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Molly

No sé siquiera cómo mis piernas andan caminando por el azulejo del aereopuerto de New York, ayer bien tarde en la noche reservé un vuelo hacia Ontario. Lo mejor es volver allá por un tiempo, dejar a mi hijo con su padre que necesita de él y alejarme también de Max. Pensar las cosas es lo que debí hacer, pues desde que Tohbías regresó a mi vida solo se ha virado todo al revés.

Pero dios, ¿por qué es tan difícil dejar a mi hijo?

Sus gritos y llantos aún taladran y martillan mis tímpanos y su dolor lo siento tan latente en mí que me hace sentir la peor madre del mundo. Sin embargo su padre fue bien claro, si me lo llevaba conmigo sería la última vez que lo viese. Pero siento como si arrancasen una parte de mí al quedarse allá.

Agarro con fuerza la maleta de ruedas caminando rumbo hacia mi salida. Mis ojos aún arden y mi cabeza la siento dar vueltas.

Al final esto es justo lo que él quería en un principio. Desde que salí aquel día del hospital dejándole solo, ahora nunca nada será igual. Él no confía en mí y a pesar de que su cuerpo me desea más de lo que él mismo llegase a admitir, sé que nunca volveremos a ser lo que antes fuimos.

El infiero será más que para mí, para mi pequeño, él sufrirá nuestras consecuencias. Y si antes me sentía culpable cada día por largarme y dejarlo solo, siendo arrastrada por esa soga gruesa que me ataba al pasado, ahora las marcas no se van. Los errores que cometí no se remiendan y el que paga las consecuencias es mi hijo.

Por qué sí, yo y nadie más que yo fui la cupable. Todo esto está sucediendo por mi culpa. Abrí mi corazón a ese pelirrojo cayendo rendida a sus pies, el futuro lleno de luz y brillo se abrío ante mí. Pero no fue suficiente para luchar con tanta oscuridad dentro de mí. Tanta que ahora estoy pagando con creces. Siento el altavoz proclamar mi vuelo y voy directo hasta la fila. Creo que lo mejor es eso, aunque pese creo que lo mejor es que me marche de una vez cumpliendo el papel que mejor me queda: "Ser una maldita cobarde".

***

Tohbías

Nada hacía que mi hijo se calmara, no dejaba de llorar por su madre y ya no sabía que hacer al respecto. El día pasa volando y la ausencia de la pelirroja abruma mi sistema.

«Al final lograste lo que querías Tohbías, deberías estar brincando en un pie»

¡Joder!

Cuando lo dejo realmente dormido en la cama, pues no ha querido siquiera comer bocando alguno, salgo fuera. No son más de las cuatro de la tarde y aún así mi cabeza quiere estallar del cuello.

Camino fuera de la mansión dejándole estrictas órdenes a Lulú sobre lo que debe hacer cuando el niño despierte y es llamarme. Malcom acata la dirección que le doy y es momento de mover mis cartas, aún sin Molly no puedo seguir causándole más desgracias a mi hijo.

Y algo me dice que sino establezco esos límetes para con Alara mi pequeño sufrirá aún más. Llego a la entrada de su casa y al segundo, el portón se abre dejándome entrar. Bajo del auto y abro con las copias que tengo de las llaves, la puerta principal.

Entro y todo está tan desierto aquí que mi piel se va erizando con cada maldito paso que voy dando.

—¡Alara! ¡Alara!

Nadie contesta y hoy viernes las empleadas no trabajan. ¿Habrá salido? Busco por todos lados y nada. Subo hasta la segunda planta y tampoco la encuentro. Hasta que sigo al último sitio que me queda por inspeccionar.

AtándonosWhere stories live. Discover now