19. Separar lo inseparable

48 10 0
                                    

【Glass】

—Oye, Ian —le digo después de un largo rato en silencio, mientras disfrutamos un poco del aire fresco del momento—. ¿Qué es lo que te gusta beber?

—Cerveza —obvia con una risita tonta, aunque no entiendo bien "el chiste" de la respuesta—. Especialmente la de barril, ya que puedo beberme dos jarras yo solo, aunque también disfruto de beber vino afrutado. No mucho.

—No pareces ser alguien que beba demasiada cerveza, o alcohol por lo general.

Él voltea a mirarme con una ceja alzada. Los ojos amarillos de él, reflejados por la luz de la luna cóncava en el cielo, ofrecen un brillo peculiar pese a que a nuestro alrededor a duras penas se aprecie alguna clase de luz.

—Oh... ¿Enserio? —murmura en voz baja—. ¿Qué se supone que significa exactamente eso?

Tengo entendido que los lobos que beben mucha cerveza suelen tener mal aliento y una barriga pronunciada, pero el aliento de Ian suele oler bien —dentro de lo que cabe— y tiene unos abdominales marcados y una barriguita que la considero bastante corriente. Y eso que él es un tipo ancho.

—Es sólo que... no sé —resoplo, apoyando la cabeza con pereza contra su espalda para observar el cielo oscuro y con algunas nubes—. Supongo que das una vibración extraña, y por ello pensé tal cosa.

La conversación se corta ahí, y no por falta de ganas, sino porque se siente esto un poco extraño y ambos preferimos guardar silencio durante parte del momento en el que estamos encima del tren. Sé que es bastante tiempo cuando, Ian, se mueve y yo reparo en su presencia. No necesita decirme que es mejor bajar de nuevo al interior del tren, ya que aunque empiece a salir la luz del sol sigue refrescando y él no está para nada abrigado; de hecho, yo sigo aferrado a su chaqueta aunque no sea de lana sino que es gruesa y acolchada.

Ambos bajamos —primero él y luego yo me dejo caer desde arriba para que me tome—, y cuando caigo en sus brazos algo se siente... raro. No puedo explicar exactamente lo que es, porque no lo sé. De lo único que estoy seguro es que, aunque sea muy capullo con esta tonta palmera sonriente, de alguna manera su presencia está consiguiendo calmarme. O quizás las palabras correctas son "mantenerme a salvo". Si es que eso tiene algún sentido.

Nos quedamos otro rato en silencio, estáticos, y de repente él expone ante mí una enorme sonrisa que le hace parecer tonto. Más tonto de lo que ya parece a mis ojos.

—Bájame ya, idiota.

Él me baja, y sin siquiera decirle nada más me largo hasta donde nos quedábamos para dormir. No es más que un rincón protegido por dos enormes cajas de madera, pero tenemos el suficiente espacio para que él duerma sentado y yo pueda hacerlo tumbado cuando quiera. 

Creo que pasamos alrededor de dos horas más, estáticos en el vagón del tren, mientras Ian ronronea a mi espalda y me abraza aunque yo no deje de poner caras molestas por verle tan pegajoso; que es cuando escuchamos el anuncio de una estación advirtiendo que faltan diez minutos para llegar a Galliant. 

Es ahí cuando Ian deja de emitir ese sonidito vibrante y su cuerpo se tensa. Eso genera preguntas, pero no es mi maldito problema, ya que mi intención es investigar un poco lo que leí de Galliant: Cuevas con oro y piedras preciosas, objetos antiguos que no se encuentran en la gran parte del país, hablar con un tal Oliver que todavía es un policía en ese pueblo, y después marcharnos a Shelvyville —o Shelvy, que así lo llama a veces Ian— para que este tonto perro pase animado por un tiempo al ver a sus amigos. No sé por qué confía ciegamente en la gente después de años.

𝕰𝚕 𝓢𝚎𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘Where stories live. Discover now