XLVII

703 75 7
                                    

El día transcurría con una monotonía inquietante. Después de la conversación con Andreu, volví a mi escritorio y me sumergí de nuevo en el caso. Revisé informes, leí declaraciones y repasé detalles una y otra vez, buscando algo que se me hubiera pasado, cualquier pista que pudiera señalarme hacia algún peligro inminente. Pero, al igual que el día anterior, no había nada nuevo. Ni una sola amenaza, ni un movimiento extraño. Todo estaba en silencio.

Y ese silencio era lo que más me molestaba.

Andreu se acercó en un momento, mirándome con esa expresión de cansancio que solo surge cuando uno lleva demasiadas horas frente a un monitor sin ver resultados.

—Claudia, no hay nada por ahora —dijo con voz calmada, como si intentara convencerme de que me tomara un respiro—. Puedes irte antes hoy. No tiene sentido que sigas aquí cuando todo está en calma.

Levanté la vista y lo miré, pero ya tenía la respuesta lista en mi mente. No podía irme. No aún.

—Me quedo —respondí con un tono decidido, casi cortante. No era una opción para mí salir del cuartel temprano, no cuando mi cabeza estaba tan llena de cosas y mi cuerpo aún no había terminado de procesar lo que estaba pasando.

Andreu suspiró, resignado. Sabía que no iba a convencerme de lo contrario, así que me dio una palmadita en el hombro antes de alejarse. Me quedé sola un rato más en la oficina, observando los papeles desordenados en mi escritorio. Sentía esa urgencia, esa necesidad de estar en movimiento, de hacer algo que me ayudara a liberar la tensión acumulada. Finalmente, decidí que no iba a quedarme quieta frente a una pantalla sin propósito alguno.

Me dirigí al gimnasio del cuartel, como había hecho el día anterior. Había algo en ese espacio que me hacía sentir útil, me devolvía el control sobre mi propio cuerpo. Las dominadas que tanto me habían costado el día anterior seguían siendo una pesadilla, pero eso solo reforzaba mi decisión: tenía que dejar atrás las malditas muletas.

Me acerqué a la barra, esa barra que solía dominar con facilidad antes del accidente, y sentí la misma resistencia de ayer en mis músculos. Pero no me importó. Me colgué de ella, sentí el esfuerzo tensar cada parte de mi cuerpo mientras luchaba por hacer una dominada completa. Mis brazos temblaban, mi respiración se aceleraba, pero poco a poco, logré hacer una. Luego otra. Y luego una más, aunque cada vez el esfuerzo se volvía más agotador.

Me negaba a ceder. Era como si el simple hecho de luchar contra esa barra representara mucho más que mi estado físico. Era mi forma de decirle al mundo, a mí misma, que no iba a dejar que el miedo me consumiera. Cada repetición era una promesa de que volvería a ser la de antes. No solo físicamente, sino mentalmente. Quería recuperar mi independencia, mi fuerza.

Las muletas, que estaban apoyadas en la pared del gimnasio, parecían mirarme, como un recordatorio de lo lejos que aún estaba de mi meta. Pero eso no me detenía. Hacer estos ejercicios era, en parte, mi forma de romper con ese ciclo de dependencia. Sabía que aún necesitaba la rehabilitación formal, los ejercicios supervisados por el fisioterapeuta. Pero también sabía que la determinación era igual de importante.

Me quedé allí, en el gimnasio, haciendo lo que podía, lo que mi cuerpo permitía. A veces sentía que estaba empujando mis límites demasiado rápido, pero necesitaba hacerlo. Cada repetición me acercaba un poco más a ese punto en el que finalmente podría dejar las muletas atrás.

Por un momento, mientras colgaba de la barra, me permití pensar en Alexia. No podía evitarlo. Había algo en su presencia que me hacía sentir más fuerte, más protegida, aunque no quisiera admitirlo. No le había dicho nada, pero en el fondo de mi mente, estaba ese "te quiero" que le había susurrado esa mañana. No habíamos hablado de ello, y quizás era lo mejor, pero cada vez que pensaba en ella, me daba cuenta de que mis emociones por ella eran más profundas de lo que estaba dispuesta a reconocer en voz alta. Y eso me daba más fuerzas.

Cuando terminé los ejercicios, con los músculos quemando y el cuerpo agotado, me senté un momento en el banco frente a los espejos. Miré mi reflejo, cubierta de sudor, con la respiración entrecortada, pero sentí una especie de satisfacción interna. Había dado un paso más hacia mi recuperación, hacia recuperar el control. Aún me quedaba un largo camino, pero estaba dispuesta a recorrerlo, sin importar cuánto me costara.

Me levanté con cuidado, tomé las muletas —aunque en el fondo las odiara— y salí del gimnasio, con la promesa interna de que pronto las dejaría para siempre.

Alexia

Estaba en mi habitación, rodeada de camisetas, pantalones de entrenamiento y esas maletas negras que siempre parecen pesar el doble de lo que deberían. En unos días viajábamos a Eindhoven para la final de la Champions, y aunque los nervios me acompañaban, había también una emoción enorme en el aire. Era un momento importante, de esos que sueñas desde pequeña, y que ahora estaba tan cerca que casi podía sentirlo.

Mientras doblaba una camiseta con cuidado, el teléfono vibró sobre la cama. Al ver el nombre de Claudia en la pantalla, una sonrisa apareció en mi rostro. Contesté esperando una conversación tranquila, quizás algo divertido o alguna excusa para que la recogiera del trabajo. Pero cuando escuché su tono, supe que algo no iba bien.

—Alexia, tenemos que hablar de algo —dijo con esa seriedad que siempre me hacía fruncir el ceño.

—¿Qué pasa? —pregunté, intentando mantener la calma, aunque una parte de mí ya estaba inquieta.

—Me han llamado la atención —respondió, y su voz sonaba apagada—. Sobre lo de no estar en casa... no puedo volver a hacerlo, al menos no por ahora. Aunque me haya sentido mejor que nunca estando contigo, no puedo permitírmelo. No con todo lo que está pasando. No es seguro.

Las palabras cayeron como una losa sobre mí. Me quedé en silencio unos segundos, intentando asimilar lo que me estaba diciendo. Sabía que lo hacía por precaución, que todo esto era por el peligro que la acechaba, pero no hacía que doliera menos. Respiré hondo antes de responder.

—Está bien, Claudia —le dije, aunque en realidad no lo estaba—. Me adaptaré a lo que haga falta para que estés bien. Para que estés segura.

No quería que sintiera que la estaba presionando. Si ella necesitaba espacio, yo lo respetaría. Pero cuando colgué el teléfono, me quedé mirando la maleta a medio hacer, mientras los pensamientos empezaban a dar vueltas en mi cabeza. No podía evitar sentirme mal. La noche que habíamos pasado juntas había sido perfecta, y ahora, de repente, teníamos que distanciarnos otra vez.

Metí el resto de la ropa en la maleta de manera automática, sin prestar mucha atención. Y entonces me vino a la mente algo que me había dicho Claudia no hacía tanto. Me había prometido que estaría en las gradas para la final, que me apoyaría como siempre. Pero tras esa conversación, ya no estaba tan segura de que pudiera cumplir con esa promesa. No sé si querría exponerse, sabiendo que sigue habiendo peligro.

Solo imaginarme jugando la final, levantando la cabeza para buscarla entre el público, y no encontrarla, me dolía. Sé que si no puede ir, lo entenderé, pero me cuesta aceptar esta distancia, esta constante sensación de que algo nos frena.

Terminé de cerrar la maleta, pero ya no sentía la emoción de antes. Claro que jugaría con todo mi corazón, claro que dejaría el alma en el campo, pero saber que Claudia no estaría allí me pesaba más de lo que quería admitir. Esta situación me estaba afectando más de lo que me había dado cuenta.

Terminé de doblar la última camiseta, y mientras cerraba la cremallera de la maleta, solté un largo suspiro. No sé qué iba a pasar de aquí en adelante, pero de algo estaba segura: haría lo que fuera por Claudia, aunque eso significara tener que vivir este momento sin ella a mi lado.
_____

QUE PARTIDO DIOS SANTO😝😝😝

Otra vez se tienen que alejar🙄

Veremos qué pasa con la final

𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆𝐒-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora