38.

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Lian

Ana no volvió a hablar mucho después de que le confesé mis tratos con sus asquerosos padres. Me habría que todo lo que Ana pensaba acerca de ellos fuera cierto, que ellos no la quisieran, pues aquello sería más fácil, no correría riesgos de que se arrepintieran. Todas las posibilidades siempre habían pasado por mi mente, y ahora más que nunca por todos los últimos y extraños acontecimientos. La llegada de ese estudiante era muy sospechosa y nadie del maldito gobierno se había contactado conmigo aún, ni siquiera el jodido alcalde de la ciudad.

¿Qué pretendían? ¿Quitarme todo por cuanto había luchado?

—¿Estás bien? —le pregunté a Ana mientras salía de la cocina.

Mi pequeña reina estaba en el comedor, tratando de hacer una tarea. Yo sabía que no tenía por completo la mente en ella, pero me había pedido un poco de espacio, así que no quería presionarla.

—Sí —me mintió.

—¿Por qué me mientes, mi pequeña reina? —contesté al acercarme—. Llevas media hora en la misma página.

—¿Qué más da que lo admita? Tú no vas a responder a mis preguntas. —Soltó un suspiro—. Y me siento un poco mareada, creo que la pastilla de emergencia no me vino muy bien.

—¿Qué dices? —Dejé los platos sobre la mesa y me acerqué a ella para tomarla del rostro. Ana no tenía fiebre, su temperatura era normal—. Ana...

—Estoy bien, Lian —me dijo, intentando apartarse—. No tengo fiebre, leímos que era normal.

—Pero no me gusta que te sientas mal —respondí—. Debes comer algo, te preparé la cena.

—Está bien. —Sonrió levemente.

Por un segundo se me pasó por la mente decirle toda la verdad, pero lo deseché rápidamente. Decirle todo la alejaría más. De momento ella estaba incómoda, pero aferrada a mí. Haber tenido sexo nos iba a hacer más dependientes del uno al otro debido a todas las sustancias que habíamos intercambiado. Tenía que bastar con eso por ahora. No iba a arriesgarme a que Ana luchara por romper nuestro vínculo. Sería imposible, claro, pero podría alejarse para intentarlo.

Aparté el libro de ella y lo cerré, para luego dejarlo en la otra esquina del comedor. La casa tenía muebles horribles y no pegaban unos con otros, pero no dio tiempo a conseguir otra cosa. Era la única casa en alquiler que había disponible en este sitio.

Ana pareció relajarse al ver la comida y no rechazó en ningún momento los bocados que le daba. Estaba hambrienta a pesar de haber comido todas esas porquerías en el centro comercial.

Apetito fuerte, primera señal. La concepción iba a darse muy pronto, su cuerpo estaba comenzando a cambiar y a prepararse para recibir a nuestro heredero.

—¿Pasa algo? —me preguntó con el ceño fruncido.

Mi sonrisa se amplió y le acaricié la cabeza.

—Me siento muy bien cuando comes —le respondí—. ¿Estás mejor?

—Sí, estoy mejor —dijo y de inmediato bostezó—. Pero me siento cansada.

—Debes dormir.

—Necesito hacer los deberes.

—No te preocupes por eso —le aseguré—. Yo me encargo.

—No, pero...

—Solo por esta vez —le mentí.

Me levanté de mi silla y la tomé entre mis brazos. Ana finalmente se rindió y recostó su cabeza en mi pecho. Estaba rendida sin que fuera demasiado tarde. Segunda señal.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora