4. Una máquina y un idiota.

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Jeremy estaba seguro de que si le seguían dando más pastillas tranquilizantes no se iba a morir por algo que él hiciera, sino, por las malditas pastillas.

-Sabes Linda, estas pastillas son un horror. No puedo hacer nada acá dentro, ¿No pueden sacarme los medicamentos?

Bonita rió sin ganas y le tendió su pastilla número tres.

-Sabes que no. Cuando ingresaste te daban por lo menos seis pastillas. Tuviste suerte de que ahora solo sean tres. Anda toma.

Jeremy agarró el vaso con las pastillas y se las tragó.

-Abre la boca, sabes el procedimiento.

Bonita desde hace bastante se dio cuenta que Jeremy no se tragaba las pastillas. Ella sabía que esas pastillas no iban a hacer que cambie de parecer con respecto a acabar con su vida. Pero era su trabajo, y eso constaba con que se tomara sus medicamentos.

Jeremy abrió la boca, levantó la lengua, y Bonita miró para los costados y demás.

-Bien, es bueno que ya no intentes escupirlas.- La enfermera sonrió y se retiró de la habitación.

-Oh, todavía no sabes todos mis trucos.

Jeremy tosió dos veces y la última pastilla salió como si nada. Verán, según él, el truco estaba en aguantar la pastilla en la garganta, fue muy difícil al principio pero luego, pudo tomarle la mano. No podía aguantar todas las pastillas, pero la última por lo menos sí. Y era un gran cambio. Desde que le empezaron a recetar todo tipo de medicamentos para que "cambiara de parecer" con respecto a su vida, Jeremy se dio cuenta que no servían de nada. Sí, las pastillas lo tranquilizaban y le daban ganas de reírse de todo y de vivir la vida loca, pero cuando se iba el efecto, volvía esa oscuridad que lo envolvía. Ninguna pastilla podría alguna vez cambiar sus pensamientos. Iba mucho más allá de lo que esos médicos pudieran ver. Si, le diagnosticaron bipolaridad, depresión, desconfianza, desamor a sí mismo, y blah, blah, blah... Todo eso podía ser cierto, pero también es cierto que la "cura" no estaba en los médicos o en las pastillas.

Jeremy se cambió su remera y salió de la habitación. Lo que hacía Jeremy la mayor parte de su tiempo en el hospital era ir a una pequeña biblioteca a leer, a veces ir a las clases de ayuda que daban todos los días, meterse en la "banda" del hospital a tocar la pandereta o simplemente se acostaba y miraba la nada todo el día. Dependía de cómo se sentía.

Como las pastillas que tomaba le daban bastante sed decidió ir a comprar una bebida a la máquina expendedora. Su suerte no estaba muy de su lado ese día ya que la máquina estaba en reparación.

-Mierda.

Jeremy pateó el aparato y se dirigió al ascensor. Decidió que ir a visitar a sus amigas enfermeras del piso juvenil no iba a dañar a nadie. Además, ahí tenían otra máquina.

-Voy a ir por unos caramelos, ¿quieres algo?- Halley saltó de su cama y miró expectante a su compañera.

-Claro, eh... tráeme unas gomitas. Si hay de ositos mejor, hoy tengo rehabilitación, necesito toda la ayuda posible.

Halley sonrió y salió. Saludó a las enfermeras y dio la vuelta en busca de la máquina.

Empezó a tararear una canción mientras sacaba las gomitas para Liberty, cuando salieron empezó a ver que podía elegir para ella. Había de todo, pero ella quería barras de chocolate, así que marcó el número y esperó.

-Wow, ¿Barras de chocolate? ¿Cómo puedes comprar algo tan rico si después lo vas a vomitar?

Halley pegó un saltito del susto, y con el entrecejo fruncido se dio la vuelta.

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