XCVIII

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Ya habían pasado 10 semanas desde que supimos que íbamos a ser mamás. El tiempo había volado, pero la realidad de la maternidad se sentía cada vez más cercana. Habíamos planeado un día especial para compartir la noticia con las chicas del equipo. Estábamos emocionadas, y Claudia, aunque un poco nerviosa, había estado preparando un discurso que hacía que mi corazón latiera con fuerza.

Sin embargo, la mañana de ese día, la atmósfera cambió. Claudia se despertó con un semblante pálido y se quejó de que no se sentía del todo bien. A pesar de sus insistencias de que quería seguir adelante con el plan y que no quería perjudicarlo, su voz temblorosa y los gestos de incomodidad me alarmaron.

—No, Claudia —dije firmemente, acercándome a ella—. Si no te sientes bien, no tienes que forzarte. Podemos decírselo otro día.

Ella intentó sonreír, aunque sus ojos revelaban que estaba luchando contra un malestar que no podía ignorar.

—Estoy bien, de verdad —dijo, pero la forma en que se llevó una mano al vientre me hizo dudar.

Al final, Claudia se acomodó en el sofá, y yo me senté a su lado, acariciando su mano. Sin embargo, no pasaron muchos minutos antes de que se levantara repentinamente.

—Solo voy a hacer pis, no te preocupes —dijo, intentando mantener el tono ligero mientras se dirigía al baño.

No podía evitar sentirme inquieta. La vi caminar con cierta dificultad y, aunque su tono era jovial, una parte de mí no podía dejar de alertarse. La ansiedad comenzó a burbujear dentro de mí, y cuando escuché la puerta del baño cerrarse, me quedé en el sofá con un presentimiento oscuro.

La sala estaba en silencio, solo se escuchaba el suave sonido del ventilador. Miré el reloj, los segundos parecían alargarse. ¿Por qué tenía la sensación de que algo no iba bien?

Claudia

Me sentía extraña, como si una sombra pesada se hubiera asentado sobre mí, oscureciendo todo lo que antes me parecía brillante y lleno de esperanza. La mañana había comenzado como cualquier otra, pero conforme pasaban las horas, la sensación de malestar crecía. A pesar de que las náuseas habían comenzado a remitir, algo no estaba bien.

Al levantarme del sofá para ir al baño, una oleada de mareo me envolvió. Lo disimulé para no preocupar a Alexia y cuando finalmente llegué al baño, me senté en el váter, intentando tomar un respiro profundo y relajarme, pero el aire parecía escaso.

Suspiré pesadamente, tratando de calmar el torbellino de emociones que me asaltaba. Pero al mirar hacia abajo, mis ojos se abrieron de par en par. Mi corazón se detuvo en seco, y el mundo alrededor mío se desvaneció por un momento. Había sangre en mi ropa interior.

El pánico se apoderó de mí como una ola arrasadora, empujándome hacia el fondo de un abismo oscuro y frío.

-No- murmuré, mi voz apenas un susurro.

Una serie de pensamientos aterradores inundaron mi mente, llenándome de terror. No quería creer lo que estaba viendo. El embarazo era un sueño que estaba comenzando a hacerse realidad, algo por lo que había luchado junto a Alexia.

Llamé a Alexia, mi voz quebrándose al pronunciar su nombre.

Alexia

-¡Ale!-La voz de Claudia resonó en la casa, pero había un matiz en ella que me heló la sangre: miedo.

Salté del sofá, mi corazón latiendo con fuerza, y corrí hacia el baño. La puerta estaba entreabierta, y al entrar, la imagen que se me presentó me dejó sin aliento. Claudia estaba allí, sentada, sus ojos llenos de lágrimas y su cuerpo temblando. No sabía qué estaba pasando, pero la angustia que emanaba de ella me atravesó como una daga.

𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆𝐒-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora