26.

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Ana

Tuve que caminar unas cuantas calles para encontrarme con el auto de Lian, donde me subí de inmediato. Cuando lo hice, él me besó y me acarició el rostro. Parecía arrepentido y me temí que sus palabras no fuesen ciertas.

—Lo siento —se disculpó—. Lo siento por tratarte así, pero estaba angustiado.

—¿Angustiado de qué? —pregunté extrañada.

—Pensé que querías huir de mí, y luego te hiciste esto en el cabello.

—Fue un corte nada más. ¿Tenías que enfadarte así?

—Sí, Ana, sí —dijo alejándose para por fin avanzar—. Sabes que me preocupo por ti.

—Pues no lo parecía —repuse molesta—. Volviste a ignorarme.

—Lo lamento —se disculpó—. Mi trabajo a veces me agobia porque me muero de ganas de estar contigo.

—Pues no…

—Ana, no te dejes llevar por eso. Debemos mantener una imagen para no tener problemas.

—Pues ante el director no disimulaste del todo bien —dije de manera mordaz.

—Por eso me estoy disculpando también —respondió—. Pero tú me alteras, tu comportamiento me altera.

—¿Me estás echando la culpa? —pregunté anonadada.

—Los dos tenemos la culpa, la tenemos por la falta de comunicación.

—Eres tú el que no quiere decirme nada —le recriminé—. Yo no tengo la culpa.

Lian no dijo nada. Parecía nervioso y estaba muy pensativo. Yo también me decidí a no hablar, no me parecía el momento correcto de hacerlo, aunque tuviese muchas preguntas atoradas en mi garganta.

Cuando casi íbamos llegando a su casa, Lian buscó tomar mi mano, la cual se la tomé como si esto fuese cosa de todos los días, o sea, sin dudarlo. Aquello me hizo enrojecer y a él sonreír de una forma en que recordé lo que quería él que pasara entre nosotros.

—Lian, ¿por qué me arde cada vez que me miras?

—¿Qué?

Lian me soltó de la mano y avanzó hasta estacionar frente a su casa.

—Ana, ¿cómo que ardor?

—No finjas que no lo sabes. —Entorné los ojos—. Me causas ardor.

—Maldita sea —masculló, examinando mi cuello.

En ese momento sentí mucho miedo. Entonces mis teorías sobre tener algo estaban en lo cierto: el profesor me había puesto algo o él tenía algo.

—¿Es mucho? —indagó muy preocupado.

—Lian, ¿qué sucede?

—Te juro que te lo explicaré todo, pero por favor vamos a casa.

—No iré si no me…

El profesor me tomó del rostro y me dio un dulce beso que me dejó con la mente en blanco. Luego de eso, paró y me miró los labios con una pasión que me hizo estremecer. El deseo había vuelto de forma súbita, tanto que me pareció que él podía controlar mi cuerpo.

Cuando volvió a besarme, me quedó claro que no. Era yo la que ansiaba esto, que los dos no nos podíamos resistir estando cerca del otro.

—Ahora sí, Ana —susurró—. Tenemos una lección pendiente y no es sobre Cálculo.

—Lo sé, y yo quiero esas lecciones —dije sin pensar.

—Yo las quiero más que tú. Esta vez será dentro de nuestra habitación.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora