Siete.

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–Es en la calle de aquí, pero como a tres cuadras, señor.

–Está bien, gracias.

Se le hacía natural y mecánico el acento inglés, no tuvo problemas. La universidad estaba cerca de él por lo visto y sentía sus pies más fríos de lo normal.

Sabía que no vería al rubio con sus cuadernos en la mano a la primera, así que en su cabeza descarto esa idea de novela románica. Y apresuró el paso.

Sus maletas las había dejado en el hotel de 15 dólares el día.

Y abrigo largo y negro o hacía ver un Londinense más.

El olor a tabaco y mentol lo acompañaba.

Observó con cautela la gran universidad, había un guardia en la puerta y sus músculos se tensaron.

Miró para todos lados sin necesidad de mover toda su cabeza, entro al gran campus y esperó a la secretaria que se encontraba hablando por teléfono y escribía en el teclado ruidosamente.

Había unos cuantos adolescentes caminando, conversando y riendo en todo el lugar, lo cual le pareció normal. Pero ninguno era su rubio.

Él podía mirar hacía largas distancias, lo cual no se le complicaba identificar al rubio.

–¿Se puede dejar correo a los universitarios?

–Por supuesto ¿desea dejar alguno?

–Por favor.

El asesino había sacado una pequeña carta, con bordes azules y una figurita de la bandera europea en este sobre casi transparente. Solo decía una oración, que esperaba que el rubio lo entendiera.

"Te veo a dos cuadras al oeste de donde estás. A las 4, primor.

-MC"

Se mordió el labio y se sonrió a la señorita con una labial rojo muy potente.

Salió de ahí no sin antes volver a mirar a sus alrededores, talvez tenía suerte y podía encontrar a su precioso rubio.

El asesino se sentía como un noble caballero—lo cual no era para nada cierto—rescatando a su príncipe de un castillo grande y rodeado de monstruos. Tan solo pensar en el rubio lo hacía sentir de esa manera.

Pero sin embargo no sonrió.

Y avanzó con las manos escondidas en el abrigo, soltó el aliento y se divirtió con el vapor saliendo de su boca.

Talvez podía comprar un libro o un disco o incluso hasta una revista para estar a tanto, no supo qué día era hasta que vio la fecha en el pasaje de su viaje.

El asesino había agarrado un folleto de la universidad con un pequeño mapa y una información elemental. Pensó que funcionaría, era las 9 de la mañana y aún faltaba una eternidad para ver al rubio.

No se dirigía hacia ningún lado en específico, no conocía nada acerca de esa ciudad que no fuera de la esquina del hotel hasta donde estaba ubicado la universidad, y las demás cosas que no estaban involucradas con el rubio, realmente valían mierda.

Así que ¿sería raro quedárselo esperando todo el día sentado en el parque?

Probablemente.

Sus ojos vagaban constantemente de persona en persona preguntándose una y otra vez acerca de sus vidas, no era como si a él realmente le interesara. Era psicólogo y su defecto más grande era analizar a cualquier persona.

Sentía un pequeño calor interno de saber que estaba a pocas horas de reencontrarse con el lindo rubio después de tanto tiempo. O se sentía como a un niño antes de entrar a Disneyland.

Froto sus manos creando un calor en estas.

Pero tenía que comer y talvez tomar un té.

En los periódicos salían muertes, asesinatos, suicidios y maltratos. Al parecer nada había cambiado en general, la televisión solo pasaban una que otra cosas de unos cantantes.

Los cafetines de Australia siempre tenían pintadas olas o había una música relajante en el fondo, pero en esta vez la música quería hacerlo llorar al asesino.

Había comprado un pequeño regalo para el rubio, y estaba tan emocionado por ver su rostro.

Era una cadena no tan larga pero si su rubio seguía pequeño le quedaría por el ombligo—sonrió levemente pensando en él—tenía la letra de su nombre tenía una pequeña "m" y junto a su corazón colgaba una cadena exactamente igual solo que con la letra "l".

Y por un momento quiso tirarlas a la basura, esas estúpidas cosas eran demasiado cursis. Pero esa pequeña emoción en su estómago le hacía valer mierda su orgullo.

Aún no eran las cuatro, pero el asesino ya se encontraba en el parque oeste. En el lugar que él estaba sentado pasaba una anciana con una pequeña carreta vendiendo flores, el asesino compró una rosa azul, porque pensó que le gustaría.

Y volvió a sentarse, aún faltaban unos minutos y el asesino trataba de esconder su gran sonrisa.

¿Qué pasaría si lo veía ahí? ¿Correrían en cámara lenta? ¿Se sonreiría el uno al otro? ¿O se abrazarían?

La adrenalina corrió por sus venas de un momento a otro cuando lo observó, sintió su cuerpo caer en un abismo espacial, estaba tan alto, estaba tan lindo.

La mirada del rubio vagaba de un lugar otro, tratando de encontrarlo.

El asesino se paró del asiento de una madera pintada de inmediato, e intentó correr hacia el rubio.

Parecía como que un barco gigante estaba navegando en su garganta, y de pronto tiran el ancla golpeando muy fuerte su corazón y llevándolo hasta su estómago.

¿Quién era esa persona que le estaba tapando los ojos? ¿Quién era esa persona que lo abrazaba?

¿P-Por qué ese chico... lo estaba besando?

After The Killer [Muke Clemmings]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora