VI

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Cuando terminé mi sesión de rehabilitación, el fisioterapeuta me dio una palmadita en el hombro y me indicó que era suficiente por hoy. Sentía los músculos tensos, pero aún tenía energía, y mientras tomaba mis muletas, mi mirada se desvió hacia Claudia. Seguía allí, en su silla de ruedas, con la mirada perdida en algún punto lejano, probablemente atrapada en sus pensamientos, luchando con la frustración que había visto en ella hacía apenas unos minutos.

Sin pensarlo demasiado, me decidí. Cojeé hacia ella, mis muletas haciendo eco en la sala casi vacía. Sabía que después de lo que había pasado, lo último que querría sería hablar, pero había algo en Claudia que me empujaba a acercarme. Quizás porque yo también sabía lo que era sentirse derrotada.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, aclaré mi garganta para llamar su atención.

—Hola —dije, intentando que mi voz sonara tranquila—. Soy Alexia.

Claudia parpadeó un par de veces, volviendo a la realidad. Me miró como si apenas me notara, y su expresión no cambió demasiado. Era fría, distante, pero la entendía. No era el mejor momento para una charla amigable.

—Solo quería decirte… que lo que pasó antes... bueno, sé que fue duro —continué, sintiendo que las palabras eran torpes, pero honestas—. Pero te admiro. Has sido increíblemente valiente ahí dentro.

Claudia me miró con una mezcla de cansancio y irritación. Sus ojos se endurecieron, y soltó una pequeña carcajada amarga.

—¿Valiente? Ya sé que no he conseguido caminar —respondió con un tono cortante—. No hace falta que me lo recuerdes. Lo he vivido, ¿sabes?

Su tono borde me atravesó como un pequeño aguijón, pero no me moví. En su lugar, asentí ligeramente. Sabía que su enfado no era conmigo, sino con la situación, y si estuviera en su lugar, probablemente yo también estaría igual de arisca.

—No, no estoy aquí para recordarte eso —dije con calma, apoyándome en mis muletas—. Solo quería decirte que, aunque sea una mierda lo que estás pasando, he visto lo que has hecho hoy, y te admiro por eso. No sé si te sirve de algo, pero has tenido más valor que mucha gente. Y sí, la vida es una mierda a veces, pero vas a salir de esta. De una forma u otra.

Claudia me observó durante unos segundos, en silencio. Parecía debatirse internamente, como si no supiera si seguir enfadada o dejarse tocar por mis palabras. Finalmente, su expresión cambió un poco, y una pequeña sonrisa, casi imperceptible, apareció en sus labios.

—Eres nueva, ¿verdad? —me preguntó, con una curiosidad que no esperaba. No había maldad en su tono, solo una mezcla de cansancio y resignación—. ¿Por qué estás aquí? Solo contesta si te sientes cómoda haciéndolo, no tienes que decir nada si no quieres.

No me esperaba la pregunta, pero al mismo tiempo me alegró que no estuviera cerrada del todo a hablar. Me encogí de hombros, mirando por un momento mis piernas antes de responder.

—Me lesioné hace unos meses. Una rotura del ligamento cruzado anterior —dije, sintiendo un nudo en el estómago solo al recordar el accidente—. Estaba entrenando, y de repente, todo cambió. Desde entonces, la rehabilitación ha sido mi día a día. No ha sido fácil.

Claudia asintió despacio, su mirada suavizándose un poco más.

—Eso suena duro. Yo... —pareció detenerse antes de continuar, como si no estuviera segura de cuánto quería compartir—. Lo mío es un poco más complicado, pero supongo que todos estamos aquí por algo.

Asentí, sin presionar. No quería hacerla sentir que debía contarme nada más de lo que estuviera preparada para decir. Pero el hecho de que hubiera sonreído, aunque fuera solo un poco, me dio la sensación de que había valido la pena acercarme. Había algo en Claudia, algo en su lucha, que resonaba conmigo, aunque nuestras historias fueran distintas.

—Bueno, gracias por hablarme —dijo finalmente, casi en un susurro—. Y por no insistir en lo de antes.

—No hay de qué —respondí con una sonrisa leve—. Ya sabes, si algún día quieres hablar, aquí estaré. Estamos juntas en esto, aunque a veces no lo parezca.

Ella asintió de nuevo, y en ese momento sentí que habíamos establecido una especie de conexión, aunque fuera pequeña. Me alejé despacio, mis muletas marcando el ritmo de mis pasos. Había algo en esa breve conversación que me dejó un extraño consuelo. Ambas, Claudia y yo, estábamos en nuestras propias luchas, pero de alguna forma, esa pequeña charla había hecho que la carga fuera un poco más ligera.

Claudia

Me sorprendió que Alexia se acercara a mí. No la conocía de nada, la había visto solo un par de veces desde la distancia, y me bastaba con eso. Pero ahí estaba, con sus muletas, caminando hacia mí sin dudar. En ese momento, yo no estaba de humor para charlas. Acababa de fallar, otra vez, y la frustración me quemaba por dentro. Pero Alexia no se dejó intimidar por mi mirada perdida ni por el mal humor que seguramente estaba reflejando mi cara.

Cuando empezó a hablar, mi primer impulso fue cortarla. Pensé que venía a recordarme mi fracaso, a intentar consolarme de una manera que solo me haría sentir peor. Por eso fui borde. Le dije que no necesitaba que me recordara lo que ya sabía, que no había conseguido caminar. Pero lo que no esperaba fue su respuesta.

Alexia no estaba ahí para consolarme como lo haría una enfermera o un familiar. Ella entendía lo que era esto. No era una espectadora de mi dolor, sino alguien que lo vivía en carne propia. Sus palabras eran distintas. Había algo en su voz, en la forma en que me hablaba, que me llegó. No me miraba con lástima, ni con esa compasión que solo me hacía sentir más débil. No, ella me miraba con respeto, con una especie de reconocimiento.

Me llamó valiente. Y por primera vez en mucho tiempo, no lo sentí como una palabra vacía. Quizás porque sabía que, en el fondo, ella estaba luchando con lo mismo. Hizo que me sintiera menos sola en esto. Porque, aunque su situación no fuera exactamente como la mía, ella también estaba atrapada en el limbo de la rehabilitación, ese lugar donde el cuerpo no siempre responde y el progreso parece un espejismo.

Su manera de hablar, esa mezcla de honestidad y dureza, me animó. No me ofreció promesas vacías ni me dijo que todo mejoraría pronto. Simplemente reconoció lo difícil que era, lo que estaba pasando, y que aún así, había valentía en intentarlo. Y sí, me llegó. Aunque no lo demostré mucho en ese momento, esas palabras hicieron algo dentro de mí. Me recordaron que no estaba sola, que otras personas también estaban pasando por lo mismo.

Cuando le pregunté por qué estaba allí, no lo hice por curiosidad insana, sino porque algo en mí quería saber si compartíamos más de lo que parecía. Me sorprendió lo tranquila que fue al contarme lo de su lesión. No había dramatismo en su voz, solo la aceptación de alguien que también estaba peleando una batalla larga y agotadora.

Supongo que, en ese momento, sentí una conexión con ella, una que no había sentido con nadie más aquí en el hospital. No era una amiga de toda la vida, ni un familiar que me visitaba. Era alguien que, como yo, estaba enfrentándose al dolor, a la incertidumbre, al miedo de no volver a ser quien una vez fue.

Cuando se alejó, me quedé pensando en lo que me había dicho. Aunque mis manos aún temblaban por el esfuerzo, aunque sentía el fracaso clavado en el pecho, había algo diferente en mí. No era la esperanza ciega de que todo iba a solucionarse de un día para otro, pero sí una pequeña chispa. Quizás, después de todo, aún quedaba algo por lo que seguir luchando.
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El último de la noche😝

A ver qué se me ocurre esta noche😈

𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆𝐒-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora