Veintitrés

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Los días anteriores.

Sus ojos se desviaban constantemente hacia el rubio, recién se había duchado y su cuerpo estaba fresco, su rostro con barba de hace unos días y su cabello mojado y desordenado.

Y tenía una constante excitación por solo verlo con unos bóxer grises. Estaba cocinado la cena y desde la sala podía ver el collar colgando de su cuello con la letra m.

—Bebé ¿puedo poner la película de Michael Jackson?

—¿Otra vez?

—Por favor.

—Esta bien —dijo con una sonrisa hermosa.

El asesino también sonrió y le hubiera tirado un azote en el culo de no ser por que él estaba en la sala.

La película comenzaba y el olor a verduras frescas friéndose le llenaba la nariz. Su cabeza se apoyaba en el sillón.  

Ahora el rubio en su vida se había convertido como en los mejores discos de vinilo que había podido escuchar. 

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Él recordaba todas esas noches que se sentaba en su cuarto de música y reproducía un poco de todos sus discos para calmarse, para sentirse en paz, para encontrar esa tranquilidad que no tenía a menos que pasara una navaja en el cuello de un malnacido. Y ahora todo lo que tenía que hacer era estar con el rubio, verlo dormir o levantarse, verlo reír o leer, verlo llorar o sonreír, y sentía todo lo que quería y mucho mejor.

Lo mejor de todo, era que se sentía vivo, se sentía diferente y útil.

Se sentía que era bueno para algo, era bueno para amarlo.

Esa necesidad de matar para sentirse satisfecho se iba si estaba con el lindo niño de ojos azules, y tal vez él le hacía bien.

—¡Ya está servido!

Michael se paró perezosamente del sillón que literalmente ya tenia su nombre en el. Caminó despacio hasta la cocina observando a su rubio de espaldas.

Habían tenido sexo en esa cocina docenas de veces. Que irónicamente tenia miedo de que alguna mujer entre a su hogar y salga embarazada. Rodeo sus brazos en su cintura y beso sus hombros, él olía a todas esas cremas de frutas que se echaba después del baño, que hacían al asesino volverse loco.

Ambos cenaron en risas, con las piernas entrelazadas bajo la mesa y con las manos acariciándose de vez en cuando.

Esta vez lavar los trastes le tocaba al asesino quien se quejó, pero sin embargo lo estaba haciendo mientras el rubio veía atentamente la película.

El asesino desviaba su vista a la televisión, por que le encantaba el intro de esa canción.

Se lavó bien las manos cuando acabó y se sentó al lado del rubio. Las luces estaban apagadas y el televisor brillaba solo en ellos.

La canción Smooth Criminal empezó por su intro y el rubio suspiró y agarro ese sombrero que el asesino había comprado por que se parecía mucho al que alguna vez su papá tuvo.

—Oh, desearía poder bailar como él.

El rubio se acurrucó en el pecho del asesino, haciendo que el sombrero se le caiga y el asesino lo atrapara entre sus dedo ágiles, poniéndoselo como el mismo Michael.

—Yo podría enseñarte.

El rubio alzó su cabeza y vio al asesino sonreír tan coqueto tan sensual que lo hizo excitarse al escucharle solo respirar.

—¿Te sabes la core-

—De todas las canciones que presentó en cada uno de sus shows.

El asesino quiso gemir de sorpresa por esa excitación tan extraña y placentera y asintió casi inmediato.

—Enséñame, sí. Sí, enséñame.

El asesino se paró del sillón y el rubio subió el volumen del televisor cuando la canción estaba ya por comenzar. Se puso una chaqueta negra de cuero que encontró sobre el perchero y empezó.

Todo de su cuerpo empezó a moverse como las tantas veces que lo hacía con su papá, tratando de impresionar a mamá. Sus brazos, sus piernas, sus hombros y sus dedos no dejaban de chocar con el sombrero. Esa canción nunca se la pudo conocer mejor.

Y esa canción nunca le cayó mejor a alguien. 

El rubio estaba fascinado, no sólo por los pasos de baile que nunca pensó que el asesino sabría. Si no por la luz de la ventana que caía solo en él y lo hacían ver como una sombra. Con las sonrisas y mordidas de labios hacían que el rubio estuviera cerca al cielo. Y esa habilidad extraña de bailar y moverse por donde sea sin que el sombreo negro se caiga.

Los pantalones ajustados y negros le quedaban jodidamente bien y pensó que su nariz comenzaría a sangrar. 

El asesino tuvo miedo de hacer eso, pensó que el rubio se reiría y todo terminaría siendo vergonzoso, pero sólo se dejó llevar, como normalmente lo estaba haciendo. Y se sentía alagado por la mirada tonta del rubio hacia él.

El rubio tiró la cabeza hacia atrás cuando el asesino empezó a mover su pelvis agarrándose el pene.

Hizo las mismas poses memorables de Michael Jackson y el rubio parecía que la presión se le hubiera subido de la nada. Y se juró que no había otra cosas más excitante que el asesino bailando.

Parecía que estuviera viendo a una verdadera estrella del pop y su bóxer empezaron a sentirse incómodos, y como si hubiera nacido para ello, grito un fuerte "¡Ouww!"

Su cuerpo no dejaba de moverse y de su rostro solo podía observarle la boca.

La canción empezaba a terminar con el instrumental y el asesino se acomodó el sombrero, abotonó la casaca de cuero y empezó a caminar hacia el rubio de una forma lenta y segura con un poco de movimiento relajado, y por supuesto con unas ganas inmensas.

El rubio se paró tan rápido que sintió un pequeño mareo, el asesino pegó sus rostros juntos y no lo besó, estaba jadeante y con las mejillas rosadas. 

Sus labios se desviaron a su mejilla y el rubio agarró su brazo, haciéndolo que lo mirara a los ojos, apartando de a pocos el sombrero negro. Sus ojos se notaban impresionados y derramando una admiración que él pensó que no se la merecía.

—Fóllame, Michael. Fóllame, ahora.




After The Killer [Muke Clemmings]Where stories live. Discover now