24.

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Lian

Se había ido. Ana se había ido.

La rabia se apoderó de mí y, por más que intenté mirarla para que regresara, no lo hizo. Ella no se volvió ni una sola vez a verme, se alejó a tiempo para que la distancia la ayudara. Para mi mala suerte, no podía escapar de la escuela, al menos no sin sufrir algún castigo. Yo debía cumplir a cabalidad con todos mis contratos, esos que me permitían seguir aquí, seguir tras ella.

Odiaba todo lo que me ataba a mi estatus de profesor.

Intenté calmarme y vigilar su localización a través de mi celular. Ana y su amiga se dirigían en un autobús a una plaza, o al menos eso sospechaba debido a lo rápido que se movían. También necesitaba creer eso9 por salud mental; ella no podía correr y caerse.

Apenas y podía concentrarme. Si tan solo hubiese previsto todo lo que haría...

Ana era tremendamente impredecible a pesar de todo el control que tenía sobre ella. Su cabeza funcionaba de un modo extraño, como si todo su actuar fuesen estrategias, como si no pudiera simplemente actuar sin pensar.

Aquella cualidad podía parecer una virtud, pero para mí era el mayor de sus defectos. Habría preferido incluso que fuese menos agraciada físicamente, que no fuera tan hermosa al grado de volverme loco. Pero no, ella tenía una mente que siempre sobrepensaba las cosas, que no descansaba hasta estar satisfecha de información. Sus búsquedas en Internet me lo confirmaban: ella no confiaba en mí, ella terminaría por descubrirlo o al menos sospecharlo todo antes de que yo pudiera decírselo.

Era una mujer hermosa y lista, algo demasiado peligroso estando aquí.

Intenté calmarme y pensar en una manera de poder escapar, pero los alumnos y profesores me rodeaban como cada mañana. Dentro de mí les gritaba que me dejaran en paz, que los quería muertos a todos, aunque mantuve la calma. Era capaz de aniquilar a toda la escuela si me lo proponía; sin embargo, eso solo conllevaría problemas y yo no podía simplemente comenzar una guerra.

Claro, si es que Ana no me lo seguía poniendo difícil. Si ella lo hacía y se negaba a estar conmigo, no me importaría nada, acabaría con todos.

Ana sería para mí costara lo que costara.

***

Ana

Leila y yo bajamos unas paradas después. No estábamos tan alejadas de la escuela, pero tampoco tan cerca para que alguien nos pudiera detener. Muchas personas nos miraron extrañadas en el autobús, ya que nuestro uniforme era muy llamativo, más a esas horas, en las que se suponía que debíamos estar estudiando. Nuestra escuela se caracterizaba por la excelencia y exigencia en su alumnado, así que era muy mal visto que alguno de ellos se escapara. En cambio, era más común ver a alumnos de otras escuelas estar fuera de ellas durante la jornada.

—¿Y si te pintas el cabello de negro? —me sugirió mi amiga cuando entramos a la estética.

—¿Qué? No, nada de pinturas de cabello —dije horrorizada—. Solamente quiero quitarme lo maltratado.

—Ah, eso es aburrido —se quejó.

—No están permitidos los tintes de cabello en la escuela —le recordé.

—Pero ni lo van a notar si es un color oscuro.

—No, definitivamente no, me gusta ser rubia.

En realidad me daba igual, pero no quería cambiar demasiado. Mis padres iban a morir si llegaba con el cabello negro o castaño.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora