LXIV

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Estar en Australia había sido un cambio enorme. No solo por la diferencia de horario, sino por todo lo que significaba estar tan lejos de casa, de Claudia. La comunicación se complicaba cada vez más. Para poder hablar con ella, tenía que esperar hasta las 22:30 de la noche, que en España era por la mañana, y Claudia solía aprovechar su descanso en el trabajo para llamarme. Eran nuestras únicas oportunidades de hablar, y esos momentos se habían vuelto esenciales para mí.

Cada noche, después del entrenamiento o de alguna charla técnica, me aseguraba de tener mi teléfono cerca, esperando esa llamada. Era lo que me mantenía conectada a casa, a ella, a lo que habíamos construido juntas. Aunque estuviéramos a miles de kilómetros de distancia, escuchar su voz me ayudaba a sentir que no estábamos tan lejos.

Pero esa noche en particular, cuando por fin mi teléfono sonó y vi su nombre en la pantalla, noté algo distinto en su tono. Al principio, intenté no darle mucha importancia. Hablamos de lo de siempre: de cómo habían ido los entrenamientos, de los partidos que se acercaban y de cómo estaba ella. Claudia siempre era muy reservada cuando hablaba de su trabajo, pero yo intentaba asegurarme de que no pasara tanto tiempo absorta en el caso del chico que había entrado en su casa. Sabía que la afectaba más de lo que quería admitir, y eso me preocupaba.

Esa noche, después de contarme que su día había sido tranquilo, soltó algo que no me esperaba.

—El caso del chico que entró en mi casa ya está cerrado —dijo, con una calma que no me gustaba nada.

Me quedé en silencio unos segundos, procesando lo que eso significaba. Si el caso estaba cerrado, eso quería decir que Claudia volvería a trabajar a pleno rendimiento. Y aunque me alegraba de que pudiera retomar su rutina, también sabía lo que eso implicaba: volvería a estar en situaciones de riesgo, fuera del cuartel, haciendo su trabajo en las calles. No me gustaba la idea de que volviera tan pronto, no después de todo lo que había pasado.

—¿Y ya has empezado con las jornadas completas? —pregunté, intentando que mi voz no sonara preocupada.

—Sí, bueno... —dudó un segundo antes de continuar—. Me han puesto en turno de noche.

Eso fue lo que realmente me golpeó. Turno de noche. Sabía lo que eso significaba: que nuestras llamadas se iban a reducir a casi nada. Apenas coincidíamos con la diferencia horaria, y si ahora Claudia iba a trabajar por la noche, prácticamente no íbamos a tener tiempo para hablar.

—Eso significa que no vamos a poder hablar casi nada —dije, sintiendo un nudo formarse en mi estómago.

—Lo sé... —su voz sonaba sincera, pero también agotada—. No quería que te preocuparas por esto, pero... ya sabes cómo es el trabajo. No siempre se puede elegir.

Cerré los ojos, apoyando la espalda contra la almohada. No podía reprocharle nada. Entendía su trabajo, entendía que no podía controlar esas cosas, pero no podía evitar sentirme frustrada. Me dolía pensar que con el mundial en pleno apogeo, nuestras conversaciones iban a ser cada vez más escasas. Me preocupaba por ella, por todo lo que podría pasar mientras yo estaba tan lejos, y la idea de no poder estar ahí, de no saber qué estaba ocurriendo, me angustiaba.

—Solo quiero que estés bien, ¿vale? —le dije al final, intentando sonar más tranquila de lo que realmente me sentía—. No quiero que te descuides. Sabes que no me importa si no hablamos todos los días, pero sí quiero que te cuides. Que te mantengas enfocada.

Escuché su respiración al otro lado de la línea, y pude imaginarla asintiendo, aunque no la viera.

—Lo prometo —respondió con suavidad—. Tú también cuídate, ¿vale? No quiero que te distraigas por mi culpa.

𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆𝐒-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora