca: Todo en él es grande. Todo. Incluso cuando parece hambriento de darle algo sexual, lo devora como si su estómago jamás se llena por complico y por ello exige más.

Creo que, incluso, un lobo jamás me la ha chupado hasta el nivel de disfrutar que lo agarrara del pelo y me corriera en su boca dos veces seguidas hasta sentir que se lo tragaba todo. Los pocos lobos que me la han chupado, mirándome con aprehensión como si estuviera loco, a duras penas duran unos minutos y se largan en medio del momento para lavarse la boca. ¿Acaso se creen que sus malditas pollas saben a helado o una mierda así? 

𝕰𝚕 𝓢𝚎𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘Where stories live. Discover now