CAPÍTULO 1

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Alexandra terminaba de meter la ropa en la secadora cuando escuchó el timbre de la puerta sonar con insistencia. Al abrirla su rostro se desfiguró cuando reconoció de quién se trataba.

-¡Jeremain! -Exclamó con una mezcla de sorpresa y temor.

-Hola Alexandra.

Ella sostenía la puerta pero estaba petrificada. Su rostro palideció y la expresión de asombro se negaba a desaparecer.

-¿Puedo pasar? -Preguntó él con tranquilidad. Ella se hizo a un lado y él ingresó.

-¿Cómo nos encontraron? - Las palabras brotaron con lentitud, como si aún no terminará de creer que él estuviera ahí.

-Tarde o temprano lo haríamos mi querida Alexandra, no puedes escapar del Concilio por siempre. ¿O qué? ¿Creíste que abandonaríamos la búsqueda?

Ella permaneció en silencio aún aturdida, mientras Jeremain la miraba con aquellos ojos grises fríos e inexpresivos.

-¿Dónde está? -Cosultó el recién llegado observando los alrededores.

-Con su padre, han salido.

- ¿A qué hora regresan?

-No lo sé.

El hombre suspiró al mismo tiempo que se quitaba la negra y larga gabardina, se acomodó en el amplio sillón, cruzando la pierna en el acto. Lucía relajado a diferencia de Alexandra.

-Los esperaremos entonces.
- E hizo un movimiento para que ella se sentara también.

Anochecía cuando llegaron, llovía con fuerza, las pesadas gotas de agua golpeaban la pared sin piedad. La tormenta los sorprendió de camino, el pronóstico del tiempo auguraba lluvia ligera, pero nuevamente el meteorológico erraba en la predicción. Alexandra los esperaba de pie con el semblante sombrío.

-¡Llueve a cantaros! -Exclamó John mientras retiraba su chaqueta y ayudaba a su hija a hacer lo mismo.

-Tenemos visitas. - Pronunció Alexandra casi en un susurro. Al hacerse a un lado,  John supo de quien se trataba. Su semblante cambia y su mandíbula se tensa haciendo una mueca de asombro y preocupación.

-Hola. -Se dirigió Jeremain a Aryana ignorando a John. -¿Tú debes ser Aryana? ¿Cierto?

La joven lo miró extrañada y se limitó a mover la cabeza en afirmación.

-Ya eres toda una jovencita, la última vez que te vi tu madre te cargaba en brazos.

-¿Quién es usted? -Indagó ella con curiosidad.

-Perdón mis modales, soy Jeremain, pertenezco al Concilio. ¿Sabes lo que es el Concilio verdad?

Aryana volvió a ver a su madre con los ojos abiertos como platos, mirándola Alexandra con aflicción.

-¿Cómo nos encontró? -Consultó John con desánimo.

-La misma pregunta que me hizo tu esposa. No hagamos esto más difícil, me llevaré a su hija y espero no encontrar resistencia. Por la amistad que alguna vez nos unió no me gustaría tener que tomar ciertas medidas que prefiero evitar. -Sonrió con  sarcasmo.

El rostro de Aryana palidece como una hoja en blanco. Observó a su madre y luego a su padre buscando alguna reacción, pero lo que encontró fue desolación.

-Pero que caras tan largas, deberían de sentirse honrados.

-"Honrados" -Espetó Alexandra con amargura.

-¿No crees en la profecía? ¿Acaso no quieres recuperar Letvian nuestro hogar?

-Sí pero no a ese precio.

-Suficiente. -La voz de Jeremain se escuchaba ahora como si aquella conversación le aburriera.- No sé por qué decidieron vivir entre los humanos, criaturas insignificantes y débiles, pero fue astuto, nos tomó años dar con su paradero.

-No te la llevaras. -John se planta amenazante pero retrocede al ver el objeto que Jeremain trae sujeto en su mano izquierda.

Aryana lo observa parece a simple vista una vara plateada de unos 30 centímetros de largo, pero por la reacción de su padre deber ser alguna clase de arma.

-No me obligues a utilizarla John.

-Aquí no hay magia. -Responde el aludido.

-No, pero igual cumple su cometido ¿Quieres una demostración? Ha sido sellada con las palabras sagradas.

John guarda silencio, sintiéndose vulnerable.

Jeremain llevaba colocado sobre su cuello una cadena en la cual colgaba un extraño símbolo que Aryana había visto antes en sus sueños. Sueños que se convertían en pesadillas, que la despertaban alterada, noche tras noche desde hacía poco más de un mes.

El dije era un círculo y dentro de éste lo que parecía ser una estrella de David, los picos de la estrella sobresalían fuera de las líneas y en el centro un ojo que parecía observarla.

- Agradezcan que no los mato aquí mismo, ya que su delito es grave y la pena, es la muerte. Alta traición y escapar de las autoridades del Concilio.

Aryana no quitaba la mirada del símbolo, había una voz en su cabeza que la llamaba, suave e insistente pronunciaba su nombre. Deseaba tocarlo, entró como en trance y recitó: -"Los elegidos nacerán bajo la luz de la luna nueva en el año bisiesto. Su sangre liberará a Letvian de la esclavitud y restaurarán el orden. Cinco almas como cinco son las puntas de la estrella enfrentarán el poder de Meliakán".

Alexandra quedó helada. Le había contado a su hija el por qué habían huido de Siris, pero jamás le comentó en concreto de qué trataba la profecía. ¿Cómo era que su hija de repente la recitaba textual?

-¿Qué has dicho? -Le preguntó Jeremain con curiosidad.

Aryana extendió su mano hacia el objeto, Alexandra trata de detenerla pero John se lo impide. Jeremain se quedó inmóvil mientras la chica colocaba su mano sobre el medallón. Imágenes vinieron a su cabeza, imágenes de destrucción y muerte, de seres que jamás había visto, y cuatro siluetas, no visualizaba bien sus rostros pero eran jóvenes como ella. Sus ropas manchadas de sangre y luego fue trasladada a una enorme estancia, un ritual se llevaba a cabo, de repente todo se desvaneció, sintió un mareo y perdió el conocimiento.

Alexandra ahogó un grito. El cuerpo de Aryana parecía relajado en el suelo, como si sólo durmiera, John se encontraba estático aún sin comprender, qué estaba sucediendo.

-¿Qué le has hecho? -Le gritó Alexandra.

-Nada. -Contestó con calma Jeremain. -Descubre su brazo izquierdo. -Le sugirió.

Alexandra levantó la manga de la blusa de su hija y entonces lo vio, marcado sobre la piel de Aryana, el círculo con la estrella, como un tatuaje.

Ella miró a su esposo con expresión atónita, no podía creer lo que había ocurrido en los últimos minutos y con resignación en su semblante se dirigió a Jeremain.

-Al menos permítenos despedirnos de ella. Ven mañana temprano, estará lista y podrás llevártela.

-¿Cómo puedo confiar en ustedes? ¿Cómo sé que no se la llevarán?

-Tienes nuestra palabra Jeremain.
-Aseguró John.

Jeremain pareció satisfecho con la respuesta, según sus leyes una vez dado la palabra no podías retractarte ya que sería castigado con la muerte.

-Vendré por ella al amanecer, ya hemos perdido muchos años en una búsqueda infructuosa, no nos podemos dar el lujo de desperdiciar más del preciado tiempo.

Una curva se dibujó en su boca a modo de sonrisa y se dirigió a la puerta sin voltear, abandonando la residencia, dejando pesar a su paso.

LOS ELEGIDOSWhere stories live. Discover now