30.

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Ana

Al despertar lo hice con una sensación de emoción entremezclada con miedo. Aunque sabía que todo podía deberse a efectos psicológicos, seguía dándome mala espina la seguridad de mi profesor de que aparecería en mis sueños.

Todo lo que había alrededor de él me asustaba sobremanera y a su vez me causaba fascinación. ¿Cómo comenzar a averiguar sobre él? ¿Necesitaba pasar más tiempo en su casa? ¿Debía explorarla? Algo se me tenía que ocurrir.

Preparé con cuidado todas mis cosas para ir a la escuela, esperando que la maestra de Literatura no me regañara demasiado por no llevar la tarea. No había podido hacerla por estar demasiado cansada y me causaba temor el que ahora que la gente me notaba, ella me lo recalcara más.

No quería acabar en detención y perderme las tutorías de Lian.

Al estar en el auto, me apresuré a tratar de culminar aquella tarea. No era mi costumbre hacer eso, pero la situación ahora lo ameritaba.

—¿No pudiste hacer la tarea ayer? —me preguntó papá.

—No, fuimos al huerto y terminé cansada —le dije—. Pero ya la estoy terminando.

—Muy bien, hija —contestó.

—Papá —lo llamé.

—¿Sí?

—¿Ustedes siguen queriéndome? —pregunté.

No sabía qué me había empujado a hacer aquella pregunta, pero la respuesta me sirvió de mucho, ya que él se tensó.

—¿Por qué lo preguntas?

—¿Por qué me respondes con otra pregunta? —insistí—. ¿Dejaron de quererme?

—Hija, deja de preguntar tonterías, ¿quieres? —Se rio—. Es mejor que termines tu tarea.

—Pero, papá...

—Termina la tarea, Ana —me cortó—. No hagas más preguntas, me duele la cabeza.

—Está bien —susurré mientras volvía la vista hacia mi libro de texto.

Pasé la saliva discretamente y luché contra mis ganas de llorar. Mi rostro se estaba congestionando a causa de aquel doloroso sentimiento, aunque logré aguantar hasta que llegamos a la escuela y tuve que guardar todo.

—Quisiera que las cosas no fueran así —susurró al detenerse—. Lo siento.

—¿Qué?

—Qué tengas un buen día. —Sonrió.

—Gracias. Igual tú.

Me bajé del auto y cerré la puerta. Mi padre se apresuró a irse y me dejó de nuevo con esa sensación de querer llorar. Ilusamente, me había ilusionado con la idea de que las cosas podían cambiar después de lo del huerto.

Al darme la vuelta, Leila estaba allí, pero no me pude acercar porque una compañera me abordó. Mi amiga se despidió con la mano y se adentró a la escuela, lo que hizo que me sintiera muy mal. No parecía molesta, pero dolía que se alejara y que asumiera que estaba muy ocupada.

¿Por qué se alejaban las personas con las que de verdad quería estar?

Pese a mi molestia, no quise ser grosera y atendí al grupo que me rodeó. Todos querían que me les uniera para los preparativos de Halloween que comenzarían a realizarse luego de clases. Solo había acudido una vez y no la pasé bien debido a que nadie me habló y me sentí totalmente ignorada. El profesor Nightingale estaba allí, pero con otras personas y me alegraba cada vez que me lo cruzaba, que había sido muchas veces. Incluso en aquella ocasión me había parecido extraño, aunque por la emoción ese sentimiento de extrañeza nunca salió a flote.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora