13

206 29 1
                                    

Había pasado casi un año desde que me mudé en Alemania, país que me brindó todas las herramientas posibles para terminar mi formación como psiquiatra, entrevisté casos criminales, trabajé en varios hospitales psiquiátricos y todo fue más que perfecto. Pero ya era hora de regresar a casa, y la llamada de Alana había sido la excusa perfecta.

Últimamente supe por Alana que el FBI estaba trabajando arduamente para cazar al destripador de Chessepeake, un voraz asesino que mata,destripa y disfruta exponer los cuerpos de sus víctimas como si se trataran de obras de arte. Y al parecer ahora habían atrapado al culpable.

Bajé del auto frente a la casa de mi hermana, el viaje de casi diez horas había sido una tortura. Pero estaba de vuelta en Baltimore.

Alana salió y me miró con una sonrisa, para luego abrazarme con fuerza — Estás tan cambiada, ya no eres tan rubia como antes — bromeó examinando mi cabello ahora castaño.

— Fue más de un año — murmuré — muchas cosas cambiaron.

La puerta se abrió y una jauría de perros, conté siete, se acercaron a nosotras. Muchos me olfateaban y miraban con curiosidad.

—¿Qué es esto? ¿Abriste un refugio de perros mientras yo no estaba?

Sonrió y negó acariciando a algunos de ellos — Es una larga historia.

Entramos a la casa, Alana me ofreció una taza de café que acepté con gusto. Nos sentamos en una mesa y ella tomó los expedientes.

— Bien, necesito que prestes atención. ¿Recuerdas cuando te conté los inicios del Destripador de Chesapeake? Todo comenzó con Garret Jacob Hoobs, un asesino serial obsesionado con las adolescentes parecidas a su única hija, Abigail Hoobs. Hacía cosas atroces con sus cuerpos.

Asentí recordando la historia — Me contaste que luego murió, y la única sobreviviente de la familia fue  Abigail, a quien tú estás tratando.

Asintió, un poco ida.

— Cuando Hoobs murió, los asesinatos siguieron, un nuevo asesino que parecia imitar sus técnicas. Pero era incluso peor. Intentamos capturarlo — tomó algunas hojas y las expuso frente a mi — teníamos varios sospechosos, pero de alguna forma u otra todos resultaban inocentes.

Hubo una pausa angustiante.

— Hasta que lo encontramos — dijo poniendo una foto frente a mi, un hombre joven y apuesto, pero con un rostro que simplemente detonaba cansancio y hasta un poco de locura — Will Graham.

— Háblame de él.

— Era profesor en la academia del FBI, brillante, ante su estupenda habilidad mental, Jack Crawford lo contrató para que lo ayude a resolver casos de asesinos seriales — negó — es lo peor que pudo haber hecho, aceptar ese trabajo.

—¿A qué te refieres? — pregunté extrañada.

— Will es brillante, de eso no hay duda, pero trabajar con muertes y asesinos es algo que te consume. Y su estado mental empeoró cada día más. A pesar de que Jack le asignó un psiquiatra, todo fue demasiado tarde — dijo mordiendo su labio — ¿Y sabes que es lo peor de todo? Que todos vimos como se estaba desmoronando y nadie lo detuvo.

Una lágrima traicionera cayó por su mejilla, tomé sus manos transmitiendole mi confianza.

— También era mi amigo. Le prometí que cuidaria a sus perros, es prácticamente lo único que le importa— miró a los perros sentados a nuestro alrededor y yo hice lo mismo, entonces de eso se trataba. — Necesito demostrar que su estado mental pudo haber influido en los asesinatos que cometió, necesito ayudarlo.

Suspiré, la situación parecía muy complicada.

— ¿Y como se determinó que alguien como él era el Destripador de Chesapeake?

— Evidencias — mostró fotografías — guardaba partes de las víctimas y las ponía en su caña de pescar, como un trofeo.

La situación parecía indefendible, miré con algo de horror las fotografías. ¿Como alguien con un rostro tan angelical podía hacer eso?

— Pero eso no es todo, ¿Recuerdas a Abigail, la hija de Garret Hoobs? — asentí — Will tomó una actitud paternal respecto a ella, eran inseparables y fue un gran sostén emocional para ella y...

—¿Y qué? — pregunté con miedo de lo que me iba a decir.

Negó, como si fuera muy difícil explicar la situación.

— Creo que la mató o al menos le hizo mucho daño.

—¿Por qué crees? — pregunté preocupada.

— Encontramos su.. — tomó una fotografía — encontramos su oreja en la casa de Will.

Esto si era horrible, miré la foto con algo de desagrado.

—¿Dónde exactamente?

Suspiró — No quieres saberlo.

Entendí todo y me levanté con repulsión, caminé en círculos, la situación era imposible y casi indefendible. ¿Cómo esperaba Alana salvarlo de esto?

— No te estoy pidiendo que seas su psiquiatra, simplemente que le hagas una visita bajo el mando del FBI para obtener una opinión extra sobre su estado mental — me rogó.

—¿Sabes cuáles son las posibilidades de que salga en libertad después de todas las pruebas que me mostraste? Prácticamente nulas.

Suspiró — ¿Crees que no lo sé? Pero tenemos una chance, y voy a aprovecharla. Por favor, necesito tu ayuda.

Miré hacia la entrada, uno de los perros miraba hacia la puerta y soltaba pequeños alaridos. Alana notó a donde estaba mi mirada.

— Él es Winston, de todos los perros de Will,  es el que más lo extraña. Siempre se escapa y lo encuentro fuera de su casa, el pobrecito aún lo espera cada día.

Me acerqué y lo acaricié, sus alaridos se detuvieron, me miró con curiosidad. Yo era una extraña para él, y después de todo lo que me había contado Alana, parecía una buena metáfora.

Suspiré aún acariciando al animal — No tengo idea qué haremos para sacar a Will de la prisión, pero voy a ayudarte.

Doctora Bloom || Hannibal.Where stories live. Discover now