25.

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Ana

Lian trataba de no mirarme más de la cuenta, pero mientras nos reñían y nos sermoneaban a mí y a Leila, lo hizo. El director estaba bastante indignado y parecía que la peor parte se la llevaría mi amiga por ser una estudiante becada.

—Director Stewart —intervine y él me miró.

—No interrumpa, señorita Fuentes.

—Es que quiero explicar que yo tuve la culpa. Ella no tuvo nada que ver —la defendí.

—No, Ana, debemos decir la verdad. Yo decidí también hacer esto —dijo mi amiga.

—Pero lo hiciste porque te lo pedí —repliqué—. Si a alguien deben castigar es a mí.

—La falta la cometieron las dos —dijo el profesor, quien presentía que trataba de contenerse para no estallar—. El reglamento es claro con este tipo de cosas.

—Lo sé, las dos claramente cometimos un error —contesté—. Pero si alguien debe recibir una sanción más grave que sea yo, pues yo lo fomenté.

—No, eso no…

—Estoy de acuerdo —lo interrumpió el director—. Debemos ser objetivos.

—La señorita Fuentes nunca mostró un comportamiento parecido en todos los años en que le he impartido clase —dijo Lian—. Así que…

—¿Qué insinúa, profesor? —preguntó mi amiga—. ¿Qué soy mala influencia y que yo merezco un castigo peor?

—Nadie me ha inducido a comportarme de la manera en que lo hice —dije furiosa—. Estas son mis decisiones y las asumo. Me escapé de la escuela porque quería cortarme el cabello.

El director estuvo bastante de acuerdo conmigo, así que no hubo palabras que Lian pudiera decir para que yo me salvara de cualquier sanción que me fueran a imponer.

Me castigarían, pero al menos esta batalla la ganaría.

Lo que procedió después de aquello fue irnos al auto del profesor Nightingale, quien pagó el corte cuando yo me disponía a hacerlo. El director notó aquel gesto y levantó una ceja, pero no dijo nada al respecto y tuvimos que irnos.

Leila y yo nos mirábamos nerviosas durante el camino. Tendríamos que volver a la escuela, eso era un hecho, pero prefería no hacerlo y no pasar por la vergüenza de ser vista por todo el mundo.

—¿Tenemos que ir a la escuela? —preguntó Leila.

—Sí —dijo el director, quien iba en el asiento de copiloto.

—¿Puedo hacer una pregunta? —inquirí—. ¿Cómo se dieron cuenta de donde estábamos?

El director volteó a ver a Lian, quien siguió tranquilo.

—Las vi correr, escuché su conversación sobre el corte de cabello —dijo.

Leila frunció el ceño. A ella tampoco le cuadraba esa explicación. Sin embargo, ninguna de las dos dijo nada. Desmentir lo que decía el profesor solo nos haría alargar más las cosas y ninguna de las dos se sentía con ánimos.

Miré a mi amiga para decirle que nos mantuviéramos en silencio. Ella asintió y ninguna habló durante los diez minutos de camino, los cuales me parecieron demasiado rápidos.

Como había estado temiendo y sospechando, los pocos alumnos que estaban afuera nos miraban. En ese momento me sentí como una detenida, a la que tan solo le faltaban las esposas. Leila, por su parte, no pasaba de resoplar y gruñir. Era lógico que estuviera molesta por estar en problemas por mi culpa.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora