7.

14.2K 1.6K 184
                                    

Ana

—Lo lamento, pero tenía que hacerlo —dije cuando nos quedamos a solas, luego de que mamá se fuese llorando a su habitación tras haberme abrazado y reñido.

Sus sollozos ya no se escuchaban, pero seguían haciendo eco en mi cabeza y eran un molesto ruido de fondo. Me sentía muy culpable por hacer sentir mal a mamá, pero también por mis venas fluía aquella rabia típica de una adolescente molesta.

—¿Por qué lo has hecho? ¿Sabes que pudo haberte pasado algo, Ana? —me reclamó papá, que caminaba de un lado a otro, tras la mesa de centro.

—Solo quería café y pastel —dije en voz baja, mirando sus piernas que seguían sin detenerse.

—Café y pastel, café y pastel —murmuró y yo asentí—. ¿Y no era más sencillo solo pedirlo? ¿Por qué tenías que escapar para ver a esa chica?

—Porque el café y el pastel no lo es todo, papá —respondí, alzando la vista para mirarlo por fin a la cara. Sí, al fin tenía un argumento sólido para hacerlo—. Porque quería compañía, me siento sola, muy sola.

—Pero mamá y yo estamos contigo, cariño. ¿Por qué te sientes sola? —preguntó preocupado y vino a sentarse a mi lado—. ¿Te hemos fallado en algo?

—No, pero ustedes son mis padres. Yo... quiero amigos.

—Hija, no estás en edad de...

—¡Estoy por cumplir dieciocho años! —exclamé y me separé de él cuando quiso abrazarme—. Necesito amigos, necesito salir a divertirme. Quiero que la gente deje de ignorarme, porque eso pasa, me ignoran. Mi amiga no es como los demás, ella sí me escucha, ella...

Me llevé las manos al rostro y ya no pude contener las lágrimas. Papá se levantó de inmediato y trató de calmarme, pero yo me alejé más.

—¡No quiero abrazos! —grité y luché para subir corriendo hacia mi habitación, en donde cerré con un portazo. Cerré con seguro y me senté frente a mi puerta.

—Abre, Ana, por favor —pidió papá, tocando la puerta—. No llores, por favor, no puedes hacerlo, hija, por favor.

—Solo vete —respondí gruñendo y volví a sollozar.

—Ana, por favor, Ana, no llores. Hija, te amamos, no te sientas triste. Puedes... pedir lo que sea que te haga sentir mejor, pero no llores, no queremos que... Solo no llores.

—¿Por qué no quieres que llore? —pregunté con confusión y me abracé a mis piernas—. ¿Ni siquiera eso puedo hacer?

—Hija, por favor...

—Bien, dejaré de llorar si me dejas ver a Leila, si retiras lo que le dijiste.

—Ella no es una buena influencia —dijo con una voz más grave—. Tienes que hacerme caso, hija. Nosotros sabemos lo que es conveniente para ti.

No contesté a sus palabras, me quedé callada. Mantener en secreto mi amistad con Leila tendría que ser la alternativa. De ninguna manera iba a suplicar, pues eso solo lo iba a empeorar. No sabía mucho sobre los padres de otros, pero sí conocía a los míos y esa era su manera de proceder cuando les rogaba por algo que no creían correcto. Aferrarme abiertamente a Leila iba a resultar contraproducente, solo conseguiría que la alejaran más.

—Ana, pequeña, por favor...

—Lo voy a pensar, papá —dije, intentando imprimir un tono aún molesto a mi voz—. Esto duele, ¿sabes? Era mi primera amiga.

—Tú... Ya tendrás amigos en el futuro, solo debes ser paciente.

—¿Qué significa eso?

—Iré a preparar tu cena favorita, mi amor. Por favor, no llores, cariño, ¿sí?

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora