51. Atardecer y cursiladas

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Ese lunes Martin sale temprano al ensayo de "Mariliendre", a las 7:30 ya está de camino. Antes de salir le da un besito en la frente a Juanjo, que duerme profundamente, y le deja una notita en la nevera. Cuando Juanjo va a desayunar a las 9:00, la lee y su sonrisa es inevitable.

buenos días, mi do
disfruta en el estudio y no te agobies. eres el mejor, amor. voy a pensar en ti todo el día. te amo te amo te amo.

A las 4 Martin entra de nuevo en casa, tras un largo día de ensayos. Juanjo llega en cuestión de 10 minutos, y el vasco va a la puerta a recibirlo.
—Hola, cariño. —dice Juanjo, abrazándolo por la cintura.
—¿Cómo estás? —pregunta Martin en voz dulce y bajita.
—Bien. Estoy contento con lo que está saliendo. ¿Y tú? ¿El ensayo?
—Largo... y agotador. Pero bien. Qué ganas de que veas cosas.
—Jo, qué guay. ¿Y has comido bien? —le pregunta Juanjo.
—Sí.
—Pues tengo una propuesta, pero si estás muy cansado lo dejamos para otro día. —dice Juanjo, aún abrazándole la cintura y mirándole a los ojos con ternura.
—¿Una propuesta? No, no, si yo estoy bien. Dime, ¿qué?
—Había pensado que podíamos... ir a ver el atardecer al Templo de Debod.

La sonrisa que estalla en la carita de Martin le dice todo lo que necesitaba saber.
—Y de paso, tengo que pasar por el colegio mayor, que no pude ir al evento del otro día. Irene me lo ha dicho ya mil veces y pensé que... eh... si querías...
—Me haría mucha ilusión ir contigo, Juanjo. —lo ayuda Martin, sonriendo enternecido.
—Vale. —dice Juanjo, aliviado.

Una vez allí, todos los amigos del aragonés lo reciben con entusiasmo, y a Martin prácticamente lo atosigan a preguntas. Es tanta la intensidad y la emoción que muestra la gente hacia Martin que Juanjo tiene que pronunciarse, queriendo evitar que su chico se agobie.
—A ver, a ver. Cabrones. Que no es un muñeco, no me lo asustéis. Solo es vasco, tampoco es gran cosa.
La gente se parte de risa, y Martin piensa en lo mucho que entiende que Juanjo le caiga bien a todo el que lo conoce.

Al salir del colegio mayor, caminan dos minutos hasta la parada de taxi, y se suben al primero de la fila. Juanjo está algo perdido en sus pensamientos. Tiene un nudo en la garganta desde que salieron por la puerta y unas ganas tremendas de llorar, y no sabe muy bien por qué. Por un momento quiso creer que se quedaría ahí, en su habitación, con sus amigos, con todo el personal al que tanto cariño le tiene, riendo en las salas comunes, jugando al futbolín a la 1 de la mañana, ensayando con el club de teatro... Pero todo eso ha quedado atrás, muy atrás.

Ese colegio fue su casa, su familia, su lugar seguro. No acaba de entender las emociones contradictorias que están invadiendo su corazón ahora mismo; hay una nostalgia por ese Juanjo que nunca imaginó llegar a donde ha llegado, un sentimiento de culpa por haber dejado todo atrás, la pena de saber que esa etapa de su vida nunca volverá y la emoción ante lo que está por venir. Nada más decirle Martin la dirección al taxista, Juanjo rompe a llorar. Se muere de vergüenza por estar así en un taxi, pero es incapaz de controlarse. Martin se da cuenta al instante.

—Do... —dice el vasco en voz baja, con una expresión consternada en su cara. —¿Qué tienes, Juanjo?
Lo atrae a su cuerpo, acariciándole la espalda, y Juanjo le empapa el hombro de lágrimas.
—Amor, respira... tranquilo, estás bien... estamos bien. —susurra Martin con una voz dulce y tranquilizadora.
Juanjo intenta parar de llorar pero las lágrimas no frenan, y siente una tristeza y una inquietud inmensas en el pecho.

Martin no entiende al cien por cien qué está pasando, pero pacientemente le abraza con fuerza, dándole besitos en el pelo y acariciando su espalda.
—Cariño, relájate. Estoy aquí contigo, ahora y siempre. —susurra Martin.
Juanjo se separa del abrazo del chico, más calmado, llevándose las manos a la cara para limpiarse las lágrimas. Se sorbe la nariz sonoramente, ante lo que Martin corre a sacar un clínex de su bolsillo de la chaqueta.
—Mi amor... —dice, dándole el clínex y acariciándole la nuca.
Juanjo se suena y respira hondo,  Martin le da su mano libre y no deja de mirarle con preocupación.

—¿Prefieres que vayamos a casa? —pregunta el vasco.
—No, no. Vamos a ver el atardecer.
—Podemos ir otro día, amor...
—No. Si me va a venir bien, además, para relajarme.
El taxista (que no sabe dónde meterse ante el drama de los chicos), para el coche cuando llegan al Templo de Debod. Juanjo sale con los ojos hinchados y las mejillas rojas. Martin paga el taxi e inmediatamente le coge la mano, cariñosamente, y lo guía hacia una zona del parque donde no hay mucha gente. Estira la esterilla en el césped verde y ambos se sientan. Juanjo apoya la cabeza en el hombro de Martin y cierra los ojos, respirando hondo. El otro le acaricia la espalda.

—¿Quieres hablar? —susurra Martin.
—...Solo quiero estar contigo. Es que no sé bien qué me pasa... me he puesto súper triste.
—Ya, cariño. —dice Martin, mirándolo atentamente para que se sienta libre de hablar.
—Es que... el colegio fue mi vida... y eso ya nunca volverá. O sea, mira donde estoy ahora. Fui muy feliz allí... aunque aún tenia muchos conflictos internos me sentía querido. Y ahora todo ha cambiado y he aprendido a... a querer y a quererme a mí. No sé. Es que me hace sentir muchas cosas, volver ahí.
—Es normal, mi amor. Jo, estoy muy orgulloso de ti, gracias por contármelo. Y gracias por llevarme, sé que significa mucho para ti.

Juanjo alza la barbilla para encontrar los labios de Martin y juntarse en un beso. El cielo comienza a oscurecerse, y lo observan tranquilos.
—Ah, mira lo que he cogido. —dice Martin de repente, sacando de su bolso el táper con fresas que trajo de casa.
—¡Fresas! —exclama Juanjo, feliz.
El vasco coge una por el rabillo y se la da a Juanjo, que alarga el cuello para darle un mordisco, sonriendo.
—Están buenas, eh. —comenta Martin, comiéndose él una.

El cielo se pone enseguida precioso, coloreándose de tonos anaranjados y morados.
—Qué bonito... —dice Martin, sonriendo emocionado. —Gracias por venir aquí conmigo, Do.
—Mi vida... pues claro. Me encanta hacer estas cosas contigo. Me encanta que estés feliz.
—Tú me haces feliz. —dice Martin, besándolo con sus labios de sabor a fresa.
—Somos unos cursis. —sonríe Juanjo.
—Me la suda. Te quiero, mi Do, mi amor. Me enamoras más cada día.

Juanjo lo ataca con más besos, entre risas. Cuando se hace de noche vuelven para casa, y nada más llegar se tiran en el sofá. Juanjo se quita la camiseta quejándose del calor y se acomoda encima de Martin, usando su pecho como almohada. Martin le hace caricias en la espalda y los brazos y le da besitos en el pelo.
—Qué mono eres... —suspira Martin, ante lo que Juanjo sonríe, acurrucándose aún más contra su cuerpo.
—Te quiero... —susurra el mayor.
—Y yo a ti más.
—Imposible. Lo que yo te quiero es insuperable. —dice Juanjo.
—Te digo yo que te supero. —contesta Martin, haciéndole cosquillitas en la cintura.
—¡Ay, Martin! ¡Cosquillas no! —dice retorciéndose entre risas. —Ya sabes que odio las cosquillas.

Martin no puede parar de sonreír.
—Ven aquí. Dame un beso bien dado, por favor. —pide el chico, sonriendo.
Juanjo, contagiándose de esa sonrisa, le obedece y se deja caer encima de su novio, enredando sus dedos en el pelo de Martin. Se besan con intensidad, con los ojos cerrados en una calma absoluta. Juanjo entreabre los labios dejando al otro profundizar aún más con su lengua. Martin piensa que podría estar besando a Juanjo hasta la eternidad.

Detrás de cámaras - Juanjo y MartinWhere stories live. Discover now