LXXXIX

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Alexia

Estábamos allí, tumbadas, rodeadas por el silencio que quedaba después de habernos entregado la una a la otra, sin prisa, con esa calma que solo el tiempo y el amor nos habían enseñado. Las sábanas, arrugadas y medio enredadas entre nosotras, parecían atraparnos en una especie de abrazo adicional, como si hasta el espacio entre las paredes de aquella habitación nos protegiera en una burbuja de intimidad. Mi respiración apenas había comenzado a calmarse, y sentía aún los rastros de su calor sobre mi piel.

Claudia tenía su cabeza apoyada contra mi hombro, y notaba su respiración tranquila, rítmica, acariciando mi cuello con cada exhalación. Estaba hermosa en ese momento, en esa quietud después de la tormenta, con su rostro lleno de serenidad y esa sonrisa apenas dibujada que era como una pequeña victoria para ambas. Su mano estaba sobre mi estómago, sus dedos jugando suavemente con mi piel, como si necesitara asegurarse de que estaba realmente allí, a su lado.

La observé un momento, dejándome llevar por esa paz que solo ella podía traerme, grabándome cada detalle de su rostro: su cabello desordenado en suaves mechones sobre la almohada, la curva de sus labios, y esos ojos que ahora miraban en algún punto distante, tan relajados y a la vez tan vivos. Había algo en ella, en esa forma de quedarse absorta, que me hacía sentir que Claudia era y siempre sería mi hogar.

Sin saber muy bien por qué, me incliné hacia ella y, con voz suave, le susurré:

-Tengo algo para ti-Fue algo casi instintivo, como si el momento hubiera sido creado solo para eso.

Claudia levantó la cabeza, aún pegada a mí, sus ojos de repente llenos de curiosidad. La noté sobresaltarse, y pude ver la sorpresa y la expectativa brillar en sus pupilas.

-¿En serio?-preguntó, con una sonrisa divertida y entre incrédula, como si no terminara de creer que yo hubiera preparado algo especial.-¿Has tenido algo guardado todo este tiempo?

No pude evitar reírme de su reacción. Me encantaba cómo con cada gesto, cada pequeña chispa en su mirada, conseguía emocionarme como si cada instante junto a ella fuera nuevo.

-Claro que sí-respondí, mi sonrisa respondiendo a la suya, mientras veía cómo se incorporaba un poco, apoyándose en su codo, claramente intrigada.

-¿Qué es?-murmuró, intentando sonsacarme con ese tono de juego que tanto me gustaba.

Me incliné sobre la mesita de noche y, sacando la pequeña caja que había estado esperando el momento perfecto, se la mostré. Era una cajita sencilla, pequeña y discreta, pero dentro guardaba un colgante con un diseño muy especial: una pequeña estrella de oro, con la fecha de nuestro aniversario grabada.

Ella la miró, sorprendida, sus ojos de repente llenos de emoción. Lo tomó con cuidado, como si fuera algo valioso y frágil, y luego me miró con esa expresión que pocas veces había visto en alguien, una mezcla de gratitud y ternura tan genuinas que me hizo sonreír sin poder evitarlo.

-Es preciosa, Ale-susurró, sin dejar de observarla. Después, su mirada se encontró con la mía, y en ese instante supe que había hecho lo correcto. Nos quedamos en silencio, en un momento lleno de todo lo que habíamos pasado y todo lo que aún nos quedaba por vivir.

La puse de nuevo sobre mi pecho, y mientras mis manos jugueteaban con su cabello, ella me abrazó con más fuerza. En ese abrazo sentí la promesa de algo más que amor; sentí el peso de un futuro compartido, de momentos como este que formarían parte de nuestra historia.

Después de ese momento tan nuestro, entre caricias y sonrisas cómplices, empezamos a vestirnos. Claudia estaba abrochándose la camisa con una lentitud un poco exagerada, como si quisiera prolongar la cercanía de esos minutos anteriores, y yo no podía evitar observarla de reojo mientras me ponía mis propios pantalones. El silencio era cómodo, de esos que compartes solo con alguien con quien te sientes plenamente en paz.

𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆𝐒-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora