43. Juanjo decorador

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Esa mañana, Martin se levanta de la cama con cuidado, procurando no hacer ruido. Desayuna y se viste, y le deja un besito a su novio que duerme estirado en la cama, antes de irse a ensayar para Mariliendre.

Juanjo se despierta a las 10:30 y se siente como una mujer del siglo XVIII que se queda en casa esperando a su marido. Se parte de risa ante este pensamiento. Pero no le disgusta, la verdad, poder quedarse tranquilo ordenando su nuevo pisito.

Se enfrenta a la tarea de abrir las maletas y acomodar todo su contenido. Ordena su ropa en una parte del armario, y luego pasa a la de Martin. Sabe que su novio es bastante tiquismiquis con el orden del armario, así que se lo coloca como sabe que a él le gusta: todo bien doblado, clasificado por prendas, dejándole lo que más usa arriba. Espera que no se enfade porque le haya colocado las cosas.

Se pasa la mañana de compras: cojines, dos lamparitas, un espejo de cuerpo entero para el recibidor... También recoge las mesas de noche y la mesita de delante del sofá que había encargado, y las lleva desmontadas en cajas hasta el piso.

"Soy ingeniero, puedo hacerlo", se repite a sí mismo mientras se pelea con las piezas para volver a montarlas. Después sale a comerse una ensalada barata en una terracita, y de vuelta a casa se para a comprar un juego de vajilla y cubiertos, porque literalmente solo tienen un vaso.

Un rato después, Juanjo al fin se tira al sofá a descansar y se pone a ver Paquita Salas en su portátil. Quiere ver a Martin ya. Más tarde, suena el telefonillo, y se levanta del sofá de un brinco. La camarita del portal del edificio muestra a Martin, sonriéndole y saludando enérgicamente con la mano. Juanjo sonríe y pulsa el botón. Al cabo de lo que le parece una eternidad, oye dos toques en la puerta de madera.

Abre la puerta y Martin está ahí, guapísimo pero con pinta de cansado, sonriéndole. Juanjo lo atrae a su cuerpo, rodeándole la cintura con los brazos. Martin se funde en el abrazo y coloca sus brazos sobre los hombros de Juanjo, inspirando el olor de su novio.

—¿Cómo estás, Do? —pregunta Martin.
—Yo bien. ¿Tú? ¿Muy cansadico? —dice Juanjo.
—Sí. He muerto... Ala, ¡Do, has comprado un espejo! —exclama, señalando al espejo apoyado contra la pared del recibidor (aún sin colgar).
—Sí, he comprado algunas cosicas... —dice Juanjo, sintiéndose de pronto algo tímido. —Bueno, luego te enseño.
—¿Luego? Enséñame ahora, Do. —se queja Martin.
—Pero estás cansado...
—Estoy bien, Juanjo. Venga, enséñame.

El aragonés lo mira entrecerrando los ojos y finalmente camina hacia el salón.
—Pues estos cojines... —murmura, señalando a los cojines coloridos sobre el sofá.
—¡Ay, me encantan, por favor, Juanjo! ¡Y la mesita! Qué bonita es. ¿Vinieron a montarla?
—Ojalá. Casi me la cargo. Bueno, te enseño la vajilla.

Martin lo sigue hasta la cocina. Se está muriendo de ternura con lo nervioso que está Juanjo. Como si no fuera a encantarle todo lo que ha elegido.
—Son las tazas más bonitas que he visto en mi vida. —dice Martin, admirándolas. —Le voy a mandar una foto a Arrate.

Juanjo no puede evitar sentirse muy validado con esto. Sabe que es una tontería, pero recibir aprobación de los amigos bohemios de Martin le encanta.

—Bueno, y la habitación... —le coge de la mano y lo lleva a ver las nuevas mesitas de noche y las lamparitas a juego con los cojines verde claro.
—Amor... es precioso... me muero. —dice Martin, abrazando a Juanjo por detrás, con firmeza y cariño.
—Y he ordenado los armarios...

Juanjo abre las puertas del armario y Martin se adelanta para examinarlos. El mayor espera ansioso su reacción. Martin observa durante unos segundos antes de girarse con una sonrisa contagiosa en la cara.

—Me has colocado mi ropa.
—Sí... ¿Te gusta? —contesta Juanjo, mirándolo con cara de pena.
—Me encanta, cariño. Pero no tenías por qué hacerlo. —dice Martin, acercándose a Juanjo y agarrándole las mejillas con las manos.
—Yo quería.
—Eres el mejor. Te quiero.
Juanjo rompe la distancia entre ellos para besar los labios de Martin. Se separan y el vasco mira a su novio a los ojos, creciéndole una sonrisa eufórica en la cara.

Martin da un saltito y se sube a Juanjo, abrazándole el cuello con los brazos y rodeando con las piernas su cintura. Juanjo, sorprendido, corre a coger los muslos de Martin para sostenerlo.
—¿Y esto? —pregunta el aragonés.
—Es que no me puedo creer que a partir de ahora, todos los días cuando llegue a casa vayas a estar tú... Soy la persona más feliz del mundo. —dice Martin.
—Mi vida... —susurra Juanjo, sonriendo con ternura.

Camina con Martin en brazos hasta la cama, soltándole para que se acueste de espaldas. Juanjo se acomoda encima del chico, apoyando la cabeza en su pecho. Martin le acaricia el pelo.
—Hemos quedado, ¿te acuerdas? —susurra Martin tras un rato adormilados.
—¿Hmm? Ah, sí. ¿A qué hora?
—En 40 minutos tenemos que estar en el restaurante.
—Joder, pues vamos a prepararnos ya. —dice Juanjo.

Se arreglan un poco en el baño, peinándose, echándose colonia y lavándose los dientes, cada uno frente a un lavamanos. Juanjo se ha apropiado el de la derecha, lo que se siente muy como en la academia.

Rápidamente salen de casa. Juanjo lleva la cartera y las llaves en un bolsillo. A Martin le gusta solo tener que cargar con el móvil. Van al metro, y se dan la mano durante el trayecto. Tras dos paradas, se bajan. Han quedado para cenar, triunfitos y bailarines. Es una cena de celebración y anticipación a la gira, pues los ensayos empezarán en cuestión de días.

Tras la cena van todos para el piso de Álvaro, Bea, Omar y Salma (bautizado como el Piso Sobao). Lo pasan bien, hablan y cantan canciones, comentan la gira, hacen vídeos de TikTok... Se hace bastante tarde. A eso de la una y media, la gente ya lleva varias copas y el ritmo de todo se ralentiza. Martin está cansado. Se le ha agotado la batería social.

Se levanta del suelo, donde está sentado haciendo de espectador en una conversación algo extraña entre Ruslana y Luis (uno de los bailarines), que están bastante borrachos. Se acerca a la ventana, donde están Juanjo y Álvaro fumando mientras se parten de risa por algo.

—¿Estás bien, Martin? —le pregunta Álvaro cuando llega hasta ellos. Juanjo se gira rápidamente para verlo.
—¿Qué pasa? ¿Amor? —dice en voz baja, sujetándole la mejilla con la mano que no está sujetando el cigarrillo.
—Nada, nada. Estoy bien. Un poco cansado.
—¿Quieres ir a casa? —pregunta Juanjo.
—Sí, porfa. —dice, en un susurro.

Juanjo le deja el cigarrillo a Álvaro para que se lo termine y no le suelta la mano a Martin en lo que tardan en despedirse de la gente y dirigirse a la puerta. Álvaro los acompaña.
—Oye, pero, ¿tú estás bien, Pumuki? —pregunta el sevillano, algo preocupado.
—Sí, sí. Te lo juro, tranqui. Es que estoy cansadísimo. —le asegura Martin.

Los chicos salen del edificio. Juanjo pasa su brazo sobre los hombros de Martin con cariño, y caminan sin separarse, en un cómodo silencio. Llegan de milagro al último metro y enseguida están de vuelta en su casa. Se quedan en calzoncillos y se lavan los dientes. Juanjo se da una rápida ducha porque sabe que a Martin no le encanta el olor del tabaco.

Y en cuestión de minutos están en la cama. Martin se acurruca pegando su espalda al torso de Juanjo. El aragonés lo rodea con el brazo y le besa la nuca.
—Mi vida, seguro que estás bien, ¿no? —susurra.
—Que sí, en serio. Es que ya llevaba un rato saturado de tanta gente, tantas conversaciones... —murmura Martin.
—Vale. Pues a la próxima me vas a buscar antes, eh. Desde que estés mínimamente incomodo.
—Te amo, Do. Gracias.
—Yo sí que te amo. Venga, a dormir que mañana el avión sale tempranico.

Detrás de cámaras - Juanjo y MartinWhere stories live. Discover now