36.

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Ana

Tras decidirnos a comprar todas esas cosas, fuimos a pagar. Estuve a punto de no hacerlo, ya que pude ver cómo echaban de la tienda a una estudiante que tenía un uniforme de colegio público. Sí, tal vez la chica estaba haciendo un poco de escándalo al ver los vestidos que le gustaban, pero no era como para que le negaran la compra. En cambio, a nosotras nos atendieron con una amabilidad que me exasperó.

—No volveré a esta tienda —mascullé al salir.

Las dos teníamos varias bolsas en las manos, aunque no las suficientes como para ahogarnos en ellas. Me gustaba la idea de comprar, mas no de ver los precios en las cajas. Me sentí demasiado tentada a devolver mi vestido al notar que había cuatro dígitos en la etiqueta. 

—Yo tampoco —resopló mi amiga y me alegró que lo dijera—. Pobre chica.

—Sí, parecía desilusionada —dije con tristeza—. Es muy injusto.

—¿Sabes quién está más desilusionada? Yo.

—¿Por qué? ¿No te gustó el vestido? —pregunté preocupada.

—Claro que me gustó. Lo que no me gustó es que no te compraras más cosas. Deberías exprimir la tarjeta de ese profesor. Se lo merece después de meternos en problemas con el director.

Solté una pequeña carcajada, aliviada de que el problema no fuera su vestido.

—Sinceramente, no sé qué más comprar. La tiara fue lo más elemental que necesitaba.

—Libros, debemos comprar libros.

—Mmm… Tal vez —asentí—. Pero no me gustan mucho los libros románticos ahora, quiero algo de misterio.

—Yo también amo los de misterio, así que vamos. Hay uno sobre extraterrestres que quiero leer.

Arrugué la nariz. Era fascinante el tema del universo y otros planetas, pero en aquel momento no me sentía lista para leer ese tipo de cosas. Primero quería entender qué demonios pasaba con mi vida y los misterios de este planeta.

—Solo echemos un vistazo —me sugirió.

—De acuerdo, vamos.

Las dos nos dirigimos felizmente hacia la librería, la cual no estaba muy llena. Pese a no estar muy cercana a la lectura en las últimas semanas, me invadió la paz mental al ver tantos libros de hermosas portadas y percibir el aroma del papel nuevo. 

—Ah, mira, aquí está —dijo Leila con entusiasmo y se acercó a la mesa para verlo—. Ay, no.

—¿Qué pasa?

Leila me enseñó la portada y yo me reí al ver el enorme sello de «millones de copias vendidas».

—¿Por qué hacen esto? ¿A quién diablos le importa cuánto vendió? —se quejó—. La portada es tan bonita para que la arruinen de esta manera.

—Opino lo mismo —contesté—. ¿No hay otros ejemplares?

—No, solo estos, me parece.

La simpática chica de la librería nos escuchó y se acercó a nosotras para decirnos que había una versión en tapa dura que no tenía aquel sello. Mi amiga y yo sonreímos contentas y decidimos llevar una copia cada una. Yo también tomé algún par de libros de misterio, pero ligeros y de no más de trescientas páginas.

Me habría gustado ser más bibliófila, pero no lo era y no me iba a forzar a hacerlo. Los libros que más me gustaba leer y en los que me podía perder horas eran los de psicología. El cerebro era algo único e incomprensible como mi situación.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora