28. Martin se agobia

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Al mediodía, Martin va con Juanjo y sus padres a un restaurante a almorzar. O eso intentan, pero el sitio se llena de gente y de fans, y se les complica el plan. Mientras tratan de comer tranquilos, Juanjo nota a Martin bastante alterado. Casi no habla y es obvio que se siente incómodo. Por debajo de la mesa, le pone la mano en el muslo para llamar su atención. Y Martin lo mira.
—¿Estás bien? —susurra Juanjo.
Martin niega de forma casi imperceptible con la cabeza.
—Mamá, pedimos ya la cuenta, ¿no? Que esto es un poco locura. —dice Juanjo, inmediatamente. —Ya nos comeremos un postre en casa, si eso.
—Vale, cielo, sí.
Martin mira a Juanjo con gratitud. Se suben al coche para ir de vuelta a casa de los Bona, y Juanjo y Martin van en la parte de atrás. El aragonés no le suelta la mano a su novio en todo el trayecto.
—Ya está. No te agobies. —le susurra.
—Gracias, Juanjo. —contesta Martin.
Juanjo le da un besito en la mano.

Más tarde, ya en casa, están Juanjo, Martin y Nieves en el salón, viendo en la tele algunas de sus actuaciones de Operación Triunfo favoritas. Y llega el padre de Juanjo con una propuesta.
—Oíd, luego en La Chimenea se va a reunir toda la gente del bar, les haría ilusión que os pasarais a sacaros un par de fotos, si queréis.
—Ay, Juan José, los chicos ya van a tener un día duro mañana con el recibimiento y luego lo del saque de honor... —comenta Nieves.
—Ya lo sé, yo lo digo solo por si les apetece.
—Bueno, no tenéis por qué ir. Que yo ya noto a Martin un poco... saturadillo, ¿no? —añade Nieves.
—Sí, bueno, es que... —dice Martin, y se le rompe la voz. Se tapa los ojos con las manos.
—Ay, Martin... —dice Juanjo, preocupado.
—¡Ay, amor, tranquilo! —suelta Nieves, corriendo a abrazarlo.
—Perdón. Es que es genial y lo agradezco todo, pero es difícil de sobrellevar. —explica Martin, limpiándose una lágrima.

—Tranquilo, Martin. —dice Juanjo, apartando con sus pulgares las lágrimas de sus mejillas. —Es normal que te agobie, no estamos acostumbrados a esto. Y no significa que no aprecies todo el cariño.
—Claro, hijo. Es estresante. Pero no estás obligado a nada, si tú dices "prefiero no ir", pues no vas, mira tú qué problema. —dice el padre de Juanjo.
—Gracias. —sonríe Martin, una sonrisa tristona.
—Ay, amor, puedes hacer lo que quieras. Mira, te puedes quedar con mis amigos y voy yo solo. Ellos van a estar por el campo, en un sitio medio abandonado con unas mesas de picnic monísimas. Llevan comida para picar, y hay una zona para echarse con las mantitas... te va a encantar. Van a estar todos los de ayer, que les caíste genial.
—Vale, sí. Suena bien. —dice Martin, sonriendo con timidez.
—¡Claro que sí, mi niño! —asiente Nieves.
—Lo dicho, que ninguno estáis obligados a nada, eh. —insiste Juanjo Padre.
—Claro. —dice Juanjo. —Yo luego me paso por el bar un ratico.

Total, que esa tarde Irene, la amiga de Juanjo, recoge a Martin en coche y se lo lleva al campo, donde se encuentran con el resto del grupo. Todos le dan la bienvenida y lo acogen con muchísima naturalidad. Como le había dicho Juanjo, el sitio es precioso, una explanada de césped verde con florecillas de colores y un par de mesas de picnic bajo unos árboles frondosos. Y lo mejor de todo: no hay nadie persiguiéndoles. Montan el picnic en una de las mesas: queso, embutido, aceitunas, sándwiches, tortilla, cervezas y refrescos. Por su parte, Juanjo es acogido por toda la gente de los bares de la plaza. A algunos los conoce de toda la vida, y se pasa un buen rato charlando y sacándose fotos. Se siente muy querido. Pero en el fondo no deja de pensar en Martin y en cómo estará. Sabe que sus amigos lo harán sentirse cómodo, y aún así pasados 30 minutos lo único que quiere es volver con su novio. Al final se despide y se sube en el coche, conduciendo muy despacio en dirección al campo. Tiene que practicar más con el coche, porque se siente cero seguro. Por el camino escucha "Footloose" e "Inmortal", en las versiones de Martin, y su "Miénteme".

Llega al sitio y aparca el coche. Camina hacia donde están sus amigos. Están todos tirados en mantas en el césped, jugando a las cartas mientras oyen música a través del altavoz pequeño. Martin está de espaldas a él con un par de cartas en la mano y Juanjo le hace un gesto a sus amigos que lo han visto llegar para que no digan nada. Se agacha detrás de Martin y le agarra los hombros, queriendo tomarlo por sorpresa. Martin, sin alterarse lo más mínimo, alza la cabeza y lo mira sonriendo.
—Hola, Do. —dice el vasco.
—No te has asustado. —se queja Juanjo.
—Te había olido.
—¿Olido? ¿Qué dices, flipado?
—Te lo juro.
—Es verdad que tienes un olor muy identificable, eh. —dice Irene.
Juanjo se sienta detrás de Martin y este se acomoda entre las piernas del aragonés. Juanjo le ayuda en la partida de cartas.

Cuando anochece, todos se acuestan a mirar las estrellas. Juanjo se acurruca contra Martin, abrazándose a él.
—¿Estás bien, bebé? —susurra Juanjo, para que solo lo oiga Martin.
—Sí. Estoy genial. Gracias por cuidarme, Juanjo.
—Ay, mi chico. —dice el otro, besando la mejilla de Martin.
—¿Alguien se fuma un cigarro? —dice uno de los amigos de Juanjo. —¿Juan?
—Coño, César, que ya te he dicho que lo he dejado. —contesta Juanjo.
—Vale, vale. Martin te está haciendo mejor persona, eh. —dice César.
—Todo por tus mucosas sensibles. —le susurra Juanjo a Martin, que sonríe encantado.
—¡Ey, una estrella fugaz! —grita su amiga María.
—Pide un deseo. —le susurra Juanjo a Martin, entre las conversaciones de sus amigos.
—Que estemos juntos para siempre.

Más tarde, ya han vuelto a casa y están en el sofá, revisando sus móviles.
—Martin, ¿estás bien? Has estado bien, ¿no? —pregunta Juanjo.
—Sí, he estado genial. Siento haberme agobiado.
—Calla, ¿qué vas a sentir, tonto? Ni que nos hubieran preparado para esto.
—Yo creo, —suelta Nieves, desde la cocina —que lo que Martin necesita ahora son unos mimitos.
—Por Dios, mamá... —ríe Juanjo, sonrojándose.
Pero los chicos se sonríen, y se van a la habitación.
En cuestión de segundos se ponen el pijama y se acuestan, bien tapados bajo el edredón.
—Qué frío... —murmura Martin, abrazándose a Juanjo. Se ha convertido en su postura favorita para dormir: con el brazo rodeando el pecho de Juanjo y la pierna por encima de las del otro. Juanjo no deja de acariciarle el pelo hasta que se duerme, y de susurrarle cosas bonitas mientras le deja besitos en la frente.
—Eres el amor de mi vida... Te lo juro, es que te quiero tantísimo... Si en cualquier momento estás mal yo voy a estar aquí... Ay, es que eres tan bonito y tan bueno, Martin... Estoy enamoradísimo de ti. —Martin, con una sonrisa en la cara y una enorme tranquilidad en el cuerpo, se duerme.

A la mañana siguiente, Juanjo no para de explicarle a Martin cómo será el recibimiento en la plaza de Magallón, asegurándole que van a estar bien.
—Va a ser rápido y tranquilo, no como cuando nos acorralan por ahí. Habrá vallas, la gente no se nos va a acercar. Y yo estaré contigo. —le insiste, mirándolo a los ojos con cariño. —Y, amor, si estás incómodo en cualquier momento, mi madre va a estar ahí, y os podéis salir un ratico. No te sientas obligado a nada.
Martin no se puede creer que este sea su novio. Al final el recibimiento es precioso, les dedican discursos y jotas, les aplauden y vitorean, y todo está muy bien controlado. Ambos chicos se sienten muy queridos y emocionados.

Detrás de cámaras - Juanjo y MartinWhere stories live. Discover now