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Estaba de camino a casa de Claudia, algo que nunca pensé que diría. Mientras conducía, no dejaba de darle vueltas a la conversación que habíamos tenido minutos antes. Le había pedido su dirección, porque en la mía estaba Alba y, sinceramente, no quería pasar por la incomodidad de que mi hermana pequeña nos estuviera vigilando o lanzando comentarios incómodos todo el tiempo. Claudia no se había negado, claro, pero podía notar una pequeña sorpresa en su voz cuando me la dio.

Aparqué frente a su edificio y me quedé un par de minutos sentada en el coche, con las manos aún sobre el volante, respirando profundamente. No entendía por qué me ponía tan nerviosa. Solo era Claudia, ¿no? Mi amiga, la chica con la que me había besado, sí, pero también alguien con quien podía ser yo misma. Al final, me decidí a salir del coche y subir.

Al llegar a la puerta de su apartamento, piqué al timbre. Sabía que tardaría un poco en abrir, porque con las muletas siempre le costaba más moverse. Me quedé de pie, mirando el suelo, mientras escuchaba sus pasos lentos acercándose a la puerta. Cuando finalmente se abrió, nuestras miradas se cruzaron, y no pude evitar sonreír. Lo más curioso es que ella hizo lo mismo, casi al mismo tiempo. Había algo en esas sonrisas que hacían que todo lo demás dejara de importar.

—Hola —dije, dando un pequeño paso hacia adelante.

—Hola —contestó ella, con esa calidez en su voz que siempre me hacía sentir tan bien.

No dije nada más, simplemente dejé que el momento hablara por sí solo. Sin pensarlo mucho, di un paso más y la abracé. Sabía que tenía que tener cuidado, que estaba apoyada en las muletas y no quería desequilibrarla, pero Claudia no pareció preocuparse por eso. De hecho, fue ella quien aflojó las manos de las muletas, dejándolas caer al suelo, y se aferró a mí con fuerza.

Yo, siendo más alta, la levanté un poco del suelo casi sin darme cuenta. Era algo natural. Ella se dejó sostener por completo, apoyando su peso en mí. Mis brazos la rodearon con más firmeza, y sentí cómo apoyaba su cabeza en mi hombro. No había palabras que pudieran describir cómo se sentía tenerla así de cerca, sintiendo su calor, su respiración suave contra mi cuello. Parecía que el mundo se detenía por unos segundos, que no importaba nada más que este momento.

Claudia no dijo nada, pero yo sabía que tampoco hacía falta. Se aferraba a mí como si necesitara ese abrazo tanto como yo. Sentir cómo confiaba en mí, cómo se dejaba sostener, me hacía sentir algo indescriptible. No era solo felicidad, era algo más profundo. Era saber que, de alguna manera, nos habíamos vuelto indispensables la una para la otra, sin que ninguna lo hubiera planeado.

—No quiero soltarte —murmuré, casi sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.

Claudia levantó la cabeza un poco, y nuestras miradas se cruzaron de nuevo. Había algo en sus ojos que me decía que sentía lo mismo. Sonrió, y sin decir nada más, se dejó caer de nuevo en mis brazos, su rostro en mi cuello, aferrándose aún más fuerte.

Nos quedamos así unos minutos, sin hablar, sin hacer más que estar ahí, sosteniéndonos. Y en ese momento supe que no importaba lo que viniera después, porque estar con Claudia, tenerla así de cerca, me hacía sentir que todo iba a estar bien.

Como las muletas cayeron al suelo, no me quedó más remedio que ajustarme mejor a Claudia para poder llevarla sin que perdiera el equilibrio. No pesaba casi nada en mis brazos, así que decidí levantarla por completo y llevarla hasta el sofá. Sentí cómo su cuerpo se aferraba un poco más a mí, sus brazos rodeándome con fuerza, pero lo que me sorprendió fue cuando, de repente, empezó a reír.

Al principio pensé que tal vez se había puesto nerviosa, pero al escuchar cómo su risa se volvía más genuina, yo también sonreí. Me encantaba ese sonido. Era como si, por un momento, todo lo malo se desvaneciera y solo quedara esa risa cálida que la hacía más ella, más Claudia.

𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆𝐒-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora