34.

9.6K 1.2K 162
                                    

Ana

Mis padres no estaban cuando me desperté y bajé a desayunar. Tan solo me habían dejado una nota en donde me explicaban que habían tenido que salir por unos pendientes, que llegarían hasta el anochecer y que dejara mis platos en la mesa cuando terminara de comer. Aquello me terminó de confirmar que estaban coludidos con el profesor.

Pero no me importó. Si ellos hacían todo cuanto decía ese hombre, era obvio que yo no les interesaba en lo absoluto. Tal vez nunca me habían querido y habían decidido venderme a él como si yo fuese un objeto. Eso me dolía en lo más profundo de mi corazón, pero ya comenzaba a resignarme a mi destino, a saber que no tenía otro lugar más que él. Tratar de sobrevivir siendo una chica inexperta no me iba a llevar a ningún lado y, siendo sincera, estaba atada emocionalmente a Lian Nightingale.

Me daba terror saber que, a pesar de ser consciente de todo lo que me estaba pasando, no era capaz de hacer algo al respecto. La dependencia hacia él cada vez se hacía más fuerte, no me sentía capaz de alejarme como antes. Y se sentía muy mal y a la vez tan bien.

No tenía escapatoria.

Desayuné sin prisas, apenas siendo consciente de que tenía que irme al colegio. En mi mente estaba trazando rutas de autobuses, pero antes de que pudiera tomarme mis pensamientos en serio y mientras bajaba las escaleras, escuché que un auto aparcaba frente a la casa. No eran mis padres, lo sabía porque reconocía el motor de su auto.

Miré los platos sobre la mesa y entorné los ojos. Lo normal era desear vengarme de mis padres por su abandono, aunque resultaba ridículo querer hacerlo lavando lo que había ensuciado. Pero sentí las ganas incluso de lastimarme. Sin embargo, respiré profundo y decidí no dejarme llevar por esos impulsos. No valía la pena lastimarme o llamar la atención. La situación ya era irreparable, jamás volverían a ser los mismos así les llorase enfrente.

Cuando estaba llegando a la puerta, tocaron el timbre. Mi altura no era suficiente para alcanzar la mirilla, pero de todos modos me mantuve en silencio, esperando a que la otra persona dijera quien era.

—Señorita Fuentes —dijo un hombre que parecía ser amable—. Vengo por usted para llevarla al colegio.

Frunciendo el ceño, me decidí a abrir. El hombre era de mediana edad y escaso cabello en la cabeza. Parecía amable, pero no quería confiar ciegamente.

—¿Disculpe? ¿Lo enviaron mis padres?

«No seas estúpida, Ana», me recriminé.

El hombre negó con la cabeza.

—No, señorita. Vengo de parte del señor Nightingale —dijo sin titubear.

Entorné los ojos ante su respuesta. ¿De verdad me había enviado un chófer? En parte me halagaba tal cosa, pero me sentía más que nada acosada.

—¿El señor Nightingale? —pregunté insegura y dudando de si esto no era una clase de trampa para hacerme soltar información.

En ese momento comenzó a sonar mi celular y fruncí los labios al ver que era él.

—¿Me disculpa un momento? —le pregunté al hombre, quien asintió con tranquilidad.

Me metí un poco a mi casa sin apartar la mirada de la puerta. Deslicé el dedo por la pantalla de mi celular para responder y entonces escuché la voz del profesor.

—Ana, mandé un conductor para ti —me informó con tono dulce—. Por favor, ven a la escuela.

—¿Cómo sabes que lo necesitaría? —pregunté.

—Te lo explicaré cuando nos veamos —me contestó, endureciendo su tono—. No faltes a la escuela, Ana.

—No lo haré —respondí—. Ya casi son los exámenes.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora