Veintisiete.

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Sólo estaba acostado, acostado sobre esa camilla, y habían muchos cinturones apretando sus extremidades. 

Era una pequeña habitación oscura con unos cuantos focos colgando y un olor bastante raro, y se parecía demasiado a la silla de tortura que él una vez creó.

Habían unos espejos en medio de las paredes y él sabía que era par un público espectador allá afuera y sólo esperaba que su hermoso rubio no estuviera ahí. 

Había una especie de médico administrando una inyección que él le resto importancia.

Lo único que venía a su mente eran recuerdo, recuerdos muy felices.

De él mismo y el rubio sonriendo como dos adolescentes.

Sus ojos miraban la escasa luz y él sólo pensaba en todas las cosas que le habían ocurrido, pensaba en cuán feliz estuvo, a pesar de que no se lo merecía. Su mente tal vez ayudaba a calmar esos nervios que sentía.

Podía ver muy claro los ojos del rubio y ese brillo que sólo él observaba todas las mañanas. 

Su mente era una cinta de recuerdos, y sus ojos deseaban estar cerrados para no ver las pequeñas parábolas a su alrededor.

En las mayorías de estas estaba el rubio sonriendo tanto que su nariz llegaba a arrugarse y eso era realmente adorable. Pero no había otra cosas mejor que él en su mente ahora mismo.

No se sentía nervioso, pero se sentía un poco incómodo y tal vez un poco triste.

Vaya, estaba a punto de morir y bueno, no tenía nada más que hacer.

Sentía un pequeño nudo en la garganta cuando escuchó unos gritos fuera de la habitación que le pareció tan familiar. 

Sus ojos miraban a la nada y su piel podía recordar el dulce tacto del lindo niño en esta, sus nervios se despertaron cuando las miradas de las personas que estaban en la pequeña habitación se centraron en él y en el doctor.

Era como unas líneas de tiempo que transcurrían al rededor de él. Se sentía realmente diferente ahora, era como si se encontrara pacífico y su cuerpo no pudiera reaccionar. O tal vez haya sido ese tranquilizante que le dieron hace unos minutos.

Dejarlo solo a su rubio era el pero sentimiento de culpa que alguna vez pensó tener, se sentía realmente miserable ser la persona que lo deje, por que el rubio siempre fue todo lo que el asesino no se merecía y se sentía realmente agradecido por haberlo tenido con él tanto tiempo. 

Ahora ya no recordaba exactamente el color rubio del cabello de su niño, pero recordaban que brillaba como el mismo oro bajo el sol.

El doctor-o un asesino- le ajustó el brazo con unas ligas transparentes, y frente a él salieron números rojos.

0:10

Oh, era una cuenta regresiva.

0:09

No le serviría eso de cualquier manera sentía que se moriría. Quería llorar y gritar, dejarse llevar por el instinto furioso que lo rodeaba cuando estaba en una situación complicada, pero sin embargo no reflejaba ninguno.

Sus ojos se cerraron y unos gritos que sólo rogaba que no fueran los del rubio se escuchaban tan lejanos. 

0:05

No tenía una camiseta puesta y no podía sentir sus pantalones negros en ese momento.

Vio la cara de unas enfermeras a su lado, y reflejaba una pena satisfactoria. Pero él se sentía muy relajado. 

0:03

La mirada del médico estaba fija en el y sin contar con el pitido constante, sintió la aguja meterse en su piel.

Su brazo empezó a adormecerse.

Sus ojos derramaron unas lágrimas y sólo cerró los ojos.

Deseaba que su rubio a dónde quiera que se encuentre- y él solo deseaba que estuviera lejos- que pudiera escucharlo decirle que lo amaba y que a este paso nunca lo olvidaría. 

Había vivido una de las mejores etapas de su vida, cómo toda persona que hizo un mal nunca la iba pasar del todo bien al final del día.

Su cuerpo se sentía muy pesado y los latidos de su corazón se estaban acabado y por un momento pensó que si el rubio lo besara justo ahora sus latidos volverían a la normalidad.

Otro grito muy fuerte tanto que se escuchaba.

Su respiración era complicada de realizar y se sentía como una bola muy pesada creciera dentro de su cuerpo.

Oh, Luke. Te amo mucho.

Su cuerpo empezó a temblar convulsionando fuertemente.

Recordaba sus ojos azules, los diferentes tonos que tenía y sus labios cuando decía que lo amaba.

Recordaba sus manos entrelazadas y su labios juntos.

Y ese era su fin, y tal vez era verdad, era un asesino que un par de ojos azules terminaron matándolo. 



After The Killer [Muke Clemmings]Where stories live. Discover now