18.

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Ana

Las clases pasaban un poco lentas para mí. Quería que llegara la hora del receso y estar en la azotea para explicarle todo a Leila y que esta no se formara ideas en la cabeza. En realidad, cualquier idea que pudiera tener se quedaría corta al explicarle todo, pero no deseaba tener que dar muchas explicaciones, pero tendría que darlas y pedirle un consejo sobre si dejar que aquello avanzara.

Lo más racional era denunciarlo, pero algo dentro de mí detestaba la idea. Tampoco me agradaba tener una relación como tal, pues era algo muy riesgoso. Todo lo que me hacía sentir el profesor Nightingale me resultaba confuso y contradictorio.

—Ana, ¿cómo la pasaste en tu cumpleaños? —me preguntó Mirella cuando llegó por fin la hora del receso.

—Muy bien —contesté—. Me gustaron muchísimo los regalos.

Ella sonrió y se acomodó los lentes. Por un instante me recordó a mí cuando conocí a Leila, y se me estrujó el corazón. ¿Así era como la gente me veía ahora? Haber pasado mi cumpleaños no había cambiado el hecho de que la gente ahora me notara y me sonriera en los pasillos, también me incluían en las conversaciones y yo era perfectamente capaz de seguirlas sin arruinarlo.

—Me alegra que te gustaran. No sabía qué regalarte, así que pensé en esa tarjeta.

—Me encanta, muchas gracias —dije antes de levantarme.

—Oye, Ana, vamos a la cafetería —me dijo Julián, quien llegó y me abrazó por los hombros—. ¡Ay, demonios!

Miré confundida a mi compañero cuando este se alejó bruscamente.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —pregunté preocupada.

No podían ser pendientes porque nunca los usaba. Tampoco tenía ningún objeto en los bolsillos del saco.

—Estás eléctrica hoy. —Julián se echó a reír—. Me diste una descarga eléctrica.

—Dios, lo siento mucho —me disculpé mientras tocaba mi uniforme—. No sé qué pasó.

—No te preocupes, Ana —contestó—. Te quería decir si almorzabas con nosotros en la cafetería.

—En realidad tenía algo que hacer —contesté—. ¿Podría ser mañana?

—He visto que eres amiga de la chica nueva —dijo Mirella con un tono que me tensó—. ¿Crees que es buena idea? Me parece un tanto... problemática.

—No, no lo es —dije tajante y ella me miró avergonzada—. Es muy agradable, Mirella —añadí con un tono más suave.

—Lo siento, Ana —contestó—. Tal vez sería buena idea conocerla.

—Sería genial. —Sonreí—. Pero ahora debo buscarla, pasó algo.

—Deberías venir con nosotros. —Julián intentó volver a abrazarme.

Y entonces ocurrió de nuevo.

—Mierda —se quejó, y esta vez parecía más afectado.

—Julián...

—Creo que iré a la enfermería —dijo con voz débil.

—Pero...

Julián pasó por otra hilera de sillas para no acercarse a mí. Todos a mi alrededor murmuraban y yo no sabía qué hacer o qué decir.

—¿No tienes algún paralizador puesto? —preguntó una de nuestras compañeras.

—No, no tengo nada.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora