Capítulo 21

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Logan

Tenía diez años cuando mi padre me golpeó por primera vez.

Lo recuerdo todo. El día, la hora, la fecha, el lugar. Un recuerdo que jamás desaparecerá de mi memoria, aunque lo intente. Siempre será una jodida marca que tendré de por vida.

Todavía me resta en la memoria la viva imagen de su puño contra mi mejilla. Recuerdo el dolor inmenso que sentí en la mandíbula, la sangre que brotó por mi boca, el mareo que me dio al instante en que lo hizo y las lágrimas que se deslizaron por mis mejillas. Recuerdo la confusión, la culpa y el temor.

No es la primera vez que me golpea. Ya no sucedía tan a menudo, hasta el día de ayer.

La primera vez que lo hizo, papá me había golpeado por perder en el torneo de esgrima. Lo había dado todo en ese jodido torneo. Sin embargo, no gané y el señor Castel lo hizo ver como el peor fracaso del mundo. Cuando anunciaron al ganador, la mirada de papá fue lo más traumatizante del mundo. Como si le hubiese fallado. Como si no hubiese hecho nada bien.

Estaba demasiado confundido con aquella reacción. Pues había sido lo primero que hizo al llegar a casa. Golpearme. No paré de llorar toda la noche y al día siguiente temía de hacer algo incorrecto frente a él. Mamá nunca dijo nada. Solo podía desahogarme con mi abuela. La madre de papá.

Y así fue por el resto de mi infancia.

Desde que tengo memoria, todo en la vida ha sido planeado para mí, desde la cuna hasta el lugar donde vivía antes de la universidad. Lo que me parece un mierda. Mi vida antes de los diecisiete, no era más que una máquina de autocontrol. Bien pulida en la que me enseñaron a ser lo más eficiente posible, sin darme tiempo para pensar, sentir o soñar sobre lo que realmente quería en la vida.

Mis padres siempre me inculcaron desde pequeño que debía ser correcto, pues mi vida nunca fue completamente privada. Por todas partes había cámaras, personas y audiencia. Me inculcaron que no debía desvelar mis sentimientos, no podía permitir que mis semejantes los conocieran porque así podrían descubrir tus puntos débiles.

Si lo hacía, me atacarían y eso es algo que un Castel no puede permitir.

La gota que derramó el vaso, fue cuando a los dieciocho años quemé su deportivo favorito. Ya estaba harto. Necesitaba desahogarme, a pesar de ser un acto caótico. Ese día me entere de la peor pesadilla. Papá había internado a la abuela en un hospital psiquiátrico, pero no uno exclusivo, un hospital cualquiera donde maltrataban a las personas, violentaban y les daba el peor trato. Era algo que yo no podía permitir. Así que comencé generar mis propios financiamientos en trabajos con algunos contactos y así, obtuve el dinero para darle una mejor vida y hogar a la abuela.

En estos últimos años, la mayor parte de mi financiamiento se va en mi abuela. Y no me arrepiento en lo absoluto. Creo que se merece un buen trato y estar en un lugar adecuado para ella. Pago lo que sea para que la abuela sea bien tratada, tome sus terapias, tenga todas sus comidas y este en un buen lugar. Ella merece mejorar y yo estoy dispuesto a hacer lo que sea.

Cueste lo que cueste.

Pensando en todo, muevo la nuca, estresado. Hoy ha sido un día solitario. Un domingo de bajón. Realmente lo necesitaba. Y aunque me muera por verla, no puedo. No quiero arriesgarme ni mucho menos perjudicarla. No ahora. Me duele, pero así tiene que ser. Ni siquiera mis amigos pueden distraerme del hecho de que mi vida justo ahora se siente como si no tuviera mucho sentido.

Solo quiero irme a casa. Quiero tomar las llaves de mi convertible y viajar a Como. Llegar a casa y estar con Delle. Escuchar su bonita voz y ver el verde claro de sus ojos. Sin embargo, no puedo.

Querida, DelleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora