La última cita

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Louise lleva viendo la puerta de la entrada de la casa por treinta minutos. Tiene miedo de cruzarla, entrar ahí, verlo, y dar marcha atrás a todo lo que ha trabajado, a lo que con lágrimas y noches sin dormir ha concluido.

Se pregunta cómo es que la vida la ha llevado a tener temor de entrar a su propio hogar y de hablar con su esposo. Se pregunta cómo terminó en aquel palacio blanco de varias hectáreas que, a pesar de su gran tamaño, se siente como una vil prisión.

Se dice a sí misma que está segura de que lo sigue amando, verlo dormir a su lado le sigue generando tranquilidad y placer, pero ese mismo amor la está matando, porque sabe que, finalmente, siempre se irá y puede que nunca regrese.

Comienza a analizar el concepto de la guerra, comienza a preguntarse si pelear por la patria justifica la ausencia de un padre y sus respectivos traumas en la vida de las esposas y los hijos. Se pregunta si realmente existe una patria.

Después de continuas respiraciones y el gran sorbo de una botella que contenía poco refresco y mucho alcohol, se dice a sí misma que deje de pensar en temas que realmente no le importan. Se logra armar de valor y cruza la puerta.

Christopher voltea a verla inmediatamente y le sonríe, la ve tan hermosa como la primera vez que la conoció, sin embargo, el cansancio que puede ver en su rostro lo sorprende. Está mucho más delgada, su piel se ve algo pálida, pero esos ojos verdes siguen teniendo un brillo que es capaz de nublarle el juicio a cualquiera.

Se acerca hacia ella y le da un beso en la boca, la toma de la cintura y deja su nariz sobre su cabello para confirmar a través del olfato que el olor de aquella cabellera sigue resultando fascinante. Aunque Louise le regresó el gesto, hubo algo extraño, fue evidente que el acercamiento le incomodó.

—Solo Dios sabe cuánto extrañe a mi chica... —dice Christopher notando que tiene la mirada de las otras tres mujeres de la habitación—. Perdón, a mis chicas; saben que ustedes también lo son.

Christopher trata de seguir con el abrazo a su esposa, pero ella le quita las manos. Nuevamente, trata de no darle importancia y continúa.

—Hemos tomado un desayuno perfecto, Mary no pierde el sazón, deberías sacar tu recetario, serías famosa. No estoy jugando, podríamos hablarlo con Eric —les dice Christopher dándose cuenta de que es el único irradiando felicidad y que el nombre que acaba de mencionar fue una clara bomba de incomodidad en la cocina.

—Lo supuse, me ha salvado desde hace un año. Es una auténtica y verdadera superheroína, tú eres la que deberías salir en los noticieros, mamá, deberíamos comprarte una capa —responde Louise y Christopher detecta la dureza con la que fue hecho ese comentario, pero no puede dejar de estar feliz por verla.

—Christopher, ¿podremos salir solos a caminar al muelle? —pregunta Louise sirviéndose una taza de café.

Que lo haya nombrado como Christopher le provoca inquietud al hombre, a menos que haya un enojo de por medio, nunca le dice por su nombre. Se pregunta si será otro embarazo, tenía la misma expresión cuando se enteró de que estaba embarazada de Laysha, pero luego recuerda que es imposible, ha estado lejos de casa más de un año.

—Claro, nena —Christopher toma la chaqueta—. ¿Tenemos un muelle? —Louise asiente.

—Solo tengo que hacer unas llamadas.

El comentario enfurece a Louise, recuerda que durante diecisiete años todo se ha decidido con base en él, todo ha sido como él ha querido, todo se pospone hasta que él llegue, todo se hace como él quiere, todo se trata de él.

—¡No, Christopher, debe ser ahora!

Louise suelta la taza con fuerza en la mesa y lo mira fijamente, no confía en si podrá seguirse armando de valor más tiempo.

Las mujeres del héroeWhere stories live. Discover now