Dos.

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Salió despacio cunado se les permitió estar en el patio. El sol estaba escondido y había nubes cargadas, en las bocinas se escucharon los llamados hacia un recluto que el asesino conocía solo por el apellido.

Sus manos estaban en el bolsillo de sus jeans y su cabeza miraba el césped después de las rejas de alta seguridad.

No era la prisión más segura de toda Australia, ni tampoco era la menos cuidada. Era una eternidad cada segundo que él pasaba en ese lugar.

El asesino se sentó un rato en unas de las banquetas de concreto y analizaba cada parte del lugar una y otra vez.

Bruce y él habían estado entrenándose y manteniéndose en forma durante los últimos 5 meses aproximadamente, les sería tan útil dentro de un corto tiempo.

Dentro de unas semanas, no menos de dos. Los presos iban a cambiar de pabellón, y a ellos le iban a tocar el 3 nivel del pabellón C, y desde ahí el plan llegaría a perfeccionarse.

Todos los ventiladores estaban bloqueados, pero había uno en el techo de uno de los comedores que solo una barra lo protegía. Y ese podía ser el comienzo de su gran escape.

–Clifford, lo llaman en Psicología.

El asesino se paró lentamente y camino detrás del guardia todo el tiempo.

Ya se estaba volviendo normal esas visitas cada dos meses con la Psicóloga. Normalmente le preguntaban cosas absurdas y él las respondía sabiendo exactamente qué contestar.

No era de esperarse, ¿Cómo te sientes? ¿Piensas que perteneces aquí? ¿Extrañas a alguien? ¿Tienes pesadillas? ¿Sobre qué sueñas?

Así que él volvió a salir y a sentarse dónde había estado antes, miró las pesas que estaban desocupadas y se puso a hacer unos levantamientos.

Su respiración era agitada y el sudor caía por su pecho. Observó a Bruce haciendo saltadillas y le sonrió oscuramente.

Se acomodó el cabello y entro a su pabellón trotando levemente. A esa hora había un cierto grupo de presos sentados viendo un pequeño televisión alguna serie. Por ende había más policías en esa parte de la cárcel.

Bruce le hizo una seña al asesino y corrió muy rápido hacia él. Se agacharon cuando estuvieron al frente del espejo de doble vista y corrieron viendo el pabellón C. Observaron atentamente la celda y lo cerca que estaba del ventilador.

–Eh ¿Qué hace Bruce y su amigo aquí?

El asesino se dio la vuelta encontrándose con "La Cobra" El asesino sonrió burlón y se retiró de su sombra antes de que le pudieran avisar a los guardias.

Podía tener un perfecto escape por esa parte de la prisión, podía haber una libertar después de todo y el premio ya estaba pedido.

Bruce era padre, tenía una pequeña hija llamada Violett y era su razón. Aunque también era cierto que había robado el carro de un congresista.

La razón del asesino era el lindo rubio, que aunque le dio un cierto punto de vergüenza confesar que se había enamorado de un chico, lo hizo. Y Bruce solo rio burlón. Y le golpeó el hombro amigablemente.

Se acercaron a sus celdas y el asesino se recostó en el sucio cartón, cerró sus ojos y pensó en las mil y una cosas que le haría al rubio cuando lo viera.

La primera, lo besaría, lo besaría tanto que ese beso pudiera cubrirle estos años en la prisión. Lo abrazaría y le susurraría cuanto es que lo había estado extrañando, y luego conversarían de temas que el rubio siempre sacaban. Podrían ir a comer ese helado que nunca comieron y el asesino podría preguntarle acerca de esa panties moradas de bordes celestes y talvez el rubio se sonrojaría. Y eso lo haría sonreír tal y como ahora lo estaba haciendo.

El rubio ahora era la sangre que recorría su cuerpo.

El asesino se pasó las manos por la cara, frustrado.

Si eso era un capricho pasajero, no habría durado tanto tiempo. Y entonces eso quería decir... ¿Es un amor real? Oh, por favor. Ni el asesino mismo se lo creía. No era simplemente amor, era una necesidad, era un anhelo y sueño estar con el rubio.

Había pasado tanto tiempo, había pasado una eternidad, y él sabía que no podía estar más tiempo sin la criatura preciosa. Así que él estaba listo.

–¿Cuánto tiempo falta para que nos cambien de pabellón?

Susurró apenas Bruce.

–Diez días.

Bruce asintió y el asesino prendió un cigarro.

Últimamente no lo estaba haciendo mucho y la gracia de relajarlo se iba en cuestiones de segundos. Su cuerpo lo necesitaba tanto.

El asesino sacó la misma hoja trazando todas las líneas que se había grabado en el otro pabellón y ubicó el ventilador. Le sonrió al Bruce y este apagó su cigarro.

Los pasos del policía se escucharon y la hoja ahora estaba debajo de un libro quemado.

–Salgan de ahí.

El asesino se paró primero y salió a hasta la gran sala. Bruce se fue hacia los baños.

Habían ciertas consecuencias si el plan no saldría bien, probablemente lo refundieran por diez años más o le daban una cadena perpetua. Pero estaba seguro que no pasaría por que él quería el premio, él quería al rubio.

After The Killer [Muke Clemmings]Where stories live. Discover now