Confiando en desconocidos

9 5 8
                                    

Louise ha logrado dormir un poco más de lo habitual, pero eso no implicó que despertará con la sensación de estar descansada. Siempre su primer y último pensamiento del día trata sobre calificarse como la peor madre del mundo por sus últimas decisiones.

Tiene un temblor en las manos que no se le ha quitado desde el momento en que dejó su casa, sabe que en cualquier momento puede perderlo todo, tiene una urgencia de salir de aquel lugar. Todavía no tiene la certeza de que el plan esté funcionando. Algunas enfermeras parecen darle señales, pero sabe que ninguna es clara e irrefutable.

Recuerda el día en que esta locura de plan comenzó. La contactaron por primera vez, fue un mes después que encontraron una bomba en el casillero de Pam. Le dijeron que estaban seguras de que pasaría otra vez. Al principio les pidió que no la buscarán.

El momento en el que decidió creerles fue cuando le dijeron que su padre corría peligro. A la semana murió. De las opciones que tenía, el creer en la palabra de un grupo de mujeres misteriosas que le ofrecían una salida fue la mejor.

Le prometieron que le devolverían el control sobre su vida y que se asegurarían de que sus hijas quedaran bajo su cargo, ya que Eric y su gente tenían como siguiente plan: alejarlas de ella para así tener algún tipo de control sobre Christopher.

Le dijeron que tarde o temprano le ofrecerían irse lejos, lo cual lo iba a poder hacer por las buenas o por las malas. Si lo hacía de manera voluntaria, tendría la ventaja de hacerlos pensar que tenían el control y, por lo tanto, no tener en mente un plan para un escenario no planeado.

—Buen día, Louise. ¿Cómo te sientes el día de hoy? —le dice un hombre con bata que ingresa a su habitación.

Louise no responde, se queda mirando a la pared, está harta de interrogatorios inútiles y tediosos.

—Bien, veo que el día de hoy no te apetece hablar. Pero yo debo contarte algo importante. Te hemos realizado algunas pruebas durante tu estadía aquí, y según diagnósticos realizados, se concluyó que, por tu salud, lo mejor es que te quedes algunos meses por acá.

—Supongo que puedo decir que no. Finalmente, yo ingresé aquí por voluntad propia. Supongo que la salida se hace de igual forma.

—Verás, Louise, no estás en posibilidades de hacerte cargo de dos menores de edad por el momento; estás muy enferma.

—Gracias por su desinteresada sugerencia, pero no me siento cómoda aquí, me gustaría regresar a casa.

—Bien, ¿por qué no vengo más tarde para que puedas digerir un poco la noticia?

—¡No necesito hacerlo, genere mi trámite de alta!

—No puedo hacer eso con una paciente que considero que necesita ayuda.

—Pagué por estar aquí, déjese de tonterías y hágalo.

—Bien, necesitaré que firmes algunos documentos. Haré que los traigan a la brevedad.

Louise sabe perfectamente que ese doctor tan solo cedió porque sabe que tiene el control.

Louise siente que va a desfallecer, tiene el profundo y hueco presentimiento de que no volverá a salir.

Quizás los documentos que le lleven tengan una trampa y la hagan renunciar a todo. Su mente es invadida por el escenario de que quizás ellas mintieron y finalmente eran personas que trabajaban para Eric, pero su corazón alberga una última esperanza de que van a interceder por ella, su madre y sus hijas.

Una lágrima brota de sus ojos, quizá van a inventar que murió o que se fue con otro hombre. Sabe que es más factible el segundo escenario, porque sabe perfectamente que en el primero, Christopher no pararía de buscarla, o eso quiere creer. A la salida del doctor entra una enferma de pelo castaño y lentes, le dice que suba a la silla de ruedas, que la llevará a que le realicen una resonancia magnética.

—Ya me han hecho una, bola de imbéciles, ¿ahora quieren hacerme dudar de mi capacidad de caminar? —responde Louise rota en lágrimas.

—Lo sé, querida, solo sube a la silla —dice la enferma con una sonrisa siniestra en el rostro.

Las mujeres del héroeWhere stories live. Discover now