LXII

360 54 9
                                    

Habían pasado días, y en cada uno de ellos sentía cómo Claudia se iba alejando poco a poco. No era algo que dijera en voz alta, ni tampoco algo que mostrara abiertamente, pero la notaba cada vez más ausente. Estaba más horas fuera de casa, y aunque sabía que la investigación sobre el chico que había entrado en su casa seguía en marcha, algo no me cuadraba. Parecía que se estaba obsesionando.

Cada noche, cuando por fin llegaba, se veía cansada, tensa. Su mirada no era la misma que había tenido hacía solo unas semanas, cuando todo parecía más sencillo. Intentaba actuar normal, pero yo la conocía lo suficiente para saber que algo no estaba bien. Y lo peor de todo es que, cuando le preguntaba, me respondía con un simple "todo está bien, solo es trabajo". Pero no era solo trabajo. Era más. Se lo veía en la cara, en sus gestos. Era como si no pudiera desconectar, como si el caso la consumiera, y yo no sabía cómo hacer que hablara conmigo de verdad.

La situación se me hacía más pesada porque, en una semana, tenía que irme. El Mundial en Australia estaba a la vuelta de la esquina, y en vez de estar concentrándome en los entrenamientos, en preparar la cabeza para lo que iba a ser una de las competiciones más importantes de mi vida, solo podía pensar en ella. No quería irme sabiendo que Claudia estaba así, que había algo que la tenía mal, y que yo no podía ayudarla. No quería irme con esa sensación en el pecho.

Una tarde, después de otro día en el que apenas nos habíamos cruzado, decidí que no podía seguir así. La esperé sentada en el sofá, intentando distraerme con el móvil, pero sin éxito. Mi mente estaba enfocada en lo que iba a decirle cuando llegara. Tenía que hacer que me hablara, que me dijera qué era lo que realmente estaba pasando. No podía seguir fingiendo que todo estaba bien.

Cuando la puerta se abrió y escuché sus pasos al entrar, levanté la mirada. Claudia traía su habitual gesto cansado, la chaqueta del uniforme en la mano y el pelo recogido de cualquier manera. Estaba a punto de decirme algo, seguramente su típico "Hola, Ale", pero antes de que pudiera hablar, me adelanté.

—Tenemos que hablar, Claudia.

La vi detenerse un segundo, como si hubiera anticipado que esa conversación llegaría. Sus hombros se tensaron un poco y luego soltó el aire despacio, caminando hacia el sofá. Se sentó a mi lado, pero no me miró de inmediato.

—¿Qué pasa? —preguntó, aunque sabía perfectamente qué pasaba.

—Sabes que te estoy viendo, ¿verdad? —comencé, tratando de mantener la calma en mi voz—. Sé que estás trabajando en lo de tu casa, en la investigación... pero te estás consumiendo, Claudia. Apenas estás aquí, y cuando lo estás, no eres tú.

Vi cómo sus labios se apretaban en una fina línea. Estaba intentando controlar sus emociones, como siempre hacía, como si no quisiera mostrarme lo que realmente estaba sintiendo.

—Solo quiero acabar con todo, tenemos que ayudar con la sentencia —Su voz sonó baja, como si no quisiera admitirlo, pero sabía que estaba empezando a abrirse.

—Lo entiendo, claro que lo entiendo. —Me incliné un poco hacia ella, buscando su mirada—. Pero te está afectando más de lo que crees. Y no quiero irme al Mundial sabiendo que algo te tiene así, sabiendo que hay algo que no me estás contando.

Claudia finalmente me miró, sus ojos llenos de una mezcla de frustración y algo más profundo que no podía identificar del todo. Suspiró, dejándose caer un poco en el respaldo del sofá.

—Es solo que... —Se pasó una mano por la cara, claramente agotada—. No puedo dejar de pensar en lo que pasó, en lo que podría haber pasado. Es como si no pudiera quitarme la imagen de la cabeza. Mi casa, mi espacio... y ese chico... —Se detuvo, luchando con las palabras—. A veces pienso en lo que podría haber pasado si yo hubiera estado aquí en vez de en la final.

𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆𝐒-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora