5.

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Ana 

La azotea siempre fue como una especie de refugio, y no importaba si tenía una amiga, lo seguiría siendo. Leila lo había comprendido y decidió acompañarme a la hora del receso.

—¿Sabes? En mi anterior escuela también iba a la azotea para despejarme —me confesó mientras me compartía la mitad de su sándwich. No tenía demasiada hambre, pero me parecía genial compartir un almuerzo juntas—. Por supuesto que no estaba limpia como esta, pero también me relajaba.

—Las azoteas tienen algo mágico —dije riéndome, pero ella ya estaba seria—. ¿Dije algo malo?

—No, claro que no, Ana. Deja de hacer eso —gruñó.

—¿Qué cosa?

—De pensar que voy a dejar de hablarte por tonterías. —Puso los ojos en blanco—. Comprendo que te sea difícil socializar con los demás, pero no tienes que dejar de ser tú para agradarles. Ellos son unos tontos.

—Yo...

—Lo son —me interrumpió.

—¿Por qué no me cuentas de tus clases de violín? —balbuceé para cambiar de tema.

Leila suspiró y sonrió.

—Son... entretenidas.

—¿De verdad? ¿Qué canciones sabes tocar?

—En realidad no voy a clases de violín, bueno, sí, en teoría sí. —Se rio y yo la observé perpleja—. Es algo que me inventé para poder verme con mi novio, que es violinista, aunque ellos no saben eso.

—Tienes un novio —dije impresionada.

—Sí, pero mis padres no lo quieren, dicen que es un tipo sin futuro. —Hizo una mueca de tristeza—. Yo lo amo, ¿sabes? No me importa que no tenga dinero. Me gustaría que ellos vieran que es una buena persona, que no voy a descuidar mis estudios por estar a su lado.

Pese a sentir tristeza por Leila, en el fondo estaba eufórica de que me contara algo así. Era la primera vez que alguien me confiaba un secreto de semejante magnitud. ¿Acaso esta era una señal de que seríamos buenas amigas? Deseaba que sí.

—No tengo demasiada experiencia, no he tenido novio —susurré—. Creo que mis padres me matarían si lo tuviera.

—Sí, me di cuenta por lo que pasó. ¿Por qué se los permites, Ana? No eres una niña.

—No lo sé. —Me encogí de hombros—. Eran lo único que tenía hasta ahora.

—¿De verdad todos te ignoran? ¿Siempre ha sido así? —preguntó y yo sentí que mi pulso se aceleraba. ¿Podía confiarle todo eso?

—No es que me ignoren precisamente, es que... yo no me sé comunicar.

—Te estás comunicando ahora. —Arqueó una ceja.

—Bueno, es que tú me entiendes. —Esbocé una pequeña sonrisa.

—Sí, pero me resulta extraño. Me parece que eres una chica normal, grandiosa. ¿Siempre te ha ocurrido...?

—Sí. Nadie parece notarme normalmente, y yo ya dejé de intentar hablar, porque cuando lo hago se me suelta la lengua y todos me miran como si fuese una rara.

—Mmm... ¿Y si vuelves a intentarlo hoy? —me sugirió—. Tal vez solo eres demasiado tímida, te pones muy nerviosa y lo arruinas, pero eso se puede arreglar.

Pasé saliva. La idea de comenzar a hablar con alguien de pronto me puso nerviosa. No quería pasar por esa humillación de nuevo, mucho menos en este lugar.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora