3.

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Ana 

Decidí no decir absolutamente nada de mi salida a mis padres. Les tenía confianza, aunque en vista de lo que había pasado la última vez, prefería mantenerme callada. Papá me preguntó por esa amiga, pero terminé por hacerme la desentendida, así que eso lo dejó tranquilo, o al menos eso fue lo que percibí.

Ninguno de los dos habló más durante el camino a casa, así que me permití sumergirme en mis pensamientos sobre lo ocurrido hoy con ese profesor. Quería pensar más en Leila, pero mi mente se negaba a colaborar y la hacía a un lado para pensar en ese hombre. Durante la clase se había comportado de una manera normal, con el mismo carisma que lo distinguía y diferenciaba de todos los demás profesores. Sin embargo, cuando se dio la media vuelta y por fin me permití mirarlo, noté que la letra que escribía en la pizarra era un tanto diferente, más tosca, como si estuviese molesto. Nadie lo notaba, solo yo. Me pasaba tanto tiempo observándolo que podía notar esa clase de cosas tan minúsculas.

Sí, yo tenía un muy fuerte problema con Lian Nightingale, el cual esperaba que pasara a la historia pronto. Él era casado, no sabía de mi existencia a pesar de que todos los días me veía sentada en sus clases. Por más inverosímil que fuese, jamás habíamos cruzado palabra alguna, ni siquiera en el pase de lista, puesto que su método de pasarla era mirar todos los asientos y, si uno de ellos estaba vacío, buscaba el número en su agenda. Listo, eso era todo.

Un par de veces reprobé su examen para llamar su atención, pues veía que algunos recibían sus consejos cuando eso pasaba. En mi caso, no lo hizo, la escuela me citó a hacer exámenes de recuperación con otra profesora. Yo también era casi invisible para esta, pero al menos no me hizo sentir como un espectro; se dirigió a mí de manera amable y me dijo que tomara asiento.

Menos mal que ya había decidido abandonar mi obsesión. Nunca conseguiría ni siquiera un saludo, ¿para qué me molestaba entonces? Por mi mente se pasó la idea de ya no asistir a su clase y suspender, pero luego recordé el esfuerzo que mis padres hacían por pagar mis estudios y abandoné la idea. Este era mi último año, solo tenía que soportar unos cuantos meses más y se acabaría el suplicio de ver a ese hombre. Mientras, me distraería con mis asuntos, con Leila, o con cualquier otra cosa que pasara.

Cuando mi cabeza se quedó satisfecha con eso, dejé de pensar en él y me centré en la música que papá llevaba en el estéreo. De pronto mencionó que había olvidado comprar algo en el supermercado, así que decidió desviarse del camino. No era nada anormal que tuviera estos descuidos, pero me encontraba cansada y hambrienta, así que me sentí algo irritada.

—Vamos un momento, Ana —me dijo mientras se bajaba.

—¿No me puedo quedar? —me quejé y él negó con la cabeza.

—¿Cómo podría dejar sola a mi pequeña?

—Créeme, a nadie le interesa llevarse a tu pequeña —dije con sarcasmo y cierto dolor.

Papá suspiró.

—¿Qué te sucede, hija? ¿Estás frustrada? ¿Quieres un helado para sentirte mejor? Porque podemos...

—No, no quiero helado —dije antes de bajarme. No tenía ningún sentido hacerlo, ya que conocía a papá y este no me dejaría quedarme.

Me crucé de brazos y caminé a su lado. Él no hacía intento alguno por hacer conversación; estaba muy concentrado en ese algo que estaba buscando, y aquello resultó ser unas naranjas.

—¿Podrías ir por el cereal de tu madre? —me preguntó y yo asentí, ya que no tenía nada mejor que hacer. Había olvidado los audífonos en mi mochila.

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