Cuando la marea baja, viene el tsunami

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Louise lleva unos minutos levantada, al parecer el medicamento que le recomendaron para el sueño estaba teniendo buenos resultados. Aunque lleva más tiempo tomándolo de lo que se lo habían prescrito, ha decidido aceptar las consecuencias de seguir consumiéndolo.

Toma un baño con agua hirviendo y por primera vez se fija que su atuendo sea vea lindo, un pantalón negro con tacones del mismo color combinado con una blusa verde que le fascina. Se dice a sí misma cómo extraña tener cabeza para preocuparse por sentirse bella.

Cuando estaba a punto de ir a encontrarse con Greta, decide tomarse unos minutos para ir a comprar un café a un lindo restaurante que está enfrente de donde se está quedando. Llevaba días echándole un ojo, pero el miedo de que la reconocerían la hacía siempre retractarse, pero hoy es diferente.

Pide un latte helado, tal y como lo hacía cuando era apenas una periodista recién egresada. La simple sensación de recordar es suficiente para sacarle una sonrisa. Solo se dice que falta el rico baguette, pero al ver los precios y asumiendo la responsabilidad de lo que implica pelearte de manera pública y directa con tu fuente de ingresos, decide que con el café basta.

Disfruta ver a la gente pasar caminando, viviendo su rutina; algunas con perros, otras con atuendos deportivos y audífonos, incluso pudo ver unas pequeñas personitas cruzar la calle con lo que parecía su maestra. Al parecer, nadie logra reconocerla y todo el mundo parece estar tan ocupado con su propia realidad que no le resulta atractivo voltear a verla, lo que la inunda de paz y de una pequeña felicidad.

El primer sorbo de café la traslada directamente a la primera semana que vivió en una gran ciudad. Tenía tantos miedos, pero su pasión por el periodismo era más grande. Dejó a su familia a pesar de que no estuvieron de acuerdo con que se fuera sola, pero su padre siempre aceptó que había tenido una hija obstinada y terca incapaz de dar un paso atrás.

Al paso de dos años, parecía que la joven de provincia había desaparecido. Odiaba el tráfico, pero adoraba su rutina: el café para iniciar, tomar su bicicleta para llegar al trabajo, llegar a su escritorio y ver un orden implacable, abrir su computadora, comer cualquier cosa que encontrara cerca del trabajo porque nunca desarrolló habilidades de cocina, salir con sus amistades o algunos pretendientes y dormir sabiendo que volvería a repetirse al otro día.

Ese sueño duró un par de años, ya que después conoció a Christopher y su vida no volvió a tratarse sobre seguir sus pasiones. El primer embarazo fue, sin duda, un descuido de ambos, y aunque Louise frente a Christopher se declaró como la persona más feliz por lo que había sucedido, varios meses lloró por las noches a escondidas, ya que sabía que el momento de la chica provinciana detrás de un sueño había acabado.

Quisieron repartir roles, jugar a una paternidad y maternidad deseada y presente de ambos. Al principio, Christopher cuidaba de Pam por las mañanas para que Louise pudiera ir a trabajar, sin embargo, la realidad se sobrepuso, su esposo comenzó a ser nombrado en todos lados, debía ir a una plática aquí y allá, y a al cabo de unos años terminó siendo mamá de tiempo completo y periodista ausente.

Se pregunta en dónde habrá quedado su computadora que respaldaba el baúl de recuerdos sobre su gran potencial, está segura de que se quedó en la casa, pero tras lo sucedido no sabe si volverá a tocar ese piso. Al trasladarse al pasado se queda mirando un punto fijo, el cual es ocupado por una mujer, que al paso de unos minutos se incomoda y le grita, lo que devuelve a Louise al momento presente.

Parecía que, dentro de la tempestad, estaba teniendo un espacio de tranquilidad en el refugio de sus pensamientos y siente algo de rencor amargo con aquella mujer por haberle quitado tal placer. No sabe cuánto tiempo estuvo divagando en su cabeza, pero al tomar nuevamente el teléfono se da cuenta de que Greta está insoportable.

Su preocupación comienza cuando ve que le ha enviado una foto de ella sentada en el lugar donde está, por lo que confirma que hubo gente que la reconoció. Sin embargo, el desastre estaba por comenzar. No sabía que al ingresar al enlace que le habían enviado, se daría cuenta de que no conocía en lo absoluto a su esposo. No sabía que su mundo se rompería aún más. Sabía que para Greta sería un triunfo, pero para ella significaba un grado de decepción del que no hay retorno.

Su primer instinto fue llamar a su madre para que evitara que sus hijas pudieran acceder a los videos, pero sabía que de nada serviría. Sus ojos se llenaron de lágrimas y aunque quiso evitarlo, quería llamar a Christopher, pero lo tenía prohibido y sabía que esta llamada podría arruinar más las cosas, ya que él la pondría como principal sospechosa de la difusión de aquel contenido.

Más que consolarlo quería una explicación, quería una maldita explicación de cómo un padre de dos hijas pudo haber hecho eso. Quería maldecirlo y decirle que se merecía que se pudriera, y aunque quiso negar el pensamiento que se le vino a la cabeza y esconderlo el fondo de su alma, se dijo a sí misma que quizás se merecían lo que estaba pasando.

Todas las personas a su alrededor fueron testigos del grado de sufrimiento que padecía Louise, por más que intentó, no pudo hacer su llanto silencioso y, a pesar de que la mayoría optó por ignorarla o incluso alejarse del lugar, una mujer que estaba haciendo aseo común de la calle corrió a consolarla, y en cuestión de instantes estaba abrazándola como una madre abraza a su hija.

Las mujeres del héroeOnde histórias criam vida. Descubra agora