Prólogo

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El día que le dijeron a Halley Markson que tenía que ser operada de urgencia por su primer paro cardiaco, su mundo se derribó.

Su padre era un abogado de una firma muy prestigiosa, pero ni siquiera eso, pudo detener a Margaret Markson irse. Dejando solos a Robert y a su única hija. Halley.

Margaret no era una mujer tonta. Cuando conoció a Robert en la universidad supo que iba a ser un gran hombre con buenos ingresos, un hombre que algún día iba a hacer grandes cosas. Pero lo que no planeaba era quedarse embarazada tan rápido después de casarse tan joven. Esta noticia hizo la vida de Robert mucho más feliz. Siempre quiso tener una hija, y tenerla joven lo hacía mejor, porque según decía el, todo pasaba por algo, y ese algo, era Halley. Una beba preciosa con ojos marrones claros, piel pálida como la nieve y el pelo ondulado. Teniendo el pelo negro como la noche, Margaret pensó que iba a tener los ojos del padre. Azules cual zafiros. Pero la sorpresa fue grande cuando al ir creciendo sus ojos empezaron a oscurecerse y terminaron siendo de un color marrón muy bonito. Claro que Margaret estaba disgustada por la apariencia de la niña. No sacó casi nada de ella. Margaret tiene el pelo rubio con unos ojos verdes impresionantes, que a más de un hombre dejaba sin habla. La mujer, a pesar de tener sus buenos atributos, era baja de estatura, pero con un buen cuerpo. Teniendo curvas a donde debía haberlas y con una buena masa corporal. Tal vez cuando estaban en la universidad, Robert no se dio cuenta de que Margaret no era lo que aparentaba ser. Podía ser bondadosa, amable, honesta en los casos en que se necesitaba serlo y una buena madre cuando se lo proponía. Pero todo era su fachada para atraer a buenos hombres y ser amada por todos. Para ella, tener una hija a sus veintiocho años, recién casada... con un marido muy atractivo... digamos que no quería compartirlo con otra persona. Quería pasarla bien con él. Su plan era simple. Casarse con un hombre exitoso, tener una vida plena, llena de compras y de comodidad. Y luego, tal vez, en algunos años... tener un hijo.

Todo cambió cuando llegó la nena de papá. Margaret pensaba que la niña iba a sacar sus dotes, pero no. Sacó los dotes del padre. Alta, con un cuerpo casi sin forma (que con el tiempo y entrenamiento pudo resaltar), pelo negro, ojos grandes, piernas largas y flacas... Todo lo que la madre no era.

Al enterarse de la noticia, se emocionó en un principio. Ya la veía siendo una modelo conocida, teniendo un novio famoso, como Leonardo Di Caprio. En todo caso Liam Hemsworth. Toda la vida que ella hubiera querido tener. O según ella, todas querían tener.

El catorce de abril la hija de Margaret nació. Robert no podía creer que algo fuera tan pequeño y delicado. Tan hermoso. Tan de él. No soltó a la niña en ningún momento desde que nació, nunca más.

Margaret estaba feliz de que por fin la niña había nacido. Tenerla fue horrible. La panza la hacía ver inmensa, comía de más, a veces se le hinchaban los pies... todo era horrible.

Me gustaría decir que cuando la niña nació eso cambió. Pero no, la verdad es que como madre no tenía nada. Siempre le dejaba a Robert hacer todo, mientras que ella estaba a dieta y hacía ejercicio para bajar lo que había ganado durante el embarazo. Claro que quería a la niña, era su hija. Pero no estaba preparada para tener una preocupación más grande que ella.

Por eso es que cuando a Halley le diagnosticaron un principio de una necrosis, no lo soportó y se fue sin dar aviso. No soportó que Robert esté más con su hija que con ella, no soportó tener que ir al hospital tres días por semana, no soportó ver a su hija entrando a cirugía, no soportó ver dinero tirado en operaciones, medicamentos, visitas médicas...no soportó pensar que le iban a sacar a Halley. Así que decidió que lo mejor sería dejarlos a ellos y que no sepan nada de ella. Nunca más.








Mi RazónWhere stories live. Discover now