12.

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Ana

Seguí caminando sin detenerme hasta llegar a la estación de autobuses. Por más tentador que sonara ir a la casa de ese hombre, no lo haría. Mi lado morboso se arrepentía, desde luego, pero me alegraba que mi sensatez, esa que escasamente se podía tener a mi edad, prevaleciera en mí. No era muy fanática de las películas de terror ni de cerca, pero había visto algunas y todos estos movimientos del profesor me hacían sospechar. ¿Por qué querría llevarme a su casa? ¿Por qué demonios usaba un anillo si no estaba casado? Aquel turbio detalle me hizo creer que tal vez tendría a su esposa congelada en el sótano o enterrada en el jardín. Podía caber la posibilidad de que tan solo quisiera ayudarme de buena fe, pero no me atrevería a darle el beneficio de la duda.

Al final decidí que lo mejor sería volver a casa. No tenía sentido alguno vagar por las calles si al final no iba a ir a divertirme con mi amiga, o examiga. Estaba segura de que no querría hablarme nunca más en su vida y de que era lo bastante lista como para no arriesgar su beca por mí. Me daba tristeza el asunto, pero lo entendía; estudiar en aquel colegio era algo que solo pocos en este país nos podíamos permitir. La tasa de aceptación era cada vez más baja y más exigente, dado que la escuela estaba implementando políticas que permitieran una educación más personalizada. Los grupos que ahora tenían veinticinco alumnos por clase, se reducirían a veinte, por lo que sería mucho más difícil poder ingresar o conseguir una beca.

La mejor decisión que podía tomar Leila era alejarse de mí.

Al querer subir al autobús, me di cuenta de que cargaba con poco efectivo, así que solo podría tomar uno, y el resto del trayecto tendría que hacerlo a pie. No tuve energías para molestarme por ello, solo para temer que alguno de mis padres se me apareciera por el camino.

El autobús que quería no tardó en pasar y me subí en este. Buscaba un lugar junto a la ventana, así que tuve que irme casi hasta los últimos asientos. Un chico se levantó para cederme el suyo, pero solo le sonreí y me fui hacia el que tenía en mente.

Pero ni siquiera así me dejó de mirar.

No era una mirada propiamente acosadora, pero me incomodaba un poco. Normalmente habría estado encantada de que un chico tan guapo me mirara de esta forma, pero seguía tan nerviosa con lo ocurrido con el profesor que en ese momento no necesitaba tal cosa.

Desvié la mirada hacia la ventana y deseé tener mis audífonos para poder entretenerme e ignorar a ese chico. Mi mochila la había colocado justo al lado de mí para que nadie se sentara, pero él se levantó y vino hacia mí.

—¿Puedo sentarme?

Tuve ganas de hacer lo mismo que mi madre: ser despectiva para que se fuera. Sin embargo, me iba a culpar de por vida por hacer eso, así que retiré mi mochila y la puse sobre mi regazo.

—Hola —me saludó con nerviosismo.

—Hola —contesté con una leve sonrisa y de nuevo miré hacia la ventanilla.

—¿Por qué vienes en un autobús cuando eres de...?

—Ah, bueno, no soy millonaria —expliqué, mirando un poco el logo de mi uniforme.

—Entonces eres becada.

Me quedé callada. No quería darle explicaciones, no estaba de humor para hacer eso, por más que quisiera comenzar a hacer amistades nuevas. Todavía no lograba averiguar por qué me sentía de esa forma, por qué todo había cambiado este día.

—¿Eres becada? —insistió—. Eso es admirable, no cualquiera...

—No soy becada —lo interrumpí con tono brusco, pero él no se inmutó y sonrió.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora