Capítulo 18

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El dolor en su vientre era demasiado fuerte, Rin se incorporó en la cama y miró a su alrededor. Era de día y seguía en el hospital, rodeada de tubos, cables y máquinas. Junto a su cama, en un sofá, se encontraba Sesshomaru, quien dormía luego de haberla acompañado toda la noche.

Ella recordó lo que había pasado. La noche anterior aquel hombre se había comportado atento y extremadamente servicial. A pesar de su temor había cargado al bebé y lo había puesto a dormir en la cunita del hospital. 

Su hijo, aún dormía, se veía sano y fuerte, transmitiéndole así una oleada de emoción y felicidad. 

Aprovechando que el pequeño aún dormía, Rin decidió que era el momento de levantarse de la cama. Sin embargo, aquella tarea parecía requerir de un esfuerzo titánico de su parte. La punzada de dolor que la atravesó, le hizo proferir un quejido que llego a los sensibles oídos de Sesshomaru. 

El hombre abrió los ojos rápidamente y la miró con consternación un segundo antes de levantarse como un resorte y brindarle el soporte necesario para que pudiese ponerse de pie. 

Rin se aferró a él, mientras el brazo masculino rodeaba su cintura para darle mayor estabilidad. Luego de unos tortuosos minutos de intentar levantarse, finalmente estuvo de pie, gracias a la ayuda de Sesshomaru. 

Ninguno de los dos había dicho palabra, y realmente Rin prefería que el silencio se mantuviera, pero no le quedó más opción que expresarle su deseo: 

—Necesito ir al baño—le dijo con voz rasposa.

Sesshomaru asintió y la guio con delicadeza al extremo de la habitación donde quedaba situado el baño. Pero no conforme con eso, intento ayudarla a atender aquella necesidad dirigiéndola hasta el inodoro. 

—Puedo sola—trató de negarse, sin embargo, sabía muy bien que necesitaría de su ayuda. 

Él, contrario a su petición, se mantuvo tercamente a su lado y le ayudó a retirar su ropa interior en conjunto con las compresas que usaba para absorber el sangrado. 

Rin se sintió morir de la vergüenza, pero se dejó ayudar, soportando el dolor aferrada a él. En su interior todo ardió y dolió insoportablemente. 

—Gracias. 

—¿Cómo te sientes?—se atrevió a hablar Sesshomaru, una vez estuvieron de regreso a la cama.

—Me siento bien—murmuró Rin, bajito. Aunque en realidad sentía como si la hubiese atropellado un tren. 

La conversación murió después de eso y ambos se dedicaron a observar la pequeña vida que habían creado ambos, la cual dormía plácidamente ajena a la incomodidad que invadía a sus padres. 

Ren era un niño precioso, de cabellera plateada y ojos dorados como los de su padre. 

Rin no pudo evitar sentirse más enamorada de su hijo cuando era la copia exacta del hombre que amaba, del hombre que desgraciadamente amaba, pensó con tristeza en la desdicha que amarlo representaba. 

—¿Cuándo podremos irnos?—pregunto queriendo apartar esos pensamientos. 

—Pronto—contestó él—. Solo falta que te pongan el alta médica.

—¿Y luego?

Aquella pregunta fue completamente involuntaria. Sesshomaru la miró como queriendo saber a qué se refería, pero Rin no ahondó más en su inquietud. Aquella pregunta era más para sí misma que para el hombre a su lado. 

«¿Cómo sería su vida de ahora en adelante?», se preguntó entonces. 

[...]

De regreso al departamento de Sesshomaru, Rin se sentía extraña, sabía que lo mejor era permanecer en ese lugar por un tiempo, pero seguía sin poder olvidar el beso que presenció en la cocina. 

Sesshomaru le tendió su brazo y la ayudó a caminar, mientras una enfermera que acababa de contratar se encargaba de trasladar al pequeño niño. 

Se sentía cansada y adolorida, pero también feliz de tener a su bebé. Una vez en el dormitorio, se acercó a la cuna dónde había sido depositado el pequeño Ren y lo tomó en sus brazos, sintiendo su calor y su respiración. Le acaricia el cabello y le besó la frente, mientras le decía al oído: 

—Te quiero mucho, mi pequeño.

Sesshomaru no dejaba de observarlos a ambos conteniendo el deseo de abrazarlos. Era difícil para él toda esta situación, no entendía qué sucedía con Rin, pero lo cierto era que ella no lo quería y su desprecio le dolía demasiado. No sabía qué hacer para recuperarla…

A pesar de la relación tan tensa que mantenían ambos en la casa, Sesshomaru se levantaba temprano en la mañana y preparaba el desayuno para Rin. Dejaba la comida junto a su mesita de noche y no podía evitar mirarla dormir. 

Ella se veía hermosa y tranquila, haciendo que un nudo se formará en su garganta. Era inevitable no acercarse y depositar un beso en su frente, evitando así despertarla. 

Luego de eso se retiraba y le dejaba las indicaciones pertinentes a la enfermera y a la mujer que se encargaba de hacer el quehacer. Rin tenía prohibido hacer nada, lo único que tenía permitido hacer era encargarse del bebé. 

De esa forma fueron pasando las semanas, poco a poco Rin se fue recuperando y se sentía lista para regresar a su casa. Aunque no podía evitar sentirse cómoda en el departamento de Sesshomaru, lo cierto era que le urgía poner distancia. 

No quería que su corazón tonto y enamoradizo le hiciera sufrir nuevamente al no soltar definitivamente el amor que sentía hacia ese hombre. Ella necesitaba alejarse, razón por la cual había tomado una decisión definitiva. 

Esa tarde, cuando Sesshomaru regresó de la oficina, se encontró con Rin en la sala, junto a ella, había un par de maletas que le hicieron sentir una opresión en el pecho. Estaba a punto de preguntar qué significaba aquello, cuando la mujer decidió atender a su inexistente pregunta. 

—Gracias por recibirnos en tu departamento, Sesshomaru, pero es hora de que regresemos a mi casa—le notificó con firmeza, sosteniendo al pequeño bebé en sus brazos. 

CORAZÓN ALMIBARADO | SESSHRIN Where stories live. Discover now